viernes, 30 de enero de 2015

La ninfa del metro.

(NOTA)

A) No es de terror.
B) El contexto no es originalmente mío. Vi algo mínimamente parecido en un filme de los 80 que no recuerdo el nombre. Solo la idea, el 93% de lo aquí escrito sí es mío.
C) Desde que me vino a la mente, no pude soltarlo hasta que decidí escribirlo. Perdonen si no es del agrado de uds, que han leído otras publicaciones mías de un género qué... no tiene nada que ver con esto.
D) Espero les guste.





Ah..., hace tanto tiempo.

Era tan joven que el acné me delataba la veintena, y las señoras el "muchas gracias, chico" cuando daba el puesto en el transporte público. Con los pantalones pasados de moda y la clásica camisa roja hecha arrugas, una felicidad infantil por el viento frío de los rarísimos días nublados, que son una anormalidad gozosa en los países de clima caliente.

Sobre mi hombro izquierdo iba mi sueter de batman. Desde la mañana supe que la lluvia se desparramaría sobre la ciudad, entonces tomé el abrigo de capucha del murciélago viendo con emoción que el astro rey daría tregua ante las nubes grises.

 En aquellos días de Octubre empezaban mis dolores de pecho producidos por el cansancio continuo de la universidad, sumado a la falta de sueño y la comida barata con las cuales resolvía por cuestiones de tiempo. Del otro hombro cargaba mi morral de mayas repleto de guías, un par de libretas llenas de garabatos a los que llamaba apuntes, un tomo enorme de fisiología y mi libro de IT que para ese entonces era lo único que le ponía emoción a mi corazón por las noches, acostado en la cama luego de cenar. Era un muchacho muy tímido. Mi celular vibraba 3 veces al día, casi siempre siendo el remitente mi madre. Luego de las clases, por la tarde, el camino de salida lo recorrí respondiéndole que todo estaba bien, que hablaría con ella en la noche, como hacía desde que me había ido para estudiar. 

Los dolores venían de momentos. Del lado izquierdo, el sueter caído me escondía la mano derecha con los dedos pasando suavemente sobre mi pecho en modo circular, mi ceño fruncido por el dolor y por las colas que me calaría para ir de nuevo al apartamento me estaban cambiando rápidamente los aires, sobre todo a la hora de entrar a la estación subterránea, donde la hora pico haría un festival de anarquía y desorden.

La entrada del metro se dibujó a unas cuadras, el boquete rectangular donde las gentes - también abrigadas- se metían para tomar aquel metalizado vehículo sobre rieles donde convergían tantos cuerpos. Anna Frank tenía razón, uno podía sentirse solo aunque estuviese rodeado de personas..., porque cada mañana y tarde en aquellos vagones, yo me sentía más desgraciado, más solo, más adolorido y más triste.

Un viento gélido bajó por las escaleras. Sopló con fuerza desde la calle y me erizó los vellos de la nunca donde no llegaba el cuello de la camisa. Escuché por el intercomunicador la voz mecánica indicando que se aproximaba el metro y agradeciendo precaución. El dolor en mi pecho había empezado a relevarse en molestia, di golpesitos con mis dedos tratando de buscar alivio mientras aquella máquina chirriaba por los frenos y las personas comenzaban a levantarse, perezosas, desde sus asientos..., una luz de semáforo inició la apertura de aquellas puertas electrónicas, grises, limpias y frías.

Entré poniéndome el sueter y tapándome la cabeza con la capucha, no quería que me viesen con ganas de llorar o no sé, cosas de muchacho. Metí mi mano y sobé nuevamente mi pecho y con la otra buscaba mi libro entre mis papeles de la universidad. Hallé el ejemplar de literatura y lo abrí en donde se asomaba el marcador, lo extendí frente a mi vista, a una cuarta de mano de mi cara mientras me acomodaba los lentes para empezar a entrar en mundos donde se era muy pequeño y peleabas con monstruos enormes, terribles y hambrientos, con la confianza de que podrías vencerlos. Eso era lo que me regalaba King, la valentía para enfrentar problemas treinta veces más grandes que yo con solo la fuerza de mi corazón.

Pero al justo momento de encaminar los pasillos de las letras, el radio de mi visión se fijó en una portada negra, alzada en la misma posición que estaba mi libro, justamente en frente de mi puesto, bajo un cristal donde se veía que el metro empezaba a moverse y a resonar aquellos rieles chillando y gimiendo. El libro, en su portada, podría dibujarlo si quisiera... era una edición más vieja, más antigua y usada, el negro empezaba a ser grisáceo y los hilos de las costuras empezaban a marcarse por aquel lomo desplegado. Era el mismo libro que yo leía. IT, de Stephen King... unos años antes había salido aquella edición, mientras yo había conseguido una nueva hacía pocas semanas en una feria del libro. Aquella situación me arrancó una carcajada por la probabilidad tan diminuta, irrisoria en la que me fijaba. El pecho volvía a dolerme, un par de golpecitos y quedé viendo aquello... unas manos demasiado blancas, delineadas con tanta delicadeza y sujetando el libro con una técnica poco utilizada hasta para los lectores más especializados.

Una cabellera castaña, casi rojiza caía sobre los hombros de aquella mujer, coronados por un pequeño gorro de panda blanco y negro. Mi cuello se estiró todo lo que pudo y mi cabeza se giró para dar mejor alcance a mi vista, teniendo el libro en la misma posición como barrera para esconderme, encontré unos grandes ojos café, llenos de brillo tras unos cristales que servían de película para el movimiento rápido de aquellas ventanas claras. Aquellos grandes, brillantes ojos se deslizaban en armonía con lo que leía, sobre sus mejillas, colores suaves y casi, casi, casi puedo darme el lujo de haberlos creído tibios. La silueta de sus pequeños labios rojos, suavemente mordidos por sus propios dientes delataban la emoción por la aventura en la que se encontraba sumergida.  En aquel momento sus ojos se agrandaron y luego volvieron a enfocar las páginas amarillas del texto, entrecerrando los mismos y sonriendo para sí misma..., un movimiento brusco del metro hizo que cayesen mechones sobre su cara y ella volviendo a reír, reparó en quitárselos lentamente. Quise, deseé ser aquellos cabellos los cuales ella había tocado con tanta feminidad.

Volvía su vista, siempre rápida a pasear las hojas reflejadas vagamente en el cristal de sus gafas..., me quité la capucha que me disminuía la luz pero siempre con el libro en mi cara, pude verla sentada como una criatura de los bosques de Tolkien, imaginaba aquella chica sobre un suelo verde de bosque místico..., entre miles de flores, árboles, vientos meciendo su cabello, el olor que emanaba y mis suspiros, todos de ella..., llegados desde mi escondite detrás de cavernas y lugares oscuros. Ya no era el metro. Ya no era el dolor de mi pecho. Mi corazón latía con tanta fuerza y sobre mi estómago aleteaban miles de criaturas aladas sacadas de universos insospechados, aquella risa había sido el canto de mil pájaros de mañana, como los que había escuchado camino a la universidad.

Violines, violonchelos, trompetas, tambores, guitarras, pianos y coros explotaban desde mis oídos dando conciertos rimbombantes y estrepitosos. Nadie lo escuchaba. La música de aquel fondo, de aquel metro, de aquel bosque, la música me llenaba el corazón de júbilo y una dulzura jamás antes sentida.

Aquellos ojos pararon y giraron lentamente hacia donde estaban los míos. No sé cuánto tiempo estuvo así, viendo a lo que sea que estaba en frente, con el semblante ridículo, la boca abierta, las gafas semi caídas, el cabello revuelto y mi sueter de batman. El pánico se apoderó de mi, pudo explotar algo adentro de mi pecho y ordené que todo aquel concierto se detuviera, agarrando el libro y poniéndomelo en la cara. Temblaba. Mis manos, mi libro temblaba y empezaba a sudar en aquel vagón que fácilmente podría haber estado a 20 grados.

Era demasiado cobarde.

Estuve un gran tramo del metro de esta forma, ignorando lo que mi corazón me pedía a gritos desesperados. Bajar el libro, levantarme, dar tres o cuatro pasos y preguntarle su nombre, invitarla un helado o si quisiera un café, hacerla reír, robarme su corazón, hacerla feliz, ser feliz con ella y otro montón de cosas locas que se me ocurrían. Por alguna razón extraña sentía su mirada tras mi libro, viendo fijamente que yo estaba escondiéndome tras un tomo de lo que justamente ella estaba leyendo.

La voz mecánica anunció mi parada. Bajé el libro y vi una vez más a la ninfa leyendo..., caminé rápidamente por el pasillo y salí por aquel par de puertas. Tomé aire afuera de ese vagón, puse las manos sobre mis rodillas e inhale y exhalé un par de veces como asmático, la tensión había sido brutal. El dolor en mi pecho volvía a pronunciarse y me toqué ahí, con fuerza.

Volteé hacia el vagón de donde había salido, miré por los cristales y ella estaba levantada, apoyada a una de las barras para los que van a pie. Me miraba con un semblante un poco triste, quizá preocupada, me había visto salir del metro y todavía me veía estar de pie, al otro lado del cristal.

