sábado, 12 de julio de 2014

El desorden



Dedicado a ti, que te tomas el tiempo de leer este cuento.



Una correa se rompió con violencia y dentro del motor hubo sonidos de hierros retorciéndose, como adoloridos. La dirección se hizo tan dura que necesitó de las dos manos para girar el volante mientras el Fiesta Power, 2006, todavía andaba. Perdiendo velocidad y expulsando tuercas y tornillos, cada metro era otro estallido que provenía del cofre, se estacionó a la orilla de la carretera, en el canal de servicio, y escuchó unos últimos tornillos zafarse y caer desordenados por el asfalto, junto con montones de aceite más olores detestables. Cuando se encontró estático, solo y abandonado en la autopista, en medio de una quietud y oscuridad escalofriante, rompió el silencio con tan singulares palabras, dándole la bienvenida a tan penosa situación:

-          -El coño de la madre…

Lo intentó una y otra vez en el mismo orden: Pasar las llaves de apagado a encendido tratando de forma inútil que el carro encendiera, sumergido en un lapso de negación absurda en la cabeza que le decía “esto no está pasando”, y que le daba una cachetada cada vez qué, desde el motor, se escuchaba un seco ¡acacacacac!, luego, volvía a poner la frente sobre el volante, apretaba los dientes y repetía el procedimiento.

Vio el reloj del tablero: 2:43 am.

I
Emilio es un hombre joven, estudiante de física que ha tenido serios problemas. Quizá no sea serios la palabra correcta, sino más bien delicados. Tercer y último hijo de una pareja divorciada y disfuncional, con hermanos demasiado ocupados en sus vidas familiares como para prestar atención al menor y más desadaptado de la camada.

Demasiado enfrascado en sus obligaciones, volviéndose con los años de pocas palabras y muchos pensamientos, Emilio desarrolló un extraño gusto por el individualismo y la independencia. Financiados sus estudios y placeres, se sumergió durante años en la atmósfera de las ciencias y la imaginación, estimuló sus facultades y las afiló hasta dominarlas como artes, avanzó con facilidad por los senderos académicos y experimentales de la vida, volviendo familiar todos los tópicos en los que se aventuraba o en un principio podía desconocer. Sin embargo se saltó uno importantísimo. Desconoció totalmente el tacto social en el cual sus semejantes se ven tan involucrados.

Ignorando todo nexo de fraternidad, Emilio se concentró en las miles de fórmulas y ecuaciones que le enseñaban en la facultad. Afianzó sus éxitos en sus buenas notas y hablaba consigo mismo para alejar todo sentimiento de tristeza al sentirse distanciado de los suyos. Una terapia con la que había podido ayudarse por más de veinte años.

Sin embargo, luego de tantos años perdido en sus propios intereses, Emilio comenzó a sufrir una ansiedad mucho más descontrolada. Hablar consigo mismo no le era suficiente para calmar la sensación de vacío que le embargaba, empezó a tener lapsos oscuros donde perdía la noción del tiempo, no había diferencia entre días y noches, perdió el tan preciado sueño y el rendimiento como estudiante se fue en picada en cuestión de semanas.

II
Hora: 2:53 am

Miró hacia la izquierda y luego a la derecha en la autopista. Ni una sola alma. El viento de la noche le hacía meter las manos a sus bolsillos buscando calor. Había levantado el capó, no sabía nada de mecánica automotriz y al ver todo destrozado volvió a cerrarlo con furia. Encendió las luces intermitentes y tomó su celular, miró la agenda de contactos y se preguntó “¿A quién podría llamar?”. Odió su mente al pensar por un momento en sus padres o sus hermanos, ellos estarían como mínimo a 300 kilómetros de distancia, hubiese sido inútil llamar a quien sea de su familia a esa hora de la noche. Inútil e irresponsable. Además, es un adulto, los adultos arreglan las cosas solos. Es parte de la vida.

Sacó los papeles de la guantera, encontró el número que quería y lo marco en el celular.

-          -Servicio de atención por siniestros de Asegurodar, buenas noches, le habla Cristina Sánchez, indíqueme por favor nombre, apellido, número de póliza de seguro, situación general y dirección para su asistencia.

