El Bosque de los Lobos era frío, húmedo y
mohoso. El viento bajaba sobre las ramas de los árboles y cortaba entre las
aberturas de las cotas de malla como gotas heladas, en los costados donde las
telas no podían cubrir. August escuchaba el castañeo de los dientes de Edmund,
su hermano menor. Aullaba el viento sobre las hojas, rebotaban los sonidos
sobre las rocas y tenía la horrible sensación de ser observado por mil flancos.
- Maldita
sea… - concluyó para sí. Había pedido en varias ocasiones no entrar, quedaban
pocas horas de luz y el bosque era peligroso. Había llegado al punto de casi
rogarle a Ser Merrick pero éste se mostraba en tal obstinación, que no hubo
peros que detuviesen la entrada a los bosques y Edmund, demasiado joven para
avistar el peligro, no había ayudado en sacarle la idea al anciano de la
cabeza.
Lo peor eran los arcianos. Los rostros
llorosos, con las bocas entrecerradas, oprimidas y los ojos siempre abiertos,
oscuros y vigilantes, habían otros que su expresión robusta daba la sensación
de que lloraban, y otros que gritaban en silencio. August había visto a su
padre rezar ante los árboles, él también lo había hecho. En el Fuerte Cerwyn
estaba el propio árbol corazón y aunque Edmund también los había visto, los del
bosque eran extraños, grotescos, como si su silencio y el rostro pétreo les
recordasen que no eran bienvenidos ahí.
- …Lo
que debemos hacer, es colocar varios blancos en robles y pinos, otros en rocas
y otros sobre ramas y puntos donde no sea fácil apuntar, - sonrió el viejo, mirando todos los
tallos que crecían a su alrededor - es
la forma más rápida de aprender a disparar las flechas al galope, con
obstáculos y en distintos puntos.
- Mi señor, – Irrumpió August
- no quedan muchas horas de luz y nos hemos adentrado lo suficiente como
para perdernos en la oscuridad, no tenemos para encender fogatas y mi padre
debe estar a la espera, he traído a Edmund conmigo, podemos practicar el tiro
al galope en...
- ¡Calla, August!, - la voz de Ser Merrick sonó desafiante, en un tono que el
joven escudero había escuchado jamás - Edmund
aprenderá a lanzar hoy, está listo; deberías tener un poco de su actitud. - la única actitud que veía August
en Edmund era confusión y miedo, tampoco quería estar ahí, pero había sido
demasiado respetuoso con el anciano caballero. - levantad los blancos y marcad los
arcianos con tu espada, ¡Edmund, cabalgarás a paso rápido y dispararás a cada
blanco a mi señal!
- Quiero
ir a casa... - Fue lo único
que salió de boca del niño, sin moverse ni un metro sobre su montura.
- Dispararás
cuando yo te diga - la voz
del anciano era distinta. August había notado el desvanecimiento mental por
varios años de Ser Merrick, muchas veces se había preguntado por qué razón le
habían dejado ser escudero de un hombre que se ahogaba en lagunas mentales,
recordaba y llamaba a hombres muertos muchos años atrás y confundía a Bengal con
su padre, su hermano, con su abuelo, con otros hombres. Lo había preguntado a
su padre, lo había hecho después de cazar y éste, mirándolo desde la montura le
había respondido seriamente.
- Ser
Merrick ha peleado en más batallas de lo que cualquier hombre podría contar,
está algo entrado en años August, es cierto..., pero tras las arrugas se
encuentra un maestro que enseñó a tu abuelo, a mí y a parte de tus hermanos
mucho de lo que sabemos.
- He aprendido más de ti, de Bastian y
hasta de Claud..., no entiendo por qué me obligan a ser el mayordomo de un
anciano..., seguir todas sus órdenes sin derecho a protestar, aunque vayan en
contra del sentido común, aunque nos pongan en peligro…
- Deberás seguir siendo su pupilo hasta
que puedas tener la valía de ser caballero, August. La única forma es que por
alguna situación de deshonra, en donde esté en peligro la vida de tu rey, de tu
señor o de tu sangre, es que se te pueda adjudicar el derecho de no obedecer.
El bosque; el anochecer al acecho, su
hermano Edmund, el peligro, la vida de los tres..., un hombre demasiado viejo,
un niño y un joven escudero de 16 años.
- "...en
donde esté en peligro la vida de tu rey, de tu señor o de tu sangre, es que se
te pueda adjudicar el derecho de no obedecer"
Ser Carles Bengal ya estaría mirando desde
la torre alta del fuerte Cerwyn. Claud ya estaría preguntando a Ser Bastian
sino deberían haber vuelto.
- "... en donde esté en
peligro la vida de tu rey, de tu señor o de tu sangre..."