Sostuve la mirada un momento..., luego me dejé llevar por un impulso instintivo que sacaría sabe Dios de qué abismos de mi alma, mostrando mi libro, señalé el suyo y susurré sonriendo, como para que pudiese leerme los labios a través de la ventana:

-¡Tenemos el mismo!

Ya no me importaba quedar como un loco, había sentido tantas cosas en esos 20 minutos que la descarga había sido aliviadora para mi; esperando lo peor, me quedé así y ella esbozó otra sonrisa cómplice, tres veces más radiante y más hermosa, pero esta no era producida por textos ni por mechones sobre su cabello, era para mi, un regalo precioso que guardaré por siempre. Asintió sin dejar de sonreírme, sus ojos brillaron como la mejor de las lunas vistas desde siempre y sus mejillas subieron varios tonos de colores hasta llegar al rojizo de sus cabellos, colores tan intensos, y también susurró:

- ¡Sí..., el mismo!


El metro empezó a moverse y los rieles a temblar. Mi sonrisa se desvaneció porque aquí acababa todo, cuando aquel vagón volviese por el túnel. Ella también dejó de sonreír y sintió el metro andar, caminó hacia la puerta pero ésta se encontraba cerrada. Me moví rápidamente hacia ella pero se alejaba más a buena velocidad. Ella trató de bajarse, presionó el botón de la puerta pero ya el metro no iba a parar.

La vi despedirse con amargura, con tristeza de aquellos ojos café, brillosos tras gafas de ventanal. El dolor de pecho volvió y se quedó conmigo..., no era la neuritis de siempre. Desde mi pecho, mi corazón lloraba por dentro.

¿Para qué mencionar los detalles?, por supuesto que tomé el otro metro y bajé en la siguiente estación, luego en la siguiente, y en la próxima y así hasta que se acabaron todas. Llegaba de noche a casa todos los días, recorriendo aquel metro y otros tantos vagones con todas sus estaciones. Me monté a la misma hora múltiples veces y pregunté a las gentes hasta fastidiar.

Ah..., hace tanto tiempo.


A veces cuando pienso en ella, todavía me duele aquí dentro. Nunca jamás volví a verla.







sábado, 10 de enero de 2015

Expediente abierto número 0034094, departamento de estudios forenses.

Expediente abierto número 0034094, departamento de estudios forenses.

Asesinato, ajuste de cuentas, venganza.

Investigación en curso.


I

Antes de que mi locura haga presencia y me hunda en lapsos de ira descabellada prefiero colocar en palabras de la forma más coherente pero coloquial posible las razones de esta situación.

El Valle Hundido del Muerto. ¡Maldito lugar!, fui allá para robar, lo sé... no soy un hombre ejemplar y merezco muchas cosas malas, pero no tanto. No tanto como para estar acorralado, verán... me pagaría el viejo Da Silva, un maldito portugués ambicioso con los objetos raros y las fantasías extrañas. Hice antes trabajos para él, robar ciertas reliquias familiares en una casa, llevarme un símbolo de una iglesia o hasta entrar a un museo pequeño a robar cuadros para el miserable viejo. El hombre me dijo que me pagaría el triple para este trabajo, que tenía que ser en un pueblo montañoso de poca comunicación con la mayoría del estado. Era la joya verde de la viuda Sonia Rosco, una señora que vivía sola en la casa más apartada del pueblo, Da Silva me dio todas las indicaciones, me dijo cómo entrar a la casa, a qué hora y por dónde salir; me dijo también que debía tener extremo cuidado con lo que tocaba ya que la doña era muy quisquillosa con el orden de su casa, con suerte ella notaría la ausencia de la joya días después, ya cuando me habría ido.

Llegué al pueblo por la mañana, reservé una cabaña de alquiler y me propuse a repasar el plan unas tres veces antes de ejecutarlo. Algo no andaba bien con este trabajo, no era un robo casual. Y aunque el sentido común me decía que sería fácil sacarle hasta la cartera a una señora que vive sola en una casa, que debería estar dormida para cuando yo entrase, algo en el fondo me suplicaba que mandase el plan al carajo y que tomase el primer bus a mi ciudad de origen, que mandara al carajo las ordenes del viejo portugués y que por último, mandara al carajo toda esta joda de andar robando estupideces. Ya era hora de buscar golpes grandes en la capital. 

Pero no, me apeé del pasamontañas, la linterna de mano, del revolver .22 cañón corto entre mi bota derecha, el destornillador de pala y corrí como alma que lleva el diablo por el sendero de Sonia Rosco a las 11 de la noche, me camuflaba la lluvia y las ráfagas de viento disimularían mi escabullida en la casa. Esta era una gran casona ubicada en la periferia del Valle Hundido, una sola planta, el techo de tejas destartaladas, algunas caídas, me daban la respuesta a que quizá la vieja sí viviese sola esperando a que un infarto la dejase fulminada en su mecedora un domingo cualquiera, qué lindo ¿no?. Las paredes habían sido blancas y uniformes unos años atrás, pero ahora estas eran grises más llenas de cicatrices y grietas huecas, oscuras. Me pregunté cómo era posible que la casa no se le hubiese venido encima con cualquier ventisca. El sendero daba muestras de haber sido lleno de flores y demás plantas preciosas unos veranos antes, ahora estaba llena de matas corroídas e inundadas por la tormenta escandalosa que tenía encima, observé las entradas posibles, una única puerta frontal negra como el cielo sobre nuestras cabezas con un protector de hierro, oxidado pero fuerte, no sería posible abrir tal estructura sin tocar la puerta diligentemente y cuando la señora asomase su cabeza, volarle la tapa de los sesos y con suerte, utilizar la llave arrancándola de sus manos cadavéricas.

 Miré hacia los extremos, las ventanas.

 Me quejé todo el puto camino hasta el cristal de aquellos ventanales y al forzarle los tornillos con el destornillador pude abrir sin problemas, la casa que estaba a oscuras. Encendí la linterna. 

Maldecía en mi interior por sentir un terror sobrenatural y escalofriante, los múltiples cuadros ordenados por toda la superficie de la pared, mostraban señoras viejas, todas con el semblante serio y la joya colgante en sus cuellos. Esta joya en serio debía valer una fortuna, me aseguraría de cobrarle más al viejo mezquino. Pasé con extremo cuidado por enfrente de la puerta de su habitación, me sabía de memoria la edificación por estudiar los planos con que se diseñaban las casas de aquellos lugares. Podía escuchar la respiración lenta de la vieja Sonia en su cama, me deslicé como una pantera hasta el extremo del pasillo donde se supondría estaría el salón y adentro, la joya deseada.

No tardé mucho en encontrar la piedra brillante puesta en un molde de cuello alto, donde se exhibía la gema. La quité con rapidez y sin pensarlo, quería largarme cuanto antes. Me guardé la gema en la bota izquierda y me di la vuelta para moverme al pasillo otra vez y salir por la ventana. Todavía llovía, así que sería fácil escabullirme como una rata hacia el jardín. Al darme la vuelta proferí un gemido. 

En el umbral de la puerta, mi linterna apuntó la única salida y ahí estaba, la viuda Sonia Rosco me miraba fijamente sin pronunciar palabra alguna.

La bata negra en contraste con sus cabellos blancos y grises se movían por el viento que entraba por la puerta de su cuarto, ¿cómo era posible que no la había escuchado?, ¿tan centrado estaba por tomar la joya que no escuché el abrir de su puerta y sus pasos hacia donde me encontraba?, sus brazos caídos alrededor del torso y sus manos, con dedos engarrotados apuntaban hacia el piso dibujando sombras extrañas. Su cara era lo peor, la boca era una U invertida, como una mueca exagerada sin mostrar los dientes y sus ojos, uno me miraba serio e indignado mientras el otro, muerto, tapizado con una película blanca, grumosa y repulsiva me estudiaba durante no sé cuánto tiempo que estuvo observándome en silencio.

Nos quedamos mirándonos fijamente, ella observándome desde el umbral de la puerta y yo petrificado, preguntándome qué debía hacer, el plan había salido mal, ella me había visto y yo ahora era un ladrón atrapado; así que saqué mi revolver y la apunté pues ahora ya no tendría que guardar discreciones.

La apunté sin mediaciones, mi mano temblaba porque temía que empezase a gritar y las cosas se tornasen peor pero ella, aún me miraba de la misma forma serena, parpadeó un par de veces y me preguntó:

- ¿Qué está haciendo usted aquí?

Me sorprendió su calma y su seriedad al preguntarme, creí que no comprendía la seriedad del asunto, entonces me di cuenta que estaba nervioso.

¡Cállese!, ¡cállese y quédese quieta ahora mismo! - No sabía qué decir, nunca tuve que apuntar a alguien alguna vez - ¡Al piso ahora o le caigo a tiros maldita vieja de mierda!, ¡que al piso nojoda! -

La viuda aún de pie, al escucharme me miró extrañada, se rió un poco y luego me volvió a mirar, luego volvió a reírse mucho más.