-         - Sí… bu-buenas noches señorita, mi nombre es Emilio Castillo, el número de póliza es 000631900, algo le ha pasado a mi carro y estoy accidentado en la autopista regional del sur. Necesito que manden a alguien que pueda ayudarme.

-        -  Señor Castillo, déjeme verificar… manténgase en línea por favor.

Escuchaba el teclado al otro lado de la línea. Aunque le daba vergüenza admitirlo, se sentía bien el escuchar a alguien, mantenerse hablando con otra persona que lo arropaba en ese paraje. Había vuelto a ser un niño temeroso de lo desconocido, de los 5 metros de visión que le brindaban las luces del carro estacionado, el sonido de otra persona era descanso y calma. Se sentó en el puesto de piloto mientras la operadora chequeaba y él quiso quedarse así, escuchándola trabajar para desprenderse de donde estaba.

-         - ¿Señor Castillo, me escucha?

-         - ¡Sí, aquí estoy!

-          -Aún estamos chequeando los detalles de su póliza. ¿Podría esperar unos minutos?, le llamaremos apenas terminemos de verificar todos los deta…

-          -¿Me está diciendo que tengo que esperar para ver si tengo todo en orden  en el seguro?, ¡son las 3 de la mañana y estoy varado en la autopista!, necesito que me saquen de aquí, es peligroso para mi estar en este sitio a esta hora ¿lo sabe, verdad? Póngase en mis zapatos por favor, sé que todo está en orden y necesito que me asistan inmediatamente.

Lo que realmente le molestaba era tener que colgar y estar solo otra vez en la autopista. Podría esperar cuatro horas si era necesario, pero le aliviaría escuchar a la otra persona al otro lado de la línea trabajando o escuchando su respiración. Emilio tendría que esperar otra vez, eran las reglas injustas que suelen joder el juego.
-          Señor Castillo, solo necesitamos chequear unos detalles para asistirlo, le rogamos que tenga paciencia, tenemos su dirección y por la información que nos ha facilitado, usted no ha sufrido ningún daño. El servicio de Siniestros cuenta con asistenci…

-         - Sí, ya sé – La interrumpió bruscamente -¿Cuánto tiempo tendré que esperar? – Rogó que no fuese mucho

-        -  En unos minutos lo llamaremos y le confirmaremos la asistencia, señor.

-        -  Está bien, estaré esperando.

-        -  Manténgase al tanto señor Castillo. Gracias por llamarnos

”Gracias por llamarnos”, ¡estos sí son arrechos de verdad!, se quejó Emilio mientras apoyaba la frente contra el volante. Y pensaba. Pensaba en cuánto exactamente serían esos minutos de espera.

Volvía la preocupación a su mente; Einstein tenía razón, el tiempo es relativo al observador. Se enlentece en las circunstancias donde urge la impaciencia. No quería ver la hora, para él habrían pasado 15 o 25 minutos, pero sabía que en el reloj del tablero habría pasado mucho menos, quizá 40 segundos… máximo 1 minuto y medio desde que la llamada terminó. Para no mirar abrió la puerta del carro y salió otra vez. Caminó alrededor del auto y puso las manos sobre el capó que antes estaba caliente, ya iba perdiendo el calor.
Volvió a mirar hacia los lados de la autopista. ¿Cómo era siquiera posible de que no pasara ningún carro?. Se sentó en el capó y observó, trató de ver más allá de lo que la luz de los faros le ofrecía, oscuridad y soledad de abismos; más allá de la autopista, árboles multiformes y respaldados por la sombras de enormes montañas, en la lejanía.

Su mirada se perdió entre esas sombras difusas, que cambiaban con la dirección del viento y se mecían al ritmo de la ventisca. El silbido del viento atentaba contra el silencio de la carretera. Enlazando fantasías, casi podía pensarse que eran los árboles que silbaban desde muy lejos, saludaban con sus ramas lentamente en direcciones varias, negras por la sombra que las cobijaba, llamaban y atraían, los silbidos persistían y las sombras se crecían; Emilio puso más atención en aquellas siluetas ya nada románticas, ahora les temía, podía verlas a kilómetros, meciéndose, danzando, imitando apéndices, estructuras vivas consientes de su motilidad, acechándole desde la negrura y volviéndole loco, tentándolo a abandonar la luz del carro y adentrarse en la llanura de tinieblas y silencio, lo halaban para que emprendiera el camino hacia ellas, no estarían muy lejos y podría alcanzarlas a pie, ya muy cerca, aunque lo abandonase la luz de sus ojos y se perdería para siempre, se sentía seducido por criaturas del final, en el horizonte que ya llamaban, que gemían su nombre…

