miércoles, 6 de agosto de 2014

Desajuste mental y una mala interpretación de la guerra.

Me inicié en el laconismo desde hace muchos años, tanto así, que no recuerdo cuándo fue exactamente que preferí guardarme mis comentarios y opiniones para mi mismo, para mis relaciones intrapersonales. Escribo en este papel viejo que me han regalado los del pasillo, no me acuerdo sencillamente de dónde saqué el lápiz, pero parece que haberles insistido por semanas ha dado resultado, de todos modos, estoy viejo y cada día que pasa me cuesta mucho más respirar; es como si al llegar a estas instancias, la ruta de la vida se tornase en una especie de colina muy empinada, donde me cuesta seguir, caminar o desplazarme.

- Ahí va el enfermo, decían

Febrero del 44. Recuerdo que la guerra estaba en boca de todos, en la de mis vecinos, mi abuela y hasta en los niños que en la calle jugaban. A todos les quitaba el sueño la avanzada de los americanos, el atrincheramiento de los alemanes y ¿por qué no?, los horrores que estaban creando los rusos por el otro flanco de los bávaros. En más de una ocasión todos se preguntaban, ¿qué hacía a un hombre tomar un rifle con bayoneta, e insertarlo con precisión en el abdomen de un pobre desgraciado?, ¿acaso serían cosas como el honor, la patria o la orden de los que estaban en los escritorios?, otros profesaban que era el resultado de un duro entrenamiento y el empuje de la desesperación, la inercia y todas esas tonterías, yo tuve muchas hipótesis, pero nunca nadie me escuchaba.

-¡El enfermo... dale dale enfermo!

Quise invitarles a pasear muchas veces, pero como era de esperarse, nunca quisieron aceptar. Estaban muy ocupados jugando a la guerra, con sus pies descalzos más sonidos de explosiones, con ramas como rifles y gritos de disparos. Me iba detrás de la casa a pensar; la guerra estaba en todos lados. Estaba en Europa, estaba en Asia, en las calles del barrio y hasta metida en la cabeza de los que conocía. Yo jugaba mi propia guerra, sí. Peleaba con mis emociones, era un niño, obvio. Pero era un niño con una insaciable hambre por el descubrimiento, por resolver las preguntas que se me hacían todos los días, por tratar de dar explicaciones a las costumbres enigmáticas que se mostraban en los individuos que me rodeaban pero, el mundo era cruel. Mis preguntabas se tornaban necias a los oídos de mis familiares y conocidos, los demás infantes me ignoraban y detestaban; en el peor de los casos era el objetivo de las burlas y los golpes. La guerra estaba en todos lados. La guerra había llegado a mi cabeza, sin saber cómo funcionaba.



- Ahí va el enfermo, decían

Sonreí. Durante largo tiempo leí muchos periódicos sobre la situación en el mundo, me los robaba porque nadie quería darme nada. Entonces creí comprender qué era lo que motivaba y llenaba de emoción a todos. La guerra era más que un conflicto, era una obra donde se tomaban vidas por tierras y por poder, ¡por poder!. El poder de dominar a otros. La chispa encendía en mi cabeza y todo cobraba sentido, como cuando salían bien las cosas, poco a poco pude ver los colores y se me ocurrió la idea de jugar a la guerra también, para ser aceptado y ganarme el poder, por el que todos también competían.

Cierta tarde, caminaba entre matorrales imaginando todo lo leído en los diarios, iba y venía por las afueras del caserío, me había alejado como innumerables veces para dar riendas a la imaginación. Cuando justamente, escuché pasos y risas tras de mí, volví la vista en la dirección de los sonidos y vi dos grandes hombres, con la cara llena de pinturas negras, camuflaje, empapado de aguas fangosas y gotas de lluvia que empezaban a caer de un cielo inesperadamente nublado y frío. Pocas veces como esa sentí tanta impresión, verme acechado por sujetos desconocidos de cualquier recuerdo, aunque... me es imposible olvidar sus rostros, aún están presentes, sus dientes y risas como hienas desde los montes, el objetivo de sus oscuros y siniestros deseos. Corrieron hacia mí. No pude pensar, solo atisbé en alejarme de ellos. Escapar. Corrí como nunca había hecho sin ninguna dirección en mi cabeza, mientras ellos recortaban distancias en zancadas agigantadas y ruidosas, volteaba y los metros los reducían con una velocidad desesperante, entre a los árboles, a la seguridad  de sus volúmenes, donde podría perderles si era rápido, conocía esos sectores tanto como conocía mis propios miedos.

Pero ellos también se conocían tales parajes, no podía perderlos, de repente creí que eran más... quizá habrían más de dos; no sé si era mi oído u otra desorientación de mis sentidos...

Los atraje hacia un claro en medio de los árboles y aguardé arropado por las hojas bajas y oscuras. Ambos hombres llegaron a la zona donde los esperaba, fuera de su vista. Comenzaron a llamarme furiosos, pues, no soportaban la idea de que me hubiese escapado con las mías.