Un aullido resquebrajó el silencio de los
árboles y resonó por kilómetros entre los tallos y las tierras verdeadas del
bosque, entró por los oídos de los tres jinetes y sus caballos se movieron
nerviosos, el del anciano relinchó corto y sacudió la cabeza.
- "...Tu sangre..."
- ¿Lobos? - Gimió Edmund, tenía 8 años, su frágil voz se partió en casi
un sollozo.
Antes de que pudiera pensar, un segundo
aullido más potente y más largo se coló por la atmósfera y despertó horrores en
August... el sonido se metió por sus nervios, más adentros que cualquier sonido
de espadas chocando, era una bestia la que los emitía, estaba cerca, era
grande.
*AAAAAUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUU*
Los caballos se encabritaron y el de Ser
Merrick empezó a relinchar, de los ojos se leía miedo, ya habrían olido a la
manada que se acercaba. Un tercer aullido hizo estremecer la espina dorsal de
August y pudo ver por vez primera a Ser Merrick temer lo peor.
*AAAAUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUU*
- ¡EDMUND,
DETRÁS DE MÍ, AHORA! - Con un
halado de las riendas y un golpe seco August controló su yegua rápidamente,
como lo había enseñado su padre, desenvaino su espada y la hizo sonar contra el
escudo que colgaba a un costado de su montura. La velocidad y la fuerza
hicieron chirriar ambos metales y el sonido despertó a Edmund quien también
dominó su alazán.
Ser Merrick no podía controlar la montura
la cual relinchaba y daba coces en todas direcciones. August volvió a golpear
su escudo y arremeter con su yegua para calmar el animal del viejo, pero se
detuvo cuando la bestia salió desde las sombras y cayó frente a él.
Los lobos cazaban en manadas, era bien
sabido por todos; que cayese aquel animal enorme frente a la montura de August
solo sirvió como augurio para lo que se les venía.
Negro como la noche, con los pelos rizados
sobre su lomo y mostrando los blancos dientes, el lobo saludó a Bengal con un
gruñido que le hizo temblar aún él encontrándose sobre su yegua. August gritó a
su montura y dio media vuelta para dar retirada con su hermano, los siguiese el
viejo o no. Edmund ya estaba detrás de él y Ser Merrick se las había apañado
para cargar contra la bestia negra, apartándola a coces con su sable corto mientras
daba espuelas al animal que montaba.
De los árboles se asomaban varias fauces
que emanaban gruñidos, aullidos y dentadas, Bengal no podía contar el número
pues estaba demasiado ocupado en mantener la yegua al galope y vigilar a su
hermano detrás, Edmund para su pequeña edad, cabalgaba como un hombre y más
atrás venía Ser Merrick sobre su nerviosa montura, ambos, jinete y caballo les
costaba avanzar, la luz se había ido y las caminerias con raíces tramposas
invitaban al caballo a tropezar con cualquiera de ellas, un mal paso y una pata
rota, sería el fin para cualquiera de los tres que cayese al suelo.
August temía esto y giró a su izquierda
esperando encontrar algún camino despejado. De todos lados se escuchaban
aullidos y gruñidos. Ojos blancos salían de distintas zonas de los árboles y
peñas.
-
“¿¡Cuantos son!?” – pensaba Bengal, mientras paró en seco y
esperó que su sentido de la orientación eligiera el camino correcto.
-
¿Por dónde, August? – gimió Edmund.
-
¡¿A dónde nos llevas Bengal!?, ¡dad la
vuelta y seguidme ambos, iremos por el camino de las raíces!
*AAAAUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUU*
-
¿Las raíces?, ¡Nos saqué de ahí porque ya
estaríamos muertos si siguiéramos por ese tramo…, los caballos no pueden ver y
nosotros mucho menos! –
interpeló August al viejo Merrick.
-
¡Nos vas a matar a los tres si seguimos
cruzando el bosque, debemos seguir las caminerías!
Ser Merrick daba una opción viable solo en
condiciones donde la luz del sol mostrase el camino y tuviesen que ir a paso
lento…, pero con los apuros que tenían era cuestión de tiempo para que una de
las monturas tropezase y terminasen devorados por la manada que tenían detrás.
-
¡¿Has visto cuántos nos siguen!?- Gritó
August contra Ser Merrick - ¡si seguimos
por ahí vamos a morir…los caballos no podrán…, no podremos!
-
¡Edmund, detrás de mí – Dijo Ser Merrick dirigiéndose al menor
Bengal - ¡dejemos que tu hermano encuentre
el camino de vuelta al fuerte por sí solo!
Edmund miró a su hermano y a Ser Merrick,
en su confusión no sabía qué hacer ni qué decir, August podía ver que quería
llorar, que tenía miedo y que daría lo que sea por salir del bosque cuanto
antes, los tres lo querían. Los tres querían salir.
