lunes, 26 de diciembre de 2016

Un Hacha más allá del Muro IV

El Bosque de los Lobos era frío, húmedo y mohoso. El viento bajaba sobre las ramas de los árboles y cortaba entre las aberturas de las cotas de malla como gotas heladas, en los costados donde las telas no podían cubrir. August escuchaba el castañeo de los dientes de Edmund, su hermano menor. Aullaba el viento sobre las hojas, rebotaban los sonidos sobre las rocas y tenía la horrible sensación de ser observado por mil flancos.

- Maldita sea… - concluyó para sí. Había pedido en varias ocasiones no entrar, quedaban pocas horas de luz y el bosque era peligroso. Había llegado al punto de casi rogarle a Ser Merrick pero éste se mostraba en tal obstinación, que no hubo peros que detuviesen la entrada a los bosques y Edmund, demasiado joven para avistar el peligro, no había ayudado en sacarle la idea al anciano de la cabeza.

Lo peor eran los arcianos. Los rostros llorosos, con las bocas entrecerradas, oprimidas y los ojos siempre abiertos, oscuros y vigilantes, habían otros que su expresión robusta daba la sensación de que lloraban, y otros que gritaban en silencio. August había visto a su padre rezar ante los árboles, él también lo había hecho. En el Fuerte Cerwyn estaba el propio árbol corazón y aunque Edmund también los había visto, los del bosque eran extraños, grotescos, como si su silencio y el rostro pétreo les recordasen que no eran bienvenidos ahí.

- …Lo que debemos hacer, es colocar varios blancos en robles y pinos, otros en rocas y otros sobre ramas y puntos donde no sea fácil apuntar, - sonrió el viejo, mirando todos los tallos que crecían a su alrededor - es la forma más rápida de aprender a disparar las flechas al galope, con obstáculos y en distintos puntos. 

- Mi señor, – Irrumpió August - no quedan muchas horas de luz y nos hemos adentrado lo suficiente como para perdernos en la oscuridad, no tenemos para encender fogatas y mi padre debe estar a la espera, he traído a Edmund conmigo, podemos practicar el tiro al galope en...

- ¡Calla, August!, - la voz de Ser Merrick sonó desafiante, en un tono que el joven escudero había escuchado jamás - Edmund aprenderá a lanzar hoy, está listo; deberías tener un poco de su actitud. - la única actitud que veía August en Edmund era confusión y miedo, tampoco quería estar ahí, pero había sido demasiado respetuoso con el anciano caballero. - levantad los blancos y marcad los arcianos con tu espada, ¡Edmund, cabalgarás a paso rápido y dispararás a cada blanco a mi señal!

- Quiero ir a casa... - Fue lo único que salió de boca del niño, sin moverse ni un metro sobre su montura. 

- Dispararás cuando yo te diga - la voz del anciano era distinta. August había notado el desvanecimiento mental por varios años de Ser Merrick, muchas veces se había preguntado por qué razón le habían dejado ser escudero de un hombre que se ahogaba en lagunas mentales, recordaba y llamaba a hombres muertos muchos años atrás y confundía a Bengal con su padre, su hermano, con su abuelo, con otros hombres. Lo había preguntado a su padre, lo había hecho después de cazar y éste, mirándolo desde la montura le había respondido seriamente.

- Ser Merrick ha peleado en más batallas de lo que cualquier hombre podría contar, está algo entrado en años August, es cierto..., pero tras las arrugas se encuentra un maestro que enseñó a tu abuelo, a mí y a parte de tus hermanos mucho de lo que sabemos.

- He aprendido más de ti, de Bastian y hasta de Claud..., no entiendo por qué me obligan a ser el mayordomo de un anciano..., seguir todas sus órdenes sin derecho a protestar, aunque vayan en contra del sentido común, aunque nos pongan en peligro…

- Deberás seguir siendo su pupilo hasta que puedas tener la valía de ser caballero, August. La única forma es que por alguna situación de deshonra, en donde esté en peligro la vida de tu rey, de tu señor o de tu sangre, es que se te pueda adjudicar el derecho de no obedecer.

El bosque; el anochecer al acecho, su hermano Edmund, el peligro, la vida de los tres..., un hombre demasiado viejo, un niño y un joven escudero de 16 años. 

- "...en donde esté en peligro la vida de tu rey, de tu señor o de tu sangre, es que se te pueda adjudicar el derecho de no obedecer"

Ser Carles Bengal ya estaría mirando desde la torre alta del fuerte Cerwyn. Claud ya estaría preguntando a Ser Bastian sino deberían haber vuelto. 

- "... en donde esté en peligro la vida de tu rey, de tu señor o de tu sangre..."