¿Qué vino a hacer aquí?, ¿usted quién es, qué está haciendo? - Sonreía muy complacida con su ojo blanco quemándome de horror - Vino por la joya ¿verdad?, usted no sabe ni lo que está haciendo ¿verdad? - Chillaba en carcajadas. Empezó a dar pasos hacia mi, se reía mientras caminaba lentamente y yo, que entraba en una mezcla de pánico y furia, empecé a sentirme insultado y subestimado. Yo tenía el arma y esa perra se estaba riendo de mi, me sudaba el cuerpo y me temblaban las manos.

- ¡Quieta o le caigo a tiros!, ¡quieta coño, ya! ¡maldita perra, para ya! - Pero ella seguía caminando hacia mí, riéndose a carcajadas y mostrándome su ojo que me llenaba de pánico e impotencia. Cuando estaba a tres metros de mi, puse el índice en el gatillo para que retrocediera, por un momento me creí triunfante pues se detuvo y dejó de reírse, le grité que se tirara al suelo y ella volvió a sonreírme, esta vez pude guardar la imagen de su cabello viejo, su rostro podrido y sus dientes caídos, el ojo blanco y espumoso tratando de verme bajo la capa blanca, alzó una mano y trató de tomarme. Entré en pánico. La creí un demonio. Le disparé. Le disparé como cuatro veces.

Todo pasó muy rápido y mis acciones fueron por inercia, por inercia repito y por horror. Sonia Rosco cayó de espaldas, mirándome impresionada y empezando a respirar con dificultad, la sangre le brotaba de cuatro agujeros entre el estómago y el pecho. Me decía algo, pero no pude escucharla porque se ahogaba con su propia sangre. Yo me tomé de la cabeza y cerré los ojos con furia, trataba de despertar de una pesadilla. Me sentía un estúpido, me maldije mil veces y miraba otra vez a Sonia Rosco ya casi sin poder respirar, hasta que poco a poco dejó de moverse y con la boca abierta tratando de tomar una bocanada de aire, los ojos fijos en el techo en un expresión de dolor, perdió todo signo de vida y pasó a ser un recién cadáver.

Primero pensé en que todo había acabado, que por mis errores todo iba a tornarse en un martirio hasta el momento que me atraparan y me enjuiciaran. Me pudriría en la cárcel. Todo se había jodido, me seguía golpeando la cabeza con el arma cuando mire por la ventana; aún llovía, la casa estaba vacía, solo éramos ella y yo en el edificio, pero ahora ella estaba muerta, la vieja Sonia Rosco no tenía vecinos y no podrían haber escuchado las detonaciones, la tormenta habría camuflado cualquier ruido que hubiese salido de la casa. Nadie nos había visto, nadie sabía que yo estaba siquiera aquí. Me guardé el pequeño revolver en la bota izquierda y los demás utensilios. Mi corazón latía con fuerza exagerada, me dolía la cabeza y me encomendé a la adrenalina, pasé por un lado del cadáver todavía tibio de la viuda, corrí por el pasillo sin mirar los cuadros en la pared, al llegar al extremo abrí con rapidez la ventana y volví la mirada por un segundo una vez mas.

Corría por el sendero que conducía a la casa pero esta vez en huida, el revolver caliente empezaba a molestarme en la bota y me detuve a descansar. Estaba exhausto por la cantidad de emociones y estrés, había matado a la perra a sangre fría, ella no me había dejado opción ¿verdad?, ella pudo haberme dejado ir sin tener que matarla, yo se lo advertí. Seguí corriendo a todo lo que daban mis piernas hasta que encontré la carretera, ya estaba lejos del sitio y volteé a ver la casa, aún a oscuras y sola, como justo se encontraba antes de entrar en ella. Luego volví a trotar, y mientras iba pisando charcos con la lluvia cayendo en mi cara por haberme quitado el pasamontañas, me puse a pensar en la viuda, en lo que me había dicho. ¿Por qué había actuado de esa forma ante mi?, ahora que lo pensaba, ella se había mostrado simpática, más que eso... se había mostrado realmente hilarante ante la pistola y mi presencia en su casa, es decir: ¿estaría loca? o quizá yo me habría inventado todo. Quizá yo apenas al verla le habría disparado sin mediar palabras, no sabía qué pensar. Luego me vino un recuerdo a la mente, antes de salir de la casa, al abrir la ventana cuando volví la vista una vez más, mis ojos se tornaron por el pasillo, pasaron los cuadros tétricos, llegaron al salón abierto justo donde reposaba el cadáver de la vieja...

Me paré en seco bajo la lluvia y respiré con dificultad, no sé qué era real o no, no sabía si mi mente me había hecho creer que ésa era la circunstancia. Sonia Rosco, el cadáver todavía tibio de Sonia Rosco, baleado en el piso del salón en su casa, acostada boca arriba, todavía visible desde la ventana donde yo me encontraba, con los ojos abiertos, ella... me sonreía.


II


La cabaña de alquiler quedaba al otro extremo del caserío, a estas horas de la noche y bajo la lluvia sabía que encontraría las calles vacías. Temeroso de que alguien me viese y por alguna razón estúpida, mi mente aterrada creía que podían señalarme y gritar que llamasen a la policía, la paranoia me hacía correr más rápido al pensar que tendría que esperar unas 5 horas para tomar el bus devuelta a la capital, seguro sería tiempos terribles de ansiedad, caminando de algún lado a otro en la habitación y mirar por la ventana, nervioso.

Cerré tras de mi la puerta de la cabaña de alquiler, la había encontrado justo como la dejé, al parecer nadie había notado siquiera que había salido. Me quité todas mis ropas mojadas y las metí en una bolsa negra, junto con el destornillador, la linterna, el pasamontañas y el revolver. Me duché rápidamente y me vestí de forma abrigada, aunque la lluvia empezaba a perecer hacía mucho frío y estaba todavía cansado por lo que había recorrido. Miré por la ventana una vez mas, había algunas cabañas todavía con las luces encendidas en el complejo, otras estaban oscuras y silenciosas.

Levanté la vista para ver la hora en el reloj colgado en la pared, no eran más de la 1 de la mañana. No descubrirían el cadáver sino hasta las 3 de la tarde cuando alguien, extrañado por la ausencia de la viuda en su trabajo o quizá alguna compañera de la iglesia llamase a su casa para preguntar. Estaría yo muy lejos para entonces.

Debía dejar de pensar en la mujer, estaba muerta y yo vivo, era lo único que importaba. Los sentimientos de confusión volvían a mí, el recuerdo se mostraba confuso y opaco ante mi memoria, sé que si ella me habría dejado ir con la joya... ¡LA JOYA!, corrí rápidamente y revisé la bolsa con mis ropas, no estaba. Entonces recordé del compartimiento en mi bota izquierda y al tomarla me hizo sentir tranquilo. La joya verde, esta joya que me había hecho entrar a una casa como una rata a robar y luego, sumergido en desesperación me había hecho matar a alguien. El color de sus dimensiones me hizo perder la conciencia por segundos, estaba seguro que cobraría mucho al viejo Da Silva por ella, entonces entre los colores de la piedra preciosa noté cambios, entre su transparencia verdosa vi paisajes nocturnos y cielo oscuro, parpadeé un par de veces y todavía observaba que se apreciaba un punto de vista, como de un pájaro que estuviese volando a grandes velocidades por bosques y campos, me perdí en los viajes y la dirección tomó un punto básico, ya no se veían casi árboles sino calles y casas, luego otros senderos y poco a poco podía entender qué pasaba, sea lo que sea se dirigía hacia las cabañas de alquiler donde me encontraba. Luego solté la joya y retrocedí un par de pasos asustado, volvía la sensación de terror... debía dormir, necesitaba descansar y despejar la mente.

III

Salí del Valle Hundido a las 7 am con el primer Bus directo a la ciudad. No pude pegar un solo ojo en toda la madrugada y tampoco me fue fácil en el viaje de regreso. Al salir esta mañana de la cabaña de alquiler, tuve todo el tiempo mi mano sobre el revolver, acariciando el mango por si tuviese que sacarlo inmediatamente de mi chaqueta, temblando y parpadeando frenéticamente, miraba cada tanto hacia todos lados imaginando que alguien o algo podría salir de la nada y enfrentarme por equis razones, había una sensación extraña y paranoica en mi cabeza que me hacía sentir alerta por no sé que motivos. En la recepción no me atendió nadie aunque llamé muchas veces y toqué el timbre hasta que casi explotó la campanilla. Decidí por mandarlos al diablo dejando las llaves en la superficie del mesón, con una nota explicando que tenía prisa y agradeciendo por los servicios de la forma más hipócrita que se me ocurrió. Salí inmediatamente del conjunto de cabañas y paré un taxi el cual me llevó a la única terminal del pueblo. Quería salir pitando de la zona antes de que alguien encontrase el tieso cadáver de la vieja loca a la que había baleado la noche anterior. 