-          -Acércate…

Emilio cerró los ojos, se puso de pie y dio media vuelta, caminó rápido hacia la puerta, la abrió y entró, cerró con fuerza. Buscó en el asiento del copiloto, la guantera, sus bolsillos, los compartimientos del carro pero no las encontró, ¿dónde las había dejado?, un nombre sonaba en su cabeza, revisó el asiento posterior, su bolso y sus libretas, clorpromazina. Nada. Trató de pensar, estaba empezando a asustarse, era un pequeño envase, dimensiones modestas y coloridas, blanco, reluciente, ¿dónde está?; entonces una luz le encandiló la visión y por el retrovisor vio dos enormes faros que le hacían cambios de luces, Emilio sin pensarlo abrió la puerta y le hizo señas llena de emociones al camión. La grúa se estacionó a pocos metros delante de su Fiesta, y las luces de stop se encendieron y titilaron. Sería la grúa que había mandado el seguro. Bendijo su propia suerte, miró el reloj del tablero:

-          3:18 am

III
-          Entra, vamos. Pasa por favor.

El doctor, especialista en psiquiatría y psicoanálisis Edgles Pastrano le daba la bienvenida a su consultorio. Como hombre precavido, Emilio había buscado solución a sus males emocionales en distintas fuentes, empezando por libros y revistas, terminando por internet.

El concepto que encontraba en estos sitios, eran soluciones a problemas triviales como baja autoestima, problemas de inseguridad y falta de atención; pero Emilio no era un hombre con problemas existenciales de esa índole, era seguro de sus defectos y virtudes, sabía quién era y cuál era su rol en la familia, la universidad y el resto de los entes que lo rodeaban. Sentía que su problema era quizá más profundo, le estremecía desde adentro de su cerebro, más no de su corazón y entonces, fiel creyente de las ciencias médicas modernas, contactó a la secretaría del reconocidísimo especialista Pastrano y concretó una cita tal día y hora específico.
El doctor, de facciones refinadas y serias le daba la bienvenida a su consultorio desde el escritorio fino. Un hombre de ojos críticos y alerta, Emilio advirtió que la exploración para el diagnostico había empezado justo cuando él había puesto el pie en la primera cerámica del despacho, al momento de verle.

Tiempo después, luego tan intensas charlas y consultas, donde hubo intercambio infinito de opiniones sobre la vida, sobre el trabajo y sobre el futuro, sobre sus deseos y anhelos, más miedos; Emilio se sintió en confianza con su médico, el cual había despertado en él grandes lazos de camaradería y fraternidad, sin embargo sentía la necesidad de ir periódicamente a la consulta a pagar para descargar sus emociones, pagar para ser escuchado y por su parte, el doctor Pastrano habría tenido tiempo suficiente para dar su veredicto. Había sido entre el cuarto de hora final de la consulta, luego de una tarde común de risas y discusiones filosóficas.

-          -Usted tiene una pequeña desviación, señor Castillo.

-         - ¿A qué se refiere?

-    - Muy probablemente, por el ritmo que vamos, sobre todo por las riendas que ha tomado, está desarrollando una conducta esquizofrénica, al menos muestra principios de ello.

Emilio se quedó perplejo ante tal afirmación y espero que el especialista prosiguiera.

-          -Seré franco con usted. Puedo darme el lujo de considerarlo mi amigo más que mi paciente. No es normal que usted haya querido venir acá, a mi consulta, a solventar problemas de carácter emocional puesto que ya estarías prácticamente curado de ello. Sabe que vino por su extraña capacidad de entablar universos y seres que no existen. No, no, permítame continuar… no estás enfermo, no estás en peligro Emilio, por ahora, pero puedes desarrollar una anomalía si sigues encerrándote en tu mundo de individualismo radical, solo mírate hombre, no comes bien, solo duermes 3 horas diarias y el resto del día andas pegado con ejemplares de ciencias que están casi olvidadas. Escúchame, esa anomalía llamada  esquizofrenia puedes evitarla porque en ti no es heredada por genes, sino que… creo que tu cerebro puede desarrollarla por los niveles de estrés en los que vives todo el tiempo.