Un aullido resquebrajó el silencio de los árboles y resonó por kilómetros entre los tallos y las tierras verdeadas del bosque, entró por los oídos de los tres jinetes y sus caballos se movieron nerviosos, el del anciano relinchó corto y sacudió la cabeza.

- "...Tu sangre..." 

- ¿Lobos? - Gimió Edmund, tenía 8 años, su frágil voz se partió en casi un sollozo. 

Antes de que pudiera pensar, un segundo aullido más potente y más largo se coló por la atmósfera y despertó horrores en August... el sonido se metió por sus nervios, más adentros que cualquier sonido de espadas chocando, era una bestia la que los emitía, estaba cerca, era grande.

*AAAAAUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUU*

Los caballos se encabritaron y el de Ser Merrick empezó a relinchar, de los ojos se leía miedo, ya habrían olido a la manada que se acercaba. Un tercer aullido hizo estremecer la espina dorsal de August y pudo ver por vez primera a Ser Merrick temer lo peor.

*AAAAUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUU*

- ¡EDMUND, DETRÁS DE MÍ, AHORA! - Con un halado de las riendas y un golpe seco August controló su yegua rápidamente, como lo había enseñado su padre, desenvaino su espada y la hizo sonar contra el escudo que colgaba a un costado de su montura. La velocidad y la fuerza hicieron chirriar ambos metales y el sonido despertó a Edmund quien también dominó su alazán. 

Ser Merrick no podía controlar la montura la cual relinchaba y daba coces en todas direcciones. August volvió a golpear su escudo y arremeter con su yegua para calmar el animal del viejo, pero se detuvo cuando la bestia salió desde las sombras y cayó frente a él. 

Los lobos cazaban en manadas, era bien sabido por todos; que cayese aquel animal enorme frente a la montura de August solo sirvió como augurio para lo que se les venía.

 Negro como la noche, con los pelos rizados sobre su lomo y mostrando los blancos dientes, el lobo saludó a Bengal con un gruñido que le hizo temblar aún él encontrándose sobre su yegua. August gritó a su montura y dio media vuelta para dar retirada con su hermano, los siguiese el viejo o no. Edmund ya estaba detrás de él y Ser Merrick se las había apañado para cargar contra la bestia negra, apartándola a coces con su sable corto mientras daba espuelas al animal que montaba.

De los árboles se asomaban varias fauces que emanaban gruñidos, aullidos y dentadas, Bengal no podía contar el número pues estaba demasiado ocupado en mantener la yegua al galope y vigilar a su hermano detrás, Edmund para su pequeña edad, cabalgaba como un hombre y más atrás venía Ser Merrick sobre su nerviosa montura, ambos, jinete y caballo les costaba avanzar, la luz se había ido y las caminerias con raíces tramposas invitaban al caballo a tropezar con cualquiera de ellas, un mal paso y una pata rota, sería el fin para cualquiera de los tres que cayese al suelo.

August temía esto y giró a su izquierda esperando encontrar algún camino despejado. De todos lados se escuchaban aullidos y gruñidos. Ojos blancos salían de distintas zonas de los árboles y peñas.

-         “¿¡Cuantos son!?” – pensaba Bengal, mientras paró en seco y esperó que su sentido de la orientación eligiera el camino correcto.

-         ¿Por dónde, August? – gimió Edmund.

-         ¡¿A dónde nos llevas Bengal!?, ¡dad la vuelta y seguidme ambos, iremos por el camino de las raíces!

*AAAAUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUU*

-         ¿Las raíces?, ¡Nos saqué de ahí porque ya estaríamos muertos si siguiéramos por ese tramo…, los caballos no pueden ver y nosotros mucho menos! – interpeló August al viejo Merrick.

-         ¡Nos vas a matar a los tres si seguimos cruzando el bosque, debemos seguir las caminerías!

Ser Merrick daba una opción viable solo en condiciones donde la luz del sol mostrase el camino y tuviesen que ir a paso lento…, pero con los apuros que tenían era cuestión de tiempo para que una de las monturas tropezase y terminasen devorados por la manada que tenían detrás.

-         ¡¿Has visto cuántos nos siguen!?- Gritó August contra Ser Merrick - ¡si seguimos por ahí vamos a morir…los caballos no podrán…, no podremos!

-         ¡Edmund, detrás de mí – Dijo Ser Merrick dirigiéndose al menor Bengal - ¡dejemos que tu hermano encuentre el camino de vuelta al fuerte por sí solo!