Bien sabe que la gente de pueblo es rara. Tiré la maleta a un lado del asiento posterior donde me senté y pedí que me llevase al terminal. El taxista me miraba de arriba a abajo con cara de perro, quizá por mi nerviosismo e insistencia en que llegase rápido a la terminal. Era un hombre blanco y canoso, estaría tocando los setenta años el muy desgraciado, en su mano tenía encendido un cigarro el cual no inhalaba, solo dejaba quemarse y morir por fuera de la ventana, su cara cadavérica consumida por los años, una boina negra inglesa, casi tan vieja y arrugada como el resto de su rostro y un parche, también negro, que le ocultaba el ojo derecho de sabe Dios en qué accidente se lo habría volado. En la radio una mujer cantaba Non, Je Ne Regrette Rien y por un momento, la idea del sueño se materializó en mi cabeza como no había podido hacerlo horas antes. Saqué mi petaca y bebí un trago largo mientras todavía el ojo del taxista pasaban consecutivamente de la carretera al retrovisor, donde me estudiaba con cierta pizca de estar divirtiéndose. Pasamos las carreteras del Valle Hundido del Muerto, aún quedaban vestigios de la tormenta pasada. Yo escondía mi cara agachándola en el carro disimuladamente pues no me sentía cómodo sabiendo que había corrido esas calles la noche anterior, si alguien me hubiese visto y si por alguna razón ya se supiese que a la Rosco la habían dejado como un colador para esas horas, que me vieran en un carro con la única dirección al terminal me llenó de un pánico terrible, aunque las probabilidades eran absurdas. Mis nervios andaban de punta desde hacía mucho rato pero la música empezaba a calmarme. El hombre al volante movía la cabeza al ritmo de la canción mientras hacía gestos de cantar con su boca mugrienta y gris del tabaco. 

- Avec mes souvenirs 
 J'ai allumé le feu 
Mes chagrins, mes plaisirs 
Je n'ai plus besoin d'eux

Otro trago y acaricié nuevamente el mango de mi revolver escondido en mi regazo. Miré nuevamente al hombre y éste seguía entonando la canción mientras tamborileaba en el volante, viendo la carretera. Sus dientes (algo que no me había detenido en observar) estaban tan grises y empezaban a mostrar los rastros de podredumbre, como una caverna llena de rocas afiladas con restos asquerosos. 

Con suavidad y sigilo, observé el cilindro del revolver donde estaban las recámaras de las municiones. Solo 2 de los 6 espacios disponibles estaban intactos. Recordé las 4 detonaciones hechas antes y volví a cerrar con mucha precisión, recordándome que lo de anoche sí había pasado. 

En el Valle Hundido del Muerto casi nunca pasa nada especial.

- ¿Qué?. - Respondí extrañado tras lo que dijo, me tomó por extrema sorpresa haciéndome saltar del asiento con un escalofrío.

Las cosas aquí se mantienen porque la gente hace lo que debe y no hace lo que no.- Soltó una carcajada y luego aspiró del cigarro.- Cuando alguien hace lo que no, vienen los problemas, ¿no le parece a usted?, mírese... se ve como si hubiese escapado de la muerte, ¡ah, y hablando de la muerte! anoche hubiesen podido matar a alguien y con la tormenta nadie se hubiese enterado, hasta hoy-  Y volvió a sonreír, esta vez con el cigarro entre los dientes y con sus dientes grisesamarillentos asomados en aquel ventanal muerto; mientras él hablaba, halé el martillo del revolver y el ¡click! me hizo estar seguro de que estaba cargado. Apunté desde dentro de la chaqueta hacia la espalda del que manejaba esperando a que algo pasase, si es que tenía las agallas de decirme que sabía lo que yo había hecho, lo que tenía encima, lo que tramaba o si pensaba siquiera que iba a abrirle un agujero en la espalda.

Luchaba para que mi voz no se quebrase.

Yo prefiero hacer lo que me de la gana. - Respondí al final con mejor acento, tratando de intimidar al hombre pero cuidando a lo que decía a continuación.

- ¿Pero está usted seguro de saber lo que está haciendo?.- Ahora no sabía si era la voz del viejo la cual me hablaba, creía haber escuchado tal entonación en otra circunstancia pero me negaba a mirar hacia el recuerdo.

- S-s-se-se-gu-guro n-no estoy.- De lo que estaba casi seguro era de que el maldito viejo me estaba tomando el pelo. Puse el dedo en el gatillo y noté que mi pulso temblaba, el cañón ligeramente asomado sobre mi chaqueta se movía inestable y me debatía en mi cabeza si dispararle o no. Medía con desesperación las posibilidades 

(ABRIRLE UN HUECO Y HUIR EN EL CARRO)

- C-cre-creo q-que ha-br-bria de seguir pa-pasase lo que pa-sa-sase. 


(ABRIRLE UN HUECO Y CORRER RÁPIDO)

El taxista rió en estruendos y fumó otra vez mientras ponía su ojo en el retrovisor. Me congelaba con su vista pero sudaba a montones, me faltaba el aire en aquel momento y recordaba gestos en aquella cara larga y anciana.

- Seguir y seguir y seguir, a veces toca. Te equivocas, haces lo que no debes y no te queda más remedio que quedarte de esa forma.

(ABRIRLE UN HUECO Y LUEGO VOLARME LA CABEZA)


(ABRIRLE UN HUECO)


(ME ABRISTE UNOS HUECOS)

Me quedaba sin aliento. Ya el taxista no sonreía, me miraba de forma estática y su parche negro empezaba a diluirse entre su carne, como si hubiese sido un resto de algo podrido en piel que tapase su cuenca.

- Llegamos.- Dijo solamente, sonrió y se metió el cigarro entre los labios. Esta vez no fumó si no que lo succionó completamente en su boca y empezó a masticarlo. Ante aquello le tiré un billete de cien y sin esperar cambio ni decirle un carajo abrí la puerta, halé la maleta y cerré de un portazo. Caminé en dirección a la salida de autobuses y miré nuevamente hacia el taxi. De la ventanilla me observaba y se sonreía cínico. Debí dispararle cuando pude al hijo de puta. Pero aunque hubiese querido no hubiese podido, era demasiado, tanto el deseo de huida que me habría arriesgado hasta el final para salir de aquel sitio intacto y sin escándalo. 

Casi corrí. Su parche negro se había diluido por completo. Gemí y giré rápidamente casi saltando hacia los autobuses porque donde había estado en un principio aquel ojo tapado, se había formado una película gris y grumosa, semitransparente que se movía en diversas direcciones y me estudiaba justo como me había estudiado otro ojo. Otro que yo presumía muerto desde anoche.

IV

Entré al autobús y me senté en el primer asiento justo a la ventana. Fui el primero en subir y el último en relajarme, presté atención a cada uno de los pasajeros que se subían al camión. Ninguno con un parche, ninguno viejo con pinta de estar muriéndose o de carácter especial. Muchas parejas y niños, uno que otro hombre con sombrero y muchas gallinas en cajas improvisadas. No estuve tranquilo hasta hora y media después de haber arrancado, cuando me dormí por fin. El resto del viaje lo pasé en sueños.

V

Casi me lancé del autobús apenas llegamos a la terminal de la ciudad. Sabía la diferencia de seguridad entre las terminales capitalinas y las rurales, por lo tanto me escondí el arma dentro del bolso rodeado en montones de ropa apenas entré en los baños.

Camino hacia la parada del transporte, cavilaba con tranquilidad en mi mente qué debería hacer. Podría irme a mi apartamento y descansar un poco, dormir unas horas y luego aumentar de forma generosa la suma por la joya al viejo portugués. Lo llamaría y exigiría un monto, se molestaría pero al final accedería a mis peticiones..., no iba a negarse luego de tenerla tan cerca por unos cuantos ceros demás al cheque que iba a despechar. Por otro lado pensaba en irme directamente al negocio de Da Silva, entregarle la joya, salir con mi cheque y perder para siempre toda la relación con aquella joya por la cual yo había derramado sangre a punta de plomo, y sufrido unas que otras cosas raras.

Me decanté por lo segundo y en vez de tomar la ruta hacia el edificio de apartamentos donde vivía desde que me corrieron de la casa, tomé la que se dirigía al negocio del viejo una última vez. 

- ¡Miserable dosgraciáadu! .- Me saludo con los brazos abiertos el hombre detrás del mostrador. Da Silva era la representación exacta de un viejo hijo de puta. Atorrante, autoritario, astuto y tramposo. Con una calva pronunciada a excepción de la región posterior de la cabeza, así como ciertos mechones uniformes y desgastados por los años, la cara era increíblemente fea y en algunas ocasiones era molesta con su sonrisa pervertida y sus bigotes desproporcionados. De obesidad mórbida y su papada pronunciada, al hablar se le movía todo el amasijo de pellejos como bamboleantes, parecía un cerdo enorme y sucio, que cuando hablaba se emocionaba en un punto donde escupía a todos alrededor. En serio la gente lo odiaba. 

Aquí tienes tu vaina.- Se la puse con pulso en el mostrador, él la tomó con cuidado y observándola a contra luz por unos segundos, escuché sus risas entre murmullos y luego fue a la parte posterior del almacén, donde la metería en la caja qué, días más tarde la policía me diría que jamás fue encontrada.- Necesito que le agregues dos ceros más la cuenta, tuve que plomear a la vieja porque mostró resistencia. 

El viejo Da Silva se sorprendió por lo que dije, dejó de sonreír y su semblante se ensombreció de a poco. 

- ¿Lo disparáste a lo vieja Roscou? - En voz baja, susurrando para que nadie escuchase en el almacén - Te piló y lou disparásteu a la cadela o sangra fría?