El doctor se levantó de su escritorio y entró a una habitación contigua, salió con un envase pequeño y cilíndrico, un frasco blanco, brillante y pulcro con una sencilla etiqueta amarilla. Clorpromazina. Este frasco, significaría durante los meses siguientes para la vida de Emilio el escape farmacológico de urgencia. Le había prometido al doctor que mejoraría sus hábitos de vida, iniciaría más y mejores relaciones con su familia, tendría amigos y bajaría el nivel de intensidad con que se unía a sus estudios e investigaciones.

-          -Usarás esto cuando sientas que la realidad se rompa o que el tiempo cambie. Debes aprender a distinguir las cosas de lo que son reales y las que no. Con esto podrás controlarlo, pero te ruego no abuses de ello.

Así pasaron 10 meses de la vida de Emilio Castillo, quien volvió a la universidad prometiendo un montón de cosas que al final no cumplió.

Siguió enfrascado con sus clases y deberes de forma exagerada, siguió desinteresado de las relaciones sociales y mantuvo distancia de otros seres que compartían la misma casa de estudios, el mismo salón y hasta el mismo edificio de apartamentos.

El fármaco había resultado ser un tranquilizante potente para cuando los síntomas de lo que él llamaba “el desorden” surgía. Apenas escribía fórmulas o se hacía cuestionamientos sobre la materia en su biblioteca, durante largas horas de reflexiones en la madrugada, tomaba una dosis del preciado fármaco cuando observaba a sus libros vibrar en los estantes, y los ejemplares abiertos desordenados en el suelo daban giros repentinos y burlescos a las páginas en absoluta ausencia de viento. Las bombillas eléctricas titilaban y volvían opaca la habitación mientras sus muebles, crujían como huesos rotos en la quietud de su estudio. El desorden se había apoderado de su mente con frecuencia y mucha más intensidad de lo que recordaba, por ello Emilio en escapes premeditados, se refugiaba en las pastillas que le harían entrar en un estado de letargo, tranquilidad y placer. La somnolencia lo volvería un individuo menos cuidadoso en el estado de ebriedad psico activa en la que se encontraría, pero al menos no sería presa de su mente. Podría controlarla.
Una mañana decidió tomar carretera y dirigirse a la capital, muchos kilómetros de distancia de la pequeña villa donde estudiaba. Había sido un domingo de descanso sin obligaciones y él, queriendo visitar desde hacía ya un tiempo una galería de artes famosa, se desligó de sus obligaciones y emprendió dirección hacia la organismo que mostraba tales muestras para los que guardaban gusto, por tan singulares representaciones.
Pasó la mayoría del tiempo en los pasillos de tan grande museo, desligado de los grupos de turistas por los cuales sentía una pequeña sensación de repulsión.

Se pasó la hora del almuerzo girando por los pasillos de la institución, memorizando cada detalle de cada cuadro, de cada figura y de cada cuerpo. Su cerebro hacía cálculos infinitos sobre proyecciones matemáticas con relación a cada estructura posada sobre las bases y las paredes de aquel edificio, el color de aquellos dibujos se le inyectaron en lo profundo de su pupila, y durante horas observó detalles que ni los mejores críticos de arte pudieron apreciar en tantos años de estudio y método.

Caminando con paso armónico de música que en su cabeza sonaba, al ras de una guitarra imaginaria de Gustavo Santaolalla, se desplazó en soledad hacia el sector de las estatuas, que en resumen, habían sido tributo a los primeros modelos anatómicos de griegos y romanos en la antigüedad.

Se detuvo en el centro del salón y se encontró con un silencio espectral. Era el único ser con vida entre tantas estructuras que lo rodeaban, su oído se concentró en captar otros sonidos pero lo único que sintió fue el de su corazón latiendo y bombeando plasma por sus arterias.
De repente, sonidos de crujidos.

IV
Hora: 3:19 am

Se escuchó el freno de mano a punto como palanca desarticulada, y de los neumáticos traseros olía a banda quemada que le recordaba a las gasolineras de la ciudad.

