domingo, 1 de septiembre de 2013

El puente entre los que laten y los que no.

Algo que me molesta cuando conduzco a casa luego de una jornada de trabajo, es el tráfico de las horas punta, así que por lo general suelo quedarme una o dos horas en el depósito del hospital de modo qué, al salir, ya las avenidas se hayan despejado y el trayecto hacia mi casa sea mucho más rápido. Antes de entrar en mi modesto carro, saludo al vigilante con una mano y automáticamente ambos nos decimos un "hasta mañana" rutinario. El  último humano con corazón latente de la noche.

Tomo la avenida y justo como pensé, se encuentra significativamente despejada para mi gusto. Saco el penúltimo cigarrillo de la caja en el tablero e Ignacio, el hombre al que traté hace poco más de cuatro semanas, me ofrece fuego cuando aún estoy esperando a que el semáforo cambie de luz para hacer el cruce predilecto a mi hogar.

-¿Cuándo es que te vas Ignacio?, hace semanas te entregué a tus familiares y todavía sigues acompañándome a casa.

- No me diga que le molesto doctor - intento de sonrisa- de todos modos, a usted le gusta tener compañía servicial, es un gusto para mi acompañarlo a su hogar.

- No me molestas Ignacio, pero estoy seguro de que podrías encontrar otras ocupaciones. Sabes a lo que me refiero, no tienes deudas, trabajo u horario qué cumplir, podrías empezar con viajar, ustedes tienen mucho tiempo libre.

No lo miro pero sé que se ríe, Ignacio debió ser en sus mejores días una persona bastante hilarante y con un sentido significativo del humor agradable.

Estaciono en el garaje y no me despido, camino mientras le doy caladas al cigarrillo pero paro en seco porque he olvidado las llaves otra vez, así que decido entrar por la puerta de atrás, tengo una copia escondida debajo de la alfombra porque sé que más de una vez he necesitado esa entrada para estos casos de torpeza. Lo sé, no es muy original, pero lo vi en una película una vez y bueno, me quedé con la idea.

Al abrir la puerta, de pie, frente a la oscuridad de mi morada, repito los ejercicios ya conocidos de cordura: inhalo aire: uno, dos, tres; exhalo aire: uno, dos, tres, hasta que me adentro en el nido de descanso convencional sin encender lámpara alguna.


-Sofía, qué gusto sentirte esta noche otra vez- Sabía que era ella porque no salió de la sombra en el rincón, cuando la traté no era más que un fragmento de humanidad, un pedazo de materia si es que puede llamarse.  Me levanta la mano en forma de saludo y yo asiento con la cabeza. Cuando se van de esta forma, de la forma que ella se fue, te preguntas si en el mundo al que pasan estarán de alguna forma contentos consigo mismo, porque de este lado de la realidad el hecho de no estar de acuerdo con la forma en que llevas tu existencia, es prácticamente andar muerto en vida, para muestra un botón. ¿Cuánto importa la estética?; a ella no le importa, ni a mí tampoco, pero es mejor para ambos que se quede en la sombra.

Recalentado y comido lo que sobró la noche pasada, ese plato viejo y plástico, simple y poco apetitoso. Termino mi cena, dejo el envase en el fregadero y me dirijo hacia mi sillón  o bueno, mi único sillón. De terciopelo oscuro y antiguo, le perteneció a mi abuelo ya hace muchos años, le gustó que me lo quedase. Incluso después de que yo mismo lo preparé cuando se fue, vino a visitarme un montón de veces y me participó que había tomado la buena elección de quedármelo, de todos modos, a él así le hubiese gustado aún cuando estaba aquí, del lado de los corazones latentes.

Obviamente no todos mis pacientes tratados que me visitan son amistosos y amables acompañantes, algunos vienen con el semblante frío y triste, se fueron sin terminar ciertas cosas, otros vienen porque no saben cómo fue que pasó pero de un momento a otro se fueron, estos últimos son los peores, vienen a gritarme desesperados y llorosos, explique lo que les explique no entienden y al final se marchan arrastrando los pies y con cada quejido, me erizan cada centímetro del cuerpo.

En mis años como médico forense tengo un historial extenso, cada hombre, mujer o niño que pasa por mis manos entabla misteriosamente una relación especial, para muchos colegas un cadáver es un cadáver, para mi es mucho más; una ecuación con miles de variables por descubrir y explorar, con cada corte del instrumento se revelan respuestas para dar origen a otras preguntas, antes de terminar he tenido conversaciones significativamente reveladoras que me hacen conocer mejor al individuo y muchas veces, conocerme más a mi mismo. 

Ignoro cuándo y cómo fueron mis primero contactos, pero es un hecho de que hay un intercambio químico en mi cerebro que me hace ver y escuchar cosas que están allí escondidas para todos los demás, están ahí esperando a ser descubiertas. ¿No es lo que querían que aprendiera en la facultad?, observar el detalle. Niego toda existencia de la magia pero no debo ignorar que hay algo “inusual” en mi cabeza. Nadie sabe que poseo estas virtudes, ¿es algo incorrecto? quizá, pero no quiero que me encierren en un loquero, es lo que hacen con tipos como yo. No van a ayudarme, ni las preguntas que me formulen me sacarán del aprieto, es mejor seguir como voy. Yo y mis pacientes, tenemos algo especial.

Me levanto de mi sillón y me dispongo a caminar hacia mi habitación. Aún no quiero entrar, lo admito, tengo este problema todas las noches. Vuelvo a repetir los ejercicios de cordura y cierro los ojos, ¿con qué he de encontrarme ahí?, ¿cuánto tiempo ha pasado?. El único corazón latente en este lugar, rodeado de acompañantes, pacientes, amigos, esposa, entre otros... aquí, les yace su escuchador. Escuchador antes de que se marchen, un puente entre los que laten y los que no. 

Me levanto en la mañana. Ducha, vestimenta, desayuno barato y el café. Otro día en la morgue, esperando con paciencia. Me han entregado a una niña de ocho años según el informe, que responde al nombre de Helena, no hace mucho que ante un raro cáncer desistió. Solos en el depósito empiezo mi labor y antes de siquiera presentarme, ella me mira con ojos de confusión aunque aún circunspecta.

Buenos días -con voz tímida- ¿algo ha funcionado?, ya no siento dolor. 

Respiro para tomar fuerza y explicarle a la pequeña Helena. Como he dicho antes, una especie de puente. Vigilante de una puerta, nada poético, casi ridículo. Puente entre los corazones que laten...y los que no. 













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