- No hubo otra opción, le dije que se quedase quieta pero se me vino encima y tuve que... tuve que matarla. 

El semblante del hombre aún estaba serio y a oscuras.

- Ferou..., ¿lo mataste, está seguro voce?

- Bien muerta quedó la desgraciada. Cuatro tiros, sí.

Sonrió para sí mismo nuevamente. 

Bien... está bien, toma, lo chéque con le ceros que querés. Voce le has cecho bi-én como sempre...

- Escuche, Da Silva - Lo interrumpí antes de que prosiguiera.- Pienso tomarme un descanso de ahora por un tiempo, han pasado cosas raras desde qué..., desde que le volé la torre a la mujer, usted sabe. Voy a bajarle dos a la cosa y ya veremos. - Me di la vuelta para evitar que me tratase de convencer en vano, y justo saliendo de la tienda escuché al viejo decir. 

- Que Deus to acompañe desgraciadeu.

Fue la última vez que vi- y escuché- a Da Silva con vida.

VI

Aún cansado pero con un peso menos de encima llegué a mi apartamento, al atardecer. Tiré todas mis cosas por el piso esparciéndolas con la demás basura que reposaba desde hacía días y me lancé hacia el sofá que a veces me servía de colchón, cuando llegaba tan drogado que ni siquiera podía distinguir las habitaciones. Encendí el aire acondicionado con el control que por suerte estaba a mi alcance y dormité por unos segundos, pero luego recordé que no había contado el dinero que me había dado el portugués, también imaginé que no habría nada para comer. Así que salí del aparto cuando empezaba a ponerse el sol, buscando el primer puesto de arroz chino que me encontrase y pasarme por la licorería, encontraría algún vodka barato para aflojarme esa noche lo suficiente. 

No solo compré el pote de arroz con cerdo y camarones, un six pack de Zulias y una caja de Froot Loops, también me atiborré los calzones de hierba conseguida por el camello de la calle ciega, caminé a casa habiéndome bebido la primera lata y al subir las escaleras estaba volando el envase de mi cena. 

Habiendo cenado y reunido todo el basural en una bolsa negra que tiraría por la ventana del 4to piso hacia el callejón (con suerte caería justo encima de la aglomeración de otra basura de vecinos), tal ventana era la única de la sala de estar, y quedaba justamente lateral al sillón donde me sentaba, en el fondo se veían otros edificios y rebotaban los bullicios de las calles en la capital. Encendí el pequeño sonido y puse a cantar a los hermanos Gallagher con Morning glory  mientras me encendía un gran porro. 

Another sunny afternoon

Saqué mi arma de la ropa, vacié la recámara y encontré solo dos compartimientos intactos. 

Walking to the sound of your favorite tune

Los otros cuatros estaban negros, carbonizados, detonados. Un nido negro en aquellos espacios huecos donde se había depositado el plomo cegador que llevaba la muerte. No podía dejar de pensar en la Sonia Rosco y cómo le había volado la torre la noche anterior. 

Need a little time to wake up

Había matado a la vieja loca y había estado a nada de matar también al taxista.

El taxista.

Ese maldito taxista.

Need a little time to rest your mind

Cómo era siquiera posible que supiese, no era probable. El taxi me recordaba mucho a la vieja. Mucho. 

Need a little time to wake up

Pero pensando en el parecido, en la relación de ambos me hizo temblar el arma en mis manos. Estaba sumamente drogado. Empezaba a reírme por mis cavilaciones pero en el fondo algo me atemorizaba. 

Need a little to wa(fuck)ke up, wake up
(to fuck your soul

El parentesco era grotesco entre ambos. Vacié 5 de los 6 compartimientos del revolver. Una sola bala en aquel cilindro, lo hice girar con rapidez y sin mirar la volví a cargar luego de encajar la estructura a la ruleta rusa. La cargué nuevamente. ¡click!, lista para dar amor. 

Me puse el cañón en la boca. (El taxi se parecía demasiado, tanto a la vieja)

¡Chic! LA SUERTE DE TU LADO, AMIGO.

Whats the story morning glory

Volví a encajar el cilindro, asegurándome de que hubiesen dos balas. Giré a velocidad la estructura, encajada y cargada ¡click!. Vamos de nuevo.

DALE DALE DALE AHÓMBRATE

....¡chic!

Con suerte otra vez. Era el solo de la canción y observaba que en las recámaras sí habían dos balas. Busqué la tercera y tras pensarlo, cerré los ojos. La vieja y el taxista, ambos tuertos, ambos ancianos, desgastados, casi muertos. Puse una bala en cada recámara, de los 6 espacios 3 ocupados. Una llena, otra vacía y así. Todo o nada, 50 y 50. 

El cilindro giró y cerró, cargué a la dama metálica y la apunté en mi boca. Ahora sí sentía que estaba preparada, yo no tanto. Volví a cerrar mis ojos. Ahora sí estaba seguro, el cannabis en mi cerebro me hacía viajar al día y hora predilecto, distintos momentos pero mismo ente. Con horror pensaba que aquellos eran el mismo. 

                                   ¡¡¡AHORA, AHORA, AHORA, HALA, HALA, HALA!!!!

La voz gritaba extasiada y sonaba no de adentro de mi cabeza, si no de afuera. Quise gemir y me acobardé, traté de sacar la pistola pero algo la tenía dentro de mi boca, la impulsaba hacia adentro y conducía mi dedo hacia el gatillo que esperaba impaciente la yema del índice inquisidor. Luché por sacarla y chillé de pánico, abrí los ojos y miré hacia donde creí que venía la voz. La ventana. Ella estaba en la ventana.

Sonia Rosco asomada por la ventana con su bata negra y sus cabellos blancos, levitados. Ella se alzaba sobre la nada, sobre el aire y riéndose con sus enormes dientes color sepia. Los brazos en dirección a su cara, donde sus manos servían como base a su quijada como quien mira una cómica obra con interés, y de su boca me invitaba a que halase el gatillo, todavía de su bata negra se veían los cuatro impactos que había sufrido tan solo hacía un día, y su pálida, grisácea tez de su rostro eran el reflejo de la carne muerta que empezaba a apoderarse de su humanidad. 

¡HALA, HALA, HALA, DALE, DALE, DALE!!!

Solté el revolver y cayó a la alfombra, por mera suerte no se detonó, al rebotar en el suelo quise cubrirme de lo que seguro sería un disparo pero el silencio llenó la habitación y me dejó esperando. Volteé a la ventana pero solo se veían los edificios sumergidos en total oscuridad, la bulla del viento y los coches pasando a velocidad monótona, un maullido de gato, la música de Oasis aún sonando y una risa en la noche que se apagaba en la lejanía de la total oscuridad. 

VII


No pude pegar un solo ojo en toda la noche. El revolver entre mis manos estuvo apuntando casi todo el tiempo hacia la ventana hasta que salió el sol. Por instantes, cuando sentía que me desvanecía en el sueño, el miedo a que apareciera otra vez por la ventana me hacía temblar y renovar mis fuerzas, mantenerme consciente.

Poco después de que la luz llenó todo el cielo y con ello mi apartamento, me duché y vestí con miedo hasta de cerrar los ojos para parpadear. Había sido la experiencia más extraña de mi vida. Fuese por el efecto de la hierba y el alcohol, se había sentido demasiado real para el gusto de cualquiera.

Tenía la cabeza vuelta mierda. La mezcla de lo que sea, las secuelas de lo que me había metido anoche me habían dejado un cansancio descomunal. Pero no fue suficiente como para no hacerme pensar en el viejo Da Silva. Por algún motivo especial, quería volver al almacén por preguntas concierne al trabajo. Muy pocas veces había querido preguntar algo que no fuese sobre el robo directo, cosas como: ¿Para qué, por qué?. Creí que me iría mejor estando al tanto de cómo entrar y salir de los sitios sin preguntar por nada más, cuál sería el tipo de seguridad y cómo era el objeto. Nada más. Creo que a Da Silva eso lo complace complacía.

Durante unos 4 días estuve en el apartamento comiendo, bebiendo y drogándome hasta desmayar.

Esta mañana había un aire helado en todas partes. El número de personas en las calles había aumentado con intensidad. Bajé a la calle con ropa que casi nunca usaba para los acostumbrados días soleados, sueter y guantes porque cada vez que expiraba aire mi aliento se hacía visible a cualquier ojo. Tenía una preocupación en el pecho, me dolía algo que no sabía que tenía. Odiaba recordar que así me había sentido por primera vez cuando maté a la vieja. No me acuerdo hace cuantos días fue.

Esperando el autobus en la parada me vi reflejado en un cristal de publicidad. La marca de las galletas con el muñeco sonriéndome, invitándome a ser un adicto del azúcar que aportaban los pedazos de masa horneados con cantidades miserables de chocolate. Vi al hombre que estaba en el cristal, era yo. O algo de lo que quedaba de mi. Estaba totalmente grisáceo y ojeroso, me vi enfermo y con la mirada el triple de obstinada de lo normal. Llevaba kilos de ropa encima y aún así me veía temblando y con los brazos entrelazados tratando de retener el calor. Sudaba. El pelo me caía desordenado hasta los ojos y los dientes casi me sonaban en una boca abierta inhalando aire como si estuviese casi muerto. Había tanto frío que tenía muy pequeñas las pelotas.