Emilio se quedó esperando a un lado de su carro a que el conductor del camión grúa bajara, hasta que lo hizo. La puerta del conductor se abrió, de él bajó un fornido hombre de ancha espalda; franela y pantalones sucios, descoloridos grises y zapatos viejos.

Dio pasos decididos a donde estaba el joven y alzando la cara, Emilio pudo observar que las sombras de su rostro huían y volvían con la luz intermitente de su carro, resplandores nacían y morían en segundos, estos solo le dibujaban por momentos cortos la silueta de la cara extraña que tenía el conductor, como si en una habitación alguien apagara y encendiera las luces de forma continua.

Apenas podía verlo, no ofrecía detalles aquella cara intermitente bañada en segundos por la luz fugaz. Se mantuvo a distancia, como evaluando algo en la autopista, el coche y el hombre accidentado. Emilio estaba incómodo, sentía que había algo raro en este hombre, demasiado fantástico y característico para tales horas.

-         - Tienes un problema acá, me parece.

Aún no se acercaba.

-         - Sí, sí… como verá algo ha estallado en el cofre, no sé qué es, tampoco puedo ver nada. Creo que lo mejor sería remolcar el carro y mañana ver qué se le puede hacer.

- No has seguido las indicaciones, Emilio.

El hombre lo miraba desde las sombras, quieto, inmóvil, entre nieblas.

Emilio arrugó la cara frente a tan impertinente actitud. Quizá le habrían dado su nombre en el seguro, quizá.

¡TRIIINNG... TRIIINNG… TRIIINNG!

Su celular sonaba dentro del carro, en el asiento donde lo dejó; pero Emilio estaba más ocupado observando al hombre que tenía en frente.

¡TRIIINNG... TRIIINNG… TRIIINNG!

-          -Aún suena – Le dijo el hombre.


El ser se volvió hacia la grúa y empezó operar unas cadenas y objetos que tenía en el camión, trabajando copiosamente, empezó a silbar melodías remotamente conocidas para Emilio, quien escuchó por tercera vez los llamados de su celular.

¡TRIIINNG... TRIIINNG… TRIIINNG!

Sin darse vuelta, Emilio dio pasos en reversa y abrió la puerta del coche, se sentó y levantó el celular sin ver quién llamaba, estaba observando al extraño trabajar de espaldas, las luces parpadeantes mostraban el cuerpo del hombre mover las manos, sujetando palancas y silbando tonadas familiares para Emilio, luego venía la negrura de la noche y después volvía a aparecer tras uno o dos segundos de total oscuridad. Vio el reloj:

Hora: 3:25 am

-          Aló – No quitaba la mirada del hombre que trabajaba

-          -¿Señor Castillo?, es la agente de Asegurodar. Lo hemos intentado llamar desde hace 20 minutos pero su línea nos sale desconectada del servicio. Al fin hemos podi...

Emilio empezaba a temblar, su adicción a la Clorpramazina estaba empezando a pasarle factura, hacía frío esa noche pero estaba empezando a sudar y a escuchar con detalle todo lo que tenía alrededor, se frotó la cara con la palma de su mano y quiso pagar con aquella chica del teléfono, la ansiedad que estaba sufriendo desde el momento en que se estacionó a la orilla de la carretera.

Estaba pensando en lo que iba a decirle justo apenas escuchó la voz de la mujer, empezaría quizá con un ¿Sí?, me había extrañado que no llamaran, ¿sabe?, era bastante tiempo el que estaba aquí sin recibir respuesta. También me estoy quedando sin batería en el teléfono, de hecho casi se me está apagando en este momento, por suerte ya está aquí el imbécil que va a ayudarme a trasladar el carro que bastante se tardó, pero bueno, al menos eso hicieron ustedes. Pero la mujer se le adelantó antes de que él pudiera empezar con sus quejas.

-          - ....Disculpe señor Castillo, estamos apenados con usted, lamentamos decirle que a estas horas muchas de nuestras unidades de asistencia vial están fuera de servicio por mantenimiento, y las otras están ocupadas en distintas partes del estado, estamos haciendo todo lo posible para enviarle cuanto antes asistencia vial, pero tardaremos unas 2 horas en mandar a alguien a por usted, por eso no hemos podido ni podremos enviarle una grúa en el tiempo que ha pasado, pedimos disculpas. Le recomendamos llamar al 171 o a cualquier número que crea pueda ayudarle o si usted lo con...