Edmund miró a su hermano y a Ser Merrick, en su confusión no sabía qué hacer ni qué decir, August podía ver que quería llorar, que tenía miedo y que daría lo que sea por salir del bosque cuanto antes, los tres lo querían. Los tres querían salir.

-         ¡Ser Merrick como siga por ése camino solo conseguirá que lo maten a usted y a Edmund, es mejor pasar por en medio de…!

Edmund y su montura fueron embestidos. El alazán relinchó y cayó arrollado, la bestia puso bajó su cuerpo al equino y su cuello era triturado por las fauces del animal, Edmund cayó más lejos y aún noqueado, puso empeño en levantar aún demasiado cerca de lo que sea estaba matando a su montura.

August Bengal nunca había visto un animal de tales dimensiones. El pelaje grisáceo y áspero de su lomo, la anchura de las patas y una cabeza tan grande como la de un toro, que tenía entre sus dientes la totalidad del cuello del caballo de Edmund.

-         Por los dioses…, ¿¡qué es eso…!? – La voz del anciano caballero sonaba a miedo, a terror - ¡¿Un demonio!?

No era posible…, no había de esos al Sur del Muro. August nunca había visto uno pero había escuchado las historias, las leyendas de bestias temibles que comandaban manadas extensas de lobos en la noche de siglos pasados, demonios que daban muerte a hombres y gigantes, dueños de las noches frías, dueñas del norte, monstruos que podían derribar a caballo y jinete por igual.

-         Huargo… - susurró Bengal, y las orejas de la bestia se alzaron y miraron directamente a August, las fauces llenas de sangre y los dientes recién sacados de la carne, hambrientos, enormes. August recordaría para siempre cómo esa mirada le desarmó el valor.

El lobo huargo grisáceo levantó la cabeza y  olfateo el aire cargado de tensión. Bengal sintió cómo la bestia podía oler su miedo, el miedo de Edmund y el horror de Ser Merrick, mostró los dientes y gruñó. August sabía que no había otras opciones, si se quedaba quieto, el monstruo lo mataría, si huía, mataría a su hermano y luego lo matarían a él, prefería pelear…, desenvainó su espada y apuntó su filo contra el animal.

Había peleado todos los días en el patio de armas, había recibido golpes de Bastian, podía aguantar los bailes y el combate con Claud, había participado en justas menores y podía decir que no le tenía miedo a nada pero esto era un lobo huargo. No había conocido a alguien vivo que los hubiese visto, solo los cuentos de las tribus dentro del bosque y las leyendas de la Guardia de la Noche. Mucho menos había escuchado de alguien que se hubiese enfrentado a uno y viviese para contarlo.

 El olor del miedo a la muerte.  August y Edmund apestaban a ello, la bestia lo sabía y observaba a los hombres que despedían espanto desde sus cuencas. El joven Bengal pensaba, aunque no había en lo que aferrarse, pedía tiempo, pedía una distracción, algo que le permitiese cambiar la balanza para al menos mantener vivo a su hermano, se quedó sin ideas mientras desde el fondo se escuchaban aullidos cada vez más cercanos, menos tiempo y más cercana la idea de morir rodeado de bestias y alejados de su hogar, alzó la espada y antes de gritar “Cerwyn” el relincho del caballo cercano lo hizo voltear el rostro.

August vio cómo Ser Merrick dio media vuelta a su montura y emprendió el galope.

 Los abandonaba a su suerte, pero esto a August no lo sorprendió del todo, al final, algo le decía que el viejo había sobrevivido demasiado tiempo siendo un cobarde…, y quizá en esta ocasión volviese a servirle, al menos eso pensó August los pocos segundos que se detuvo en ver al caballo y su jinete huir con el huargo sobre su rastro, la bestia saltó en dirección del anciano  y corrió en su búsqueda. La velocidad con la que acortaba las distancias apremió a que August despertara de su letargo.

No había otras oportunidades, los dioses habían querido que viviesen. Subió a Edmund y cruzó el bosque en la misma dirección, no siguiendo un camino específico, cruzaba el bosque partiéndolo perpendicularmente, lo golpeaban las ramas de los árboles y a la yegua le costaba tomar velocidad, pero era eso o seguir por las caminerias donde tarde o temprano los matarían. Los aullidos seguían y seguían en la lejanía, y no dejaron de temer sino hasta que solo se escuchaba el galope de la yegua y las ramas partiéndose.


Tiempo después Bengal aminoró la marcha. Su yegua estaba extenuada…, había sido un milagro no haber caído por un desnivel, los árboles se cerraban y abrían sin orden aparente, el sol se había ido y los jóvenes no podían ver más de un par de metros alrededor, el frío les golpeaba y la humedad los hacía sentir mojados, derrotados, perdidos y solos.