Había otros a un lado de mi.

Esperaban el autobús de igual forma. En un principio.

Estaban en poca ropa; deportiva, casual, un señor con un traje de oficina. Nada especial. Lo que me causaba extrañeza es que ninguno de ellos se molestase siquiera por la temperatura mientras yo me me movía casi de forma frenética, el viento me estaba lacerando la piel como si fuese hielo seco. Todos estaban inmóviles, distraídos. Un chico con el celular, el encorbatado mirando su reloj y un par de chicas hablando sobre equis cosa, otro niño muy pequeño agarrado de manos con una mujer, todos en el mismo corto espacio esperando el autobús.

Desde las bocinas-cornetas del techo de la estructura donde esperábamos, que usualmente suena música de fondo para la espera como un ascensor. Emanó suavemente desde el silencio hasta un volumen considerable, la señora cantando justo como lo hizo el día que estuve en el asiento trasero de aquel maldito carro. Sudaba como un cerdo, los demás estaban perdidos en sus mentes y ociosidades, yo estaba temblando mientras escuchaba a la francesa cantar sobre mandar todo el diablo y empezar de cero. El dolor, la sensación del pecho llegaba nuevamente cuando escuchaba la bendita melodía nuevamente. No sentía mis dedos de los pies y mis brazos estaban entumecidos. Ahí estaba él.

El hombre del taxi me observaba desde detrás de los que me acompañaban en la parada del autobús. Desde el cristal podía ver su reflejo. Lo suficiente detallado como para notar que estaba guiñándome el ojo y sonriéndome con sus dientes amarillos, con su boca, cantaba la canción en una sincronización tan exacta que pareciera que él fuese el que cantara aquella melodía y no las bocinas. El ojo tapizado con la película estaba más vivo que nunca, y de él, desde adentro algo se movía retorciéndose y tratando de salir.

Dejé de mirar el cristal y volví la cabeza con un grito hasta donde se supone estaba el viejo, a lado de las gentes. No estaba. Aquellas personas me miraron aturdidas por mi exaltación, y yo de la vergüenza corrí hasta otra parada unas cuadras más adelante.

Casi sin aliento y a punto de un desmayo descansé en uno de los bancos de las calles siguientes. El sueño me estaba irritando la cabeza y me empezaba a arder el estómago otra vez. Contuve las náuseas y me busqué mil excusas para lo que había visto. Tenía (tengo) tanto frío esta mañana que mis cejas se humedecían y se me descoloraban los labios. Ni loco iba a montarme en un taxi nuevamente, y me preocupaba la idea de que alguien de la parada anterior me viese en el autobús y decidí caminar las cuadras hasta el negocio de Da Silva.

Me tomó 1 hora llegar al almacén del viejo a pie. Divisaba el edificio entre las luces parpadeantes, los avisos de rebajas y descuento cuando la aglomeración de personas más los coches de la policía me tomaron por sorpresa. Ante aquel edificio de casa de empeños, bajo el cielo gris y la atmósfera húmeda que me tenía temblando desde muy tempano, la estructura herrumbrosa del edificio parecía estar cayéndose a pedazos mientras las luces de patrulla le iluminaban por segundos.

Aceleré el paso y me encontré con un grupo de funcionarios policiales, periodistas y un buen número de curiosos que tanto como yo querían saber qué había pasado en aquella casas de empeños. Da Silva era un tipo para el cual yo trabajaba en negocios sucios, por eso no me sentía tranquilo acercarme a donde estaba la policía. Inmediatamente relacioné aquello con el asesinato de la señora Rosco y el robo de la Joya unos días atrás, di media vuelta y retrocedí como hasta una cuadra esperando que alguien pasase y me comentara cuál era el motivo del quilombo.

Un par de hombres volvían de aquel grupo con las caras impresionadas y hablando en murmullos. Sus chalecos de banqueros se notaban a mucha distancia, venían sorbiendo cafés y con paso apurado pues debían ir con seguridad a su turno laboral. Ambos con el uniforme limpio y el cabello cortado, encorbatados, uno con gafas de anciano y barba, el otro limpio como el resto de su uniforme, no debía pasar los 30 años.

Acomodándome el cuello de la chaqueta, alzándolo para que no viesen de forma completa mi rostro, les pregunté que cuál era el rollo que se traían en aquella cuadra, donde estaban los pacos y la cuerda de periódicos. El hombre de la barba me miró con desprecio, yo debía para esas horas tener una cara miserable pues recordaba haberme visto en el cristal de la parada del autobús. El hombre joven se detuvo a observarme, tratando de visualizarme con detalle tras las ropas que me cubrían.

- ¿Sabes qué pasó allá?, ¿por qué están los pacos y ese montón de gente?

- Vamos Alex, el turno abre en 15 y dijimos que estábamos hace 10. - Dijo el hombre de barba y lentes, me miraba desde atrás del cuerpo de su compañero estudiándome y presionado a su compañero para irse. El otro joven, al que le preguntaba me volteó a su compañero y siguió caminando unos pasos más.

¡Eh, viejo!..., el hombre de ahí, el del almacén, ¿qué pasó allá?, ustedes vienen de ese quilombo. - Le grité antes de que se fuera - ¿Qué pasó, robaron algo en la casa de empeños? .- El hombre volvió la cara hacia mi y expresivamente asustado dijo:

Mataron al dueño del almacén, lo han dejado picado que han tenido que recoger el cuerpo en más de 8 bolsas. 

Algo me aprisionó el pecho. Me dolió y me costó el respirar.

- ¿Cómo...cu-cu-cuándo?

- ¡Vamos Alex, coño! 

- Debió ser anoche. - Dijo el hombre joven-. Es horrible. No tienen idea de quién haya sido, las cámaras de seguridad tienen información hasta unas horas antes del crimen, de resto es como si se hubiesen apagado para siempre. 

- No puede ser, maldita sea... ¿cómo pudo ser?, Da Silva...

- Así se llamaba, ¿lo conocías?

- ¡ALEX YA, COÑO!

El hombre joven miró al viejo con cara de impaciencia. Éste le manoteó a lo lejos y siguió caminando.

Por lo que dicen, parece haber sido un gran animal. Aunque en pleno casco urbano, eso no tiene mucho sentido ¿verdad?.

El hombre alcanzó a su compañero y se perdieron en las cuadras de la ciudad gris. Veía cómo discutían antes de perderse entre otro tumulto de gentes, y yo me quedaba varado en la acera pensando qué coño iba a hacer ahora.

Por supuesto que tenía que ser algo con respecto a la joya, pero no me atrevía a ir al almacén fundido de policías y gente de la prensa, sobre todo porque si las cámaras habían filmado lo suficiente los últimos días, sabrían que fui yo quien también estuvo en el edificio, entregándole al hombre un objeto y en los peores casos, también sería el sospechoso de cierto homicidio, en cierto lugar, hace ciertos días, con cierta señora que le está VOLVIENDO LOCO LA CABEZA, ¿VERDAD AMIGO?

Me estremecí y miré el edificio nuevamente, ¿cuántas horas llevaba en la calle, con el frío y viendo aquella escena del almacén?, estaba seguro que en los periódicos aparecería la noticia con cierto amarillismo, pero al fin y al cabo objetiva.

Volví a mi apartamento en autobús. Volví a encerrarme, a comer porquería y fumar hierba hasta tarde. Pudo pasar cualquier cosa esa noche, pudieron haberme cortado la luz, haberse encendido el televisor sin avisar o mero escuchar ruidos detrás de la puerta. Tuve pesadillas.

En aquellos sueños de mierda era el viejo Da Silva..., y también otra cosa.

Aunque no podía controlar nada de lo que pasaba, ni entendía la perspectiva de dónde me encontraba podía saber que era Da Silva el que estaba en aquellos extraños sueños. En tonos de blanco y negro estudiaba la joya mientras se sonreía de tenerla.

Despertaba en momentos sudando y teniendo un frío glacial en todo mi cuerpo. Tras encender las luces y reparar en calmarme por minutos volví a recostarme solo para tener de la peor forma posible la versión más horrible de mis sueños. Como si justo alguien me susurrase al oído, dándome órdenes muy suaves desde lejanos lugares, algo, yo, en lo que sea que me volvía en ese sueño volaba por los aires y caía chocando contra una de las paredes de aquel almacén. Adentro alguien se debatía entre el horror. El viejo inútil iba a por su escopeta y entre las ventanas podía verlo sudando como un cerdo y gimiendo de miedo, su pecho subía y bajaba por sus desesperadas respiraciones tratando de ahogar los gritos que de su boca querían salir. La bestia, yo, o lo que sea en lo que estaba metido saltaba por los ventanales en completo silencio y ubicaba de mejor manera a su víctima, hasta que por fin saltó adentro rompiendo ventanas y haciendo un estruendo al caer al piso. Cayó en dos patas. Se estiró y en sueños pude escuchar el traqueo de sus vértebras al encorvarse más su cuello como una caja plástica.