Las palabras de la mujer sonaban en una acústica extraña. El flujo de sangre corrió con mucha más fuerza por sus arterias, apenas el corazón de Emilio empezó a contraer con tan enorme desesperación por las palabras de aquella mujer. Cerró los ojos hasta que las sienes le dolieron mientras esta mujer aún excusándose y hablando con aquella monotonía ridícula, ignoraba totalmente la situación del “señor Castillo”

-          -Tengo que colgar.

-          -¿Se encuentra bien?

Emilio colgó el teléfono y lo puso en el asiento de copiloto con mucha  cautela, aún con los ojos cerrados.

 La sensación de terror que tenía era la de un niño que se esconde bajo las sábanas, recogidas las piernas y muslos sobre su abdomen en posición fetal, con todos los dedos contraídos y los labios apretados para no gemir ni gritar. El silbido todavía se escuchaba desde afuera del coche. Dentro de la cabeza de Emilio habían  docenas de preguntas como quién o qué era lo que estaba afuera, de donde había salido aquella ayuda si la maldita compañía de seguros no había mandado a nadie.
-         
El hombre que estaba afuera había dicho su nombre, lo conocía. Sabía de dónde había salido. Se mantuvo agachado en el asiento y abrió los ojos, no quería alzar la vista porque esto se lo suplicaba el sentido común. Tanteó el asiento buscando otra vez inútilmente el frasco de pastillas, sus dedos se contraían sin su permiso y supo que era inútil buscarlas a ciegas, abrió los ojos, ya no sonaban más los silbidos.

No están aquí. Las pastillas no están aquí y lo sé… pero dónde, dónde podrían estar. Siempre las he traído conmigo. Dónde están, coño. Maldita sea, si tuviese tiempo. Esto no es real, esto no es real, esto no es real, esto no es real. No lo es. Ya ha dejado de silbar. Afuera no hay nadie, estoy aquí, solo. Afuera no hay nadie. Soy yo. Encuentra las pastillas, recuerda dónde están. Recuerda las pastillas, dónde están.

Vio la hora:

3:31 am

V

Inmerso en recuerdos, retrospectiva para viajar horas antes a donde se había encontrado tomando una vez más las dichosas pastillas. Estaba en el museo, lo recordaba, sí, estaba en el museo. En el salón de las estatuas griegas y estructuras romanas. Se encontraba en el medio de ellas y había escuchado crujidos alrededor. Estaba en soledad en aquel salón, con el bolso a su espalda y su ojo crítico pausado y detenido sobre aquellas personalidades de piedra, escuchando crujidos.

Había escuchado rumores provenientes de rincones, no quiso subir la vista hacia las caras de las estatuas porque sabía con qué se encontraría, era un hecho. Necesitaba la droga. Bajó la mirada y sentía que estos le observaban, las estatuas, estas lo vieron acelerar el paso y salir casi trotando del salón, con el desesperado deseo del fármaco en su boca; Emilio apuró el paso hacia el baño más cercano. Al mirarse en el espejo observó  desgraciadas depresiones alrededor de los ojos, más  abultaciones en los pómulos le confesaban la dependencia y el anhelo del tranquilizante, de lo contrario los seres y monstruos que guardaba en sus adentros saldrían y lo acompañarían, ya entendía la famosa frase de Stephen King con que estos seres eran reales, vivían adentro de nosotros, adentro de él, y que a veces ganaban. Pero no ahora. No mientras tuviese la droga en su bolsillo. Sacó el frasco y tomó 2 cápsulas, cerró los ojos.

Puso el envase sobre el cimiento y se apoyó en la pared. La droga se asimilaba y corría por sus vasos, dilatándolos y relajándolos mientras invadía todo los caminos de su anatomía. A los minutos abrió los ojos, hombre nuevo. Un placer y furor intenso. Hora de irse.

Carretera, autopista y llanuras al atardecer, dopado hasta la médula y sonriendo otra vez. Divagaba entre múltiples cavilaciones de sus impresiones en el museo, a velocidad monótona del vehículo la noche lo acobijó todavía en el principio de la carretera y disfrutó de ello, sola para él.