Yo todavía estaba agachado viéndolos a poco distancia, aún recuerdo el olor de la tierra y el monte en derredor. Noté sus cascos, sus uniformes y de lejos escuchaba los estallidos de las bombas, morteros desgarrando la tierra y el cielo, el par de hombres me buscaban, y yo, agazapado me llenaba de sensaciones nunca sentidas. Me saboreo, escribiendo esto en el papel, hace tantas, tantas décadas y lo recuerdo como si hubiese sido esta mañana.

Tomé un tronco entre mis manos y con una fuerza demoníaca golpeé tan fuerte la cabeza del más grande, que solo salió un grito ahogado y sordo de su boca, como un martillo golpeando plástico, el croch de su cráneo y el paf de su pecho en el piso. Se me erizan los vellos de la piel.

El otro se espantó y quiso correr, ahora él era el que huía. Antes de que pudiese tomarme ventaja salté a su espalda y, con una mano en su boca para truncar sus gritos, cerré mis dientes sobre su cuello, rompí piel, músculo y vasos. Gritó y se sacudió pero yo ya me encontraba extasiado por el espíritu del combate, ahora lo entendía todo. Una sensación salvaje me poseyó en esos instantes, era otro soldado más ganando la guerra al otro lado del mundo. Por el rabillo del ojo observaba al otro joven, sacudiéndose y expulsando líquidos por su boca, temblando volvía a levantarse con sus dos metros de altura, sus ojos totalmente blancos más duras facciones en el rostro, era un demonio.

- Ahí va el enfermo, decían

Necesité parar unos segundos para organizar mis ideas. Acá en la habitación donde me encuentro hay muy poca luz y en resumidas cuentas, se me dificulta mucho escribir o mantenerme concentrado. He llamado a los enfermeros para quejarme por la luz, en vano, porque casi nunca vienen. Toso y respiro con dificultad, será mejor que me apresure.

Al que había golpeado en la cabeza se había levantado de su supuesta muerte, había aumentado en tamaño y ferocidad. El otro también cambiaba, pero cegué su oportunidad golpeando con el tronco su cabeza múltiples veces, y ya no se movió más.

El gigante se me acercaba, tambaleándose pues no se recuperaba del primer golpe que le dí. Entonces vi la ventaja y la victoria ya muy cerca, lo embestí con todas mis fuerzas y rodamos por el piso lleno de piedras, el cielo estaba manchado de colores apocalípticos, todo era caos a nuestro alrededor. Era él o yo. Su cuerpo encima del mío, ¡estaba a su merced!, temí por mí. Sus manos quedaron alrededor de mi cuello y empezó a apretar, más y más... no podía respirar, golpeé múltiples veces sus costados y pataleé para tratar de zafarme, pero era inútil. La presión aumentaba en mi cabeza y empezaban a abandonarme mis fuerzas, mi mano derecha buscó algo a mi lado, ¡una piedra!, la sostuve con fuerza y estrellé contra la cabeza del enemigo. Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, doce, quince, veintidós, veintisiete, treinta y cinco,  no sé cuantas veces... hasta que su rostro era un amasijo  abstracto de carne y sangre.

- Ahí va el enfermo, decían

Había logrado lo que quería, había estado en la guerra y había vencido. Me dormí sobre mis trofeos y al otro día corrí hacia el pueblo. Mis sensaciones eran confusas, pero un hervir de mi sangre me daba buenos presagios.

Estoy exhausto. Siento que mis crisis respiratorias se avecinan una vez más, esta vez no creo poder aguantarlas. En esta jaula de mierda no queda más que una tumba y olvido. Lucho una vez más.

A la lejanía ya se observaban los techos de las casas y la torre de la iglesia parroquial. Una gran algarabía y alboroto. Todos buscaban. Había gentes por todas partes. Buscaban como locos. Me vieron e ignoraron mis gritos, como siempre. Quise explicar. Pero siempre era lo mismo, es lo mismo. Pasan tantos años y siguen ignorando. Me enfurezco y presiono mis dientes. Grito sobre mi lucha con los gigantes. Con los soldados, había vencido. Tenían que escucharme ahora que había vencido, era mi momento. No sería más el enfermo; el enfermo nunca más.

Me corrían una vez más. Estaba desesperado. Ellos buscaban a alguien o algo, aún no lo recuerdo. Dos niños, desaparecidos desde el día anterior. No lo sé, mi cabeza me da vueltas. Aún siento la frustración de ese día. Los halé de sus franelas. Me seguían de mala gana y con gran obstinación, apuré el paso y casi los arrastré al claro del bosque, donde se encontraban los monstruos.

El horror. Algunos gritaron y las mujeres lloraban aterradas, unos apartaron la vista y se lamentaban. Yo no entendía, aún no entiendo. Los monstruos habían sido vencidos. Los niños habían desaparecido. Yo no maté a los niños, eran hombres. Juro que eran hombres los que me seguían, los que iban a por mí. Soldados con cascos y uniforme. Niños con bragas y shores. Todos muertos, en el mismo claro de bosque.

¿Qué hora es?, sigo encerrado en esta celda desde entonces. Me desoriento cada vez más. Mi crisis empieza nuevamente, los enfermeros no vendrán. Sucio, sin entender. Siento que estoy nuevamente en los bosques, esperando a los hombres, agazapado y ansioso, para envolverme en la violencia absurda y sentirme en la guerra una vez más.