-
¡Ser Merrick como siga por ése camino solo
conseguirá que lo maten a usted y a Edmund, es mejor pasar por en medio de…!
Edmund y su montura fueron embestidos. El
alazán relinchó y cayó arrollado, la bestia puso bajó su cuerpo al equino y su
cuello era triturado por las fauces del animal, Edmund cayó más lejos y aún
noqueado, puso empeño en levantar aún demasiado cerca de lo que sea estaba
matando a su montura.
August Bengal nunca había visto un animal
de tales dimensiones. El pelaje grisáceo y áspero de su lomo, la anchura de las
patas y una cabeza tan grande como la de un toro, que tenía entre sus dientes
la totalidad del cuello del caballo de Edmund.
-
Por los dioses…, ¿¡qué es eso…!? – La voz del anciano caballero sonaba a
miedo, a terror - ¡¿Un demonio!?
No era posible…, no había de esos al Sur del Muro. August nunca había visto
uno pero había escuchado las historias, las leyendas de bestias temibles que
comandaban manadas extensas de lobos en la noche de siglos pasados, demonios
que daban muerte a hombres y gigantes, dueños de las noches frías, dueñas del
norte, monstruos que podían derribar a caballo y jinete por igual.
-
Huargo… - susurró Bengal, y las orejas de la bestia
se alzaron y miraron directamente a August, las fauces llenas de sangre y los
dientes recién sacados de la carne, hambrientos, enormes. August recordaría
para siempre cómo esa mirada le desarmó el valor.
El lobo huargo grisáceo levantó la cabeza
y olfateo el aire cargado de tensión.
Bengal sintió cómo la bestia podía oler su miedo, el miedo de Edmund y el
horror de Ser Merrick, mostró los dientes y gruñó. August sabía que no había
otras opciones, si se quedaba quieto, el monstruo lo mataría, si huía, mataría
a su hermano y luego lo matarían a él, prefería pelear…, desenvainó su espada y
apuntó su filo contra el animal.
Había peleado todos los días en el patio
de armas, había recibido golpes de Bastian, podía aguantar los bailes y el
combate con Claud, había participado en justas menores y podía decir que no le
tenía miedo a nada pero esto era un lobo huargo. No había conocido a alguien
vivo que los hubiese visto, solo los cuentos de las tribus dentro del bosque y
las leyendas de la Guardia de la Noche. Mucho menos había escuchado de alguien
que se hubiese enfrentado a uno y viviese para contarlo.
El
olor del miedo a la muerte. August y
Edmund apestaban a ello, la bestia lo sabía y observaba a los hombres que
despedían espanto desde sus cuencas. El joven Bengal pensaba, aunque no había
en lo que aferrarse, pedía tiempo, pedía una distracción, algo que le
permitiese cambiar la balanza para al menos mantener vivo a su hermano, se
quedó sin ideas mientras desde el fondo se escuchaban aullidos cada vez más
cercanos, menos tiempo y más cercana la idea de morir rodeado de bestias y
alejados de su hogar, alzó la espada y antes de gritar “Cerwyn” el relincho del caballo cercano lo hizo voltear el rostro.
August vio cómo Ser Merrick dio media
vuelta a su montura y emprendió el galope.
Los
abandonaba a su suerte, pero esto a August no lo sorprendió del todo, al final,
algo le decía que el viejo había sobrevivido demasiado tiempo siendo un
cobarde…, y quizá en esta ocasión volviese a servirle, al menos eso pensó
August los pocos segundos que se detuvo en ver al caballo y su jinete huir con
el huargo sobre su rastro, la bestia saltó en dirección del anciano y corrió en su búsqueda. La velocidad con la
que acortaba las distancias apremió a que August despertara de su letargo.
No había otras oportunidades, los dioses
habían querido que viviesen. Subió a Edmund y cruzó el bosque en la misma
dirección, no siguiendo un camino específico, cruzaba el bosque partiéndolo
perpendicularmente, lo golpeaban las ramas de los árboles y a la yegua le
costaba tomar velocidad, pero era eso o seguir por las caminerias donde tarde o
temprano los matarían. Los aullidos seguían y seguían en la lejanía, y no
dejaron de temer sino hasta que solo se escuchaba el galope de la yegua y las
ramas partiéndose.
Tiempo después Bengal aminoró la marcha. Su
yegua estaba extenuada…, había sido un milagro no haber caído por un desnivel,
los árboles se cerraban y abrían sin orden aparente, el sol se había ido y los
jóvenes no podían ver más de un par de metros alrededor, el frío les golpeaba y
la humedad los hacía sentir mojados, derrotados, perdidos y solos.