El viejo cargó su escopeta y apuntó, ante mi se encontraba Da Silva bañado en sudor y con cara aterrada. Tras de él, un enorme cristal que mostraba su espalda y los muebles de la casa, la estancia, el salón donde estaba. Pude ver por un segundo, tras el cuerpo de Da Silva, una figura borrosa y al principio abstracta qué, justo en frente del viejo se le acercaba contorsionándose.

Me veía a mi mismo, pero de modo distinto.

En aquellos sueños, aparecí en el cristal solo por instantes y una capa negra fue cubriendo mi reflejo. Mi cabello negro y corto, mis ropas casuales y hasta mis lentes característicos pude notarlos a breves microsegundos antes de que sucumbieran ante tal negrura, luego de allí mismo, del mismo espacio material que se observaba reflejado en el vidrio.....................................................................................................


Con una bata negra y el pelo blanco hacia adelante, descalza y con una dentadura brutal, sus huesudas manos llenas de prendas exóticas y las garras de muchísima longitud, Sonia Rosco se retorcía en forma repugnante frente al viejo, como si estuviese invitándolo al acto sexual. Aún éste manteniéndose estático pero con el cañón temblando, le gritaba improperios y preguntas. Todo como un manto negro, sin música ni melodías de fondo, solo el sonido de un hombre gritando y huesos rompiéndose, carne despellajándose y sollozos desesperados.

VIII

Al otro día bajé a la calle a comprar el periódico barato y sensacionalista por calidad. Nunca lo leo pero más me valía comprar el pedazo de papel que ir a la policía cuando tengo un historial más sucio que el de Osama Bin Laden. De nuevo el frío arrollador en pleno Marzo, me era ridículo la sensación del frío en esa época del año y sin embargo, no tuve que caminar mucho para llegar al kiosko. Por fortuna pude observar el reverso amarillista y sádico del periódico, donde se expresaba el asesinato de un "empresario" (empresario el coño de tu madre) extranjero llamado E..... Da Silva lo habían masacrado como a un animal.

Lo acorralan en su casa y lo pican como en matadero.

Julio Urbina. 18/12/1999


La pasada noche del 16 de diciembre, a pocos días de las fiestas de navidad se desató un horror en el edificio de Stefi-Street de la ciudad capital. el cuerpo E.... Da Silva  fue encontrado descuartizado por el personal de limpieza horas de la mañana del lunes cuando se disponían a entrar al turno laboral. Da Silva, quien era el gerente de la casa de empeños, era hombre soltero y vivía solo desde que abrió el negocio en la mencionada localidad, hace aproximadamente 12 años según la información aportada por la policía. 

Los cuerpos de investigación criminalística y forense se hicieron presentes en el lugar de los hechos, y bajo un exhaustivo reconocimiento de la zona del crimen los especialistas han concluido que el hecho se basa en un "ajuste de cuentas". Las investigaciones siguen pendientes.

Más abajo de aquellos primeros párrafos, se leía un subtitulo proveniente de la misma noticia principal.

Devorado por un animal.

Según fuentes veraces de éste periódico, el cuerpo del infortunado no estuvo completo al momento del levantamiento del cadáver por parte de los cuerpos de criminalística. Han desaparecido ciertas partes de los miembros superiores (manos y antebrazos) y la pierna izquierda del miembro inferior, aunque sus pies no han ido muy lejos del amasijo de carne principal. Según nuestras fuentes, el torso, la cabeza, la espalda de Da Silva mostraba numerosas heridas producidas por las fauces de algún animal enorme, comparado con un oso o algo que le lleve similar tamaño por la intensidad de las cicatrices y marca de los dientes. No se han encontrado los ojos ni la lengua, además de que las orejas fueron separadas violentamente y puestas encima de sus nalg...

Simplemente no puedo seguir leyendo.

Volví a drogarme y beber. No hace sino 4 días y medio que he estado encerrado en casa, comiendo porquerías y encendiendo cigarros como sino hubiese mañana.


Las mismas pesadillas han vuelto a aparecer. Un día de por medio o a veces seguidas. Me encuentro agotado físicamente y necesito el doble de pastillas para quedar sedado y dormir por lo mínimo 5 horas por noche. A las 2 am me he levantado entre gritos y al sentarme en mi colchón, a oscuras, cada segundo que respiro estoy más consciente de que estoy despierto, de que ha sido una pesadilla, mi corazón en el pecho poco a poco baja suavemente de ritmo, lo que me da paz y serenidad, mi cara deja de ser de espanto y pierdo un poco de dignidad porque mis ojos empiezan a soltar lágrimas de alivio. Todo es calma, estoy a salvo aquí, en mi casa. Me paso la mano por la cabeza y me despeino un poco, como tratando de buscar consuelo en mi mismo con caricias. Digo en voz alta:

- La maldita vieja ha matado a Da Silva. 

Y de allá donde solo hay oscuridad me responden:

Te has tardado bastante

Un gemido se me escapa y grito, no me acuesto, me lanzo al colchón y me cubro con los edredones buscando protegerme, como si fuese un niño. Lloro por minutos, quizá muchos y me quedo dormido acurrucado como una bola temblando y rezando. Debo haberme quedado dormido, en la mañana todo está tranquilo otra vez. 

No hay cigarros en las gavetas ni drogas en los escondrijos. Aún es temprano, así que me pongo mi ropa para el frío - extrañamente hoy hemos vuelto a estar como a 8 grados- y bajo a la calle, con dirección al edificio de Stefi-Street.

IX

Estoy de nuevo en mi apartamento. En una mano tengo mi revolver y en otra el bolígrafo con el cual escribo en este papel. 

Fui a el edificio donde el viejo Da Silva vivía antes de que..., bueno, antes de que le pasara lo que sea que le pasó. Esta vez no hubo rarezas a la hora de estar en la parada, montarme en la ruta o caminar las cuadras al establecimiento que como yo bien calculaba estaría cerrado. La gente parecía caminar con toda la naturalidad posible ante aquella estructura vieja y mugrosa, era el único edificio con aspecto lúgubre en medio de anuncios de comida rápida, baratijas chinas y esas tiendas árabes con montones de zapatos iguales.

Me puse en frente al edificio. El frío era tan intenso que me hacía sentir desnudo en plena calle de medio día, por esta misma transitaban coches tocando bocinas y gente mirándose con odio ocultas bajo miradas neutrales, lo único podrido en aquel cuadro era mi mente y el viejo edificio. Aquellas dos manchas negras en contraste con los suburbios de la capital; entonces me senté en un banco y esperé a que algo ocurriese. Si me preguntan qué tipo de acción es esta, poco y nada tengo para justificarla. Sentía que alguna respuesta se me colaría por los oídos si me sentaba a meditar frente al edificio de Stefi-Street. Y fue así, porque desde la ventana el viejo Da Silva me miraba.

Pero no era exactamente él. Era una especie de sombra con sus aires. Cruce la calle sin mirar a los lados y al ponerme en frente de la puerta, tocar el pomo con mis manos acciono algo en mi mente que me susurro que la abriese. No estaba con llaves.

Entre de la forma más natural posible por si alguien reparaba en lo que yo estuviese haciendo. Esperaba a que me creyesen de mantenimiento. El almacen no estaba muy diferente a como la última vez que había entrado. El polvo, el desorden, los estantes atiborrados de chatarrería en los mismos lugares y los posters de mujeres semi desnudas tras el estante de Da Silva eran como los signos claros de que el señor había dejado este mundo sin prepararse, al menos ese sector de la tienda estaba intacto. Pasé detrás del mostrador hacia la oficina y encontré todo organizado, limpio y con un orden impropio de lo que conocía sobre el desgraciado

- El departamento de forenses ha pasado por aquí - Dije para mi mismo al ver aquella sala reluciente.

Me volví hacia una escalera de caracol que llevaba al segundo piso, lo que creía como el dormitorio de Da Silva; sabía que dormía en su lugar de trabajo.

Era una estructura de hierros unidos por soldadura, cada escalón representaba un chirrido detestable que me incomodaba porque por alguna loca razón creí que podría despertar a alguien, parecía haberme olvidado de que en tal edificio no había nadie. La quietud del salón eran un antónimo brutal a los pasos que daba al subir los escalones..., y cuando por fin llegué arriba mi suerte no cambió mucho porque tropecé con un trozo de vidrio, lo aplasté y cada trozo fue como si el cristal hubiese gritado alto, muy alto y triste.

Vi la cama de Da Silva. Más hierros soldados y una fina colchoneta vieja y desgastada sobre aquella estructura. Una biblioteca con libros de autoayuda: Paulo Coelho, Walter Riso y las cagadas de 50 sombras de Grey.

- Siempre fuiste un asqueroso, ¿no? - Al ver aquella estantería tan pobre

Luego el televisor pequeño, antiquísimo, inerte sobre un gavetero de 3 espacios. Las gavetas full de revistas porno junto con la ropa interior. No me atreví a tocar nada de esa mierda. La puerta del baño abierta mostraba de lejos la cerámica cayéndose a pedazos y el olor a humedad todavía emanando. Caminé hacia el centro de aquella habitación y vi el gran ventanal roto, el de mis pesadillas. También observé detrás de mi el gran espejo de la pared, ambos de dimensiones parecidas. Ambos también rotos.