En el baño del museo, ya cerrado hacía bastante tiempo, en el lavabo, el cimiento húmedo, estaba olvidado el frasco de pastillas.


VI


Algo impactó contra el techo del pequeño Fiesta, haciendo que éste rebotara como si hubiese caído en un gran cráter. Emilio se asustó mucho más y casi saltó hacia el puesto de copiloto, quería meterse como fuese debajo de los asientos, acurrucarse y ponerse a salvo, desaparecer, lo que sea. No quería estar ahí. Temblaba sin control, desde el techo se escuchaba algo, un ser o bestia que se acomodaba y golpeaba el techo de lata del pequeño vehículo estacionado, era tan real, Emilio sabía que era su mente distorsionada, haciéndole estallar al no tener las pastillas consigo, los efectos de su esquizofrenia cobrando vida y monstruosidad en el mundo real. Golpeaban el techo del carro y lo hacían tambalear en una carretera abandonada de hacía cuántos siglos, había tomado el camino equivocado, ya no había llanuras y árboles, alrededor solo había páramos desiertos y negros, montañas con cavernas y criaturas desde sus adentros gritando y produciendo ecos con maldiciones atroces, que veían desde sus nidos sucios el carro con las luces titilando, se acercaban acechando y arrastrándose sobre la tierra como serpientes de lugares desconocidos, hambrientos, sabían que Emilio estaba adentro del coche y sonreían con cada metro que restaban en su arrastre hacia la carretera.

Emilio rezó y gimió. Debía luchar para controlar su mente, la enfermedad, quiso salir del carro y pelear a fuerza de voluntad contra su locura. No habría nada afuera salvo él solo y la carretera, pero debía pelear contra lo que escucharía y lo que vería. 

Las pesadillas, aquí y ahora, ya no estaba en una cama con la sensación de que una mujer lo asfixiaba y le asestaba una daga exótica en su corazón, no despertaría en su habitación cansado y solo, asustado y molesto. ESTABA DESPIERTO. Aquí y ahora, seres extraños se aproximaban, salían de su imaginación y venían a por él, lo olían dentro del pequeño vehículo de lata. Deseaban tener su carne, sus huesos y su gritos, Emilio los conocía de toda la vida, ellos vivían adentro de sus horrores, pero ahora él estaba en el mundo de ellos, vulnerable, era tan real.

Gritó con toda la furia que salía de su pecho y abrió la puerta, estaba seguro de que mataría para vivir. Tantos años estudiando física le habían de servir para poner a su imaginación en orden, no había monstruo ni criatura que podría devorarlo en el mundo real. Sobre su coche vio a una enorme masa viva, la representación infernal de su enfermedad, la esquizofrenia sobre su coche, compactando su vehículo y consumiéndolo justo como lo hacía con su cerebro. Esta regurgitó ácidos que corrompieron lo que quedaba de su vehículo y con él, su cerebro tan afianzado en fórmulas matemáticas y raciocinio. 

La valentía de Emilio dio inicio a furia ciega y enloquecedora, gritó hasta destrozarse la garganta como un animal entregado a sus más oscuros deseos de asesino. Se dirigió contra aquel monstruo, a aquel desorden para darle fin a la pesadilla, lo destruiría él mismo y abandonaría aquel mundo gélido lleno de horror y sufrimiento. 





Epílogo


A las  6 de la mañana llegó la unidad de auxilio vial al lugar donde estaba el Fiesta estacionado. El coche estaba a la orilla de la carretera, con las luces intermitentes y las puertas abiertas, totalmente vacío. Cabe destacar que el coche estaba en perfecto estado, sin problemas mecánicos ni eléctricos, esto pudieron verificarlo luego de encenderlo, puesto que las llaves estaban aún pegadas en la switchera. 

La policía encontró huellas, pisadas de Emilio a pocos metros del vehículo, a orillas de la carretera. Los rastros después de muchas vueltas sin sentido, en órdenes aleatorios, se pierden en la llanura y el desierto de la región, se produjeron muchas jornadas de búsqueda por las zonas adyacentes, todas fracasaron en encontrarlo.

Emilio Castillo, aún hoy, se encuentra en la lista de personas desaparecidas.