El ventanal estaba ausente casi por completo, como si algo enorme lo hubiese atravesado. Una especie de camión. Mientras que el cristal de la pared solo estaba grietado en cierta parte. Una zona baja, cerca del piso alfombrado. Un óvalo con dirección al suelo del tamaño de una espalda. Me imaginé justamente la mía.

En mis pesadillas algo entraba por esta ventana, haciéndolo añicos y también en mis sueños, el cuerpo de Da Silva iba contra aquel vidrio. Lo había imaginado.

Luego escuché el viento entrar por aquel vidrio y volví a soñar. Como si fuese una repetición en cámara, retrocedí unos pasos hacia el baño porque en aquella cama había un hombre acostado, con una joya entre sus manos. Luego se levantaba. Aquel hombre era una especie de sombra. La sombra que había visto desde la calle. Desde el techo caminaba algo y tanto la sombra como yo la escuchábamos. Y ambos temimos y ambos nos horrorizamos. Yo miré al ventanal; aquella película se levantó de la cama y caminó hacia el televisor con la piedra entre sus manos, con pequeños golpes y un movimiento rápido haló hacia atrás la porción trasera del pequeño televisor y metió la joya. El televisor era una tapadera. Un envase en forma de televisor. Sacó de debajo de su cama una escopeta y apuntó hacia el ventanal, que acercándose la noche, se estaba volviendo negro.

Algo zumbó en mis oídos, una especie de sonido parecido al de los aviones cuando aterrizan en la pista reduciendo la velocidad. Quizá sea el sonido de la sangre por arterias a todo lo que da mi corazón. La sombra Da Silva carga la escopeta y se pone en posición de disparo. Yo observo atónito aquellas imágenes como una película de la 2da guerra. Del techo, de las paredes camina y corre algo, grita y gime..., y es cuando el ventanal explota en miles de pedazos, porque un perro enorme, una bestia gigante acaba de entrar por aquel lado desde los aires, aterrizó en la sala y empieza a contorsionarse. Es enorme.

Da Silva no dispara y yo le ruego que lo haga. Se escucha una detonación y lo juro, juro que puedo ver la bala por el espacio de la sala dirigiéndose hacia el monstruo con la cabeza gacha y ¡bravo!, le da en la cabeza. Una gran porción de pelo, carne y sangre vuela de la cabeza de aquel animal pero solo eso. Aquella bestia sigue acechando con la cabeza gacha. Sus patas se entierran en el piso y se estira, como disfrutando el sentirse en aquella situación. Da Silva vuelve a recargar su arma y antes de que yo pueda pensar en algo vuelve a disparar y aquella monstruosidad logra esquivarla solo moviéndose un poco a la derecha. El cañón de Da Silva tiembla y no es el único que está aterrado en aquella habitación.

El perro, el monstruo, la cosa empieza a levantar la cara poco a poco para dejar mostrar su faceta. No sé que se espera Da Silva, yo me espero lo peor. Cuando termina de levantar la cara yo ahogo mis gritos pero Da Silva, o al menos su sombra, se espanta y tira la escopeta. Levanta las manos en rendición y empieza suplicar. La cara de aquella bestia es la cara se Sonia Rosco. La cara también es la del taxista que me llevó al terminal en aquel maldito pueblo. Una mezcla de ambas, pero más de Sonia se ríe en aquel cuerpo amorfo lleno de pelo y músculos. Su ojo gris y mugriento aún se mueve, como si estuviese debajo de una sábana y quisiese salir.

Da Silva retrocede y mira a sus lados. Trata de hablar pero apenas abre la boca el monstruo se dispara hacia él a una velocidad que me cuesta asimilar. El cuerpo de Da Silva impacta contra el cristal y antes de que muera o siquiera pierda el conocimiento, Sonia Rosco empieza a picarlo en pedazos con sus dientes.

No puedo ver aquello. Cierro los ojos y entonces mis oídos se agudizan. Quiere castigarme, sino veo tendré que oír. Escucho los gritos de Da Silva y el sonido de sus huesos romperse, de su carne desgarrarse y de aquel monstruo riéndose. No resisto y abro los ojos, aquellas imágenes siguen pero ahora la cara de Sonia me está mirando. No me ignora como en el principio, sino que mientras con sus patas abre agujeros en el cuerpo del viejo, su rostro mira hacia la pared donde yo estoy, como si supiese que muchos días después de su asesinato, yo vendría acá y ella estaría segura de que yo viese aquellos sucesos. Aún puedo verla, se sonríe.

Corro hacia el televisor, ella me sigue viendo. La película, aquellas sombras representativas del me siguen como desde un cuadro, seguros de lo que haría. Aviento el televisor contra el suelo, se rompe. Tomo la joya del suelo y corro otra vez, salto por las escaleras de caracol, paso el mostrador de la tienda y abro la puerta. Estoy sudando muchísimo y la gente me mira extrañada desde las aceras, seguro han escuchado mis gritos dentro del edificio y hay al menos una docena de personas paradas a lado de la puerta, a punto de entrar. Los quito a todos y veo al par de hombres, entre aquella multitud, que me encontré en la calle el día que la policía estaba en este edificio. Uno de ellos era Alex, el que me dijo que habían asesinado al dueño del local. Ambos me miran preocupados y veo que el otro, el amargado está llamando a alguien de seguro a la policía. Sin tiempo para más salgo disparado por la calle en dirección a mi casa.

X

Si hay algo que se me dio bien en la vida además de robar y drogarme fue escribir, por lo tanto busqué mi vieja máquina y colocando suficiente papel en ella, me tomé el tiempo de escribir en totalidad las cosas que pasaron desde el momento en que hace semanas el viejo Da Silva me contrató para el robo, hasta hace unas 11  horas que salí corriendo del edificio de Stefi-Street. Ya casi son las 2 am y sigo escribiendo, para tratar de calmar mis nervios. Soy todo un amasijo de carne temblando y el sonido de las teclas es lo único que puede relajarme.

En mi locura y desesperación creí que devolver la joya a su lugar de origen me libraría de la caza del perro, de Sonia, del taxista o de todas esas aberraciones juntas. Cuando llegué a casa con la joya, la puse en la mesa y me quedé observándola. Nuevamente sus reflejos me hipnotizaban como en la noche que la había robado de la casa de Sonia, estando en las cabañas. En aquellos reflejos de aquella noche, se veían bosques y montes, ahora se ven callejones y edificios. Algo moviéndose entre ellos por segundos, como buscando.

Pero poco a poco he ido abandonado la idea de volver al Valle Hundido del Muerto a dejar la joya en la casa de Sonia buscando su perdón. Pues que la joya no estuviese en aquel lugar nunca fue impedimento para que ella encontrase a Da Silva, en su casa de la ciudad capital. Y ahora que he visto la joya nuevamente veo que los reflejos muestran calles muy parecidas a las que se encuentran cerca de mi apartamento, he creído que ha pasado por mi edificio y a los momentos donde se veía algo muy parecido a lo que es mi azotea, he escuchado que algo camina y corre por el techo de mi habitación.

Me ha estado buscando a través de la joya y creo que ya me ha encontrado.

Me lleno de horror el pensar que la joya es una especie de ojo de la vieja Sonia Rosco. El ojo tuerto de la vieja está cegado, pero su facultad de visión estuvo siempre en aquella joya... así fue como pudo seguirme a la cabaña donde me alojé luego de "matarla", así fue como supo que estábamos en la capital. Así fue como llegó a donde Da Silva y le dio una muerte horrible. Así fue como me ha encontrado y está esperando a no se qué para matarme. Supongo que me está castigando nuevamente viéndome derramar lágrimas mientras escribo esto a través de la máquina.

No quiero darle el gusto.

He tomado mi revolver y lo he cargado. No quiero que aquella pueda atraparme y hacerme perecer entre sus dientes. Estoy esperando el momento justo para que cuando aparezca pueda yo tomar mi arma y dispararme en la cabeza. Rápido y sin dolor. Así será y creo que será lo mejor para mi, y lo peor para ella. Está justo a lado de mi máquina, cerca para el momento propicio. No sé cuánto pueda durar esto, pues cada tanto me detengo para observar los reflejos, el ojo de Sonia en la joya y se ha puesto oscuro.

Hace minutos hubo silencio total. La joya dejó de emanar luces y por alguna extraña razón me siento algo seguro. He tomado mi arma y la he puesto entre mi cadera y mis pantalones...estoy esperándote, maldita zorra

La joya ha vuelto a emanar las luces y mis oídos están zumbando de forma brutal. Como si dientes y ronquidos estuviesen explotando en mi auditivos. Necesito concentrarme para seguir escribiendo pero... qué pasa, mierda, ¿¡acaso soy yo el que se ve reflejado en los brillos de la joya!?, me cuesta creer que me esté viendo desde un punto estoy sentado de espaldas... no estará en la ventana? la ventana que está detrás....... detrás de miiII!?

HAN CORTADO LA LUZ, NKO PUEDJO BETR NHASDA LD MAQUNNA Y BAJTACION EST AAN A OSCURAS, NI ARM NO ZTA A LAD D L MQUINA .................

AJH ENTRADO,


DBO MORIR ANRS D Q ME ENCUENTR

DOND EST LE REVLVR  ... AF L


FIN