viernes, 14 de julio de 2017

Canciones de Venezuela - Triste Junio de 2017

Se levanta temprano el martes de mes de Junio, hace apenas minutos ha salido el sol. La resaca como martillo golpea su cabeza y sus sienes, presiona detrás de sus ojos, el sabor metálico en la boca y su estómago dando retorcijones por los tragos de la noche pasada. 

Abre los ojos y mira por la ventana donde antes hubo cortinas, ya solo quedan restos de papel periódico que aveces se apaña para cerrarle el paso al viento o la lluvia. Donde hubo cristales nada queda, hace meses las bombas lacrimógenas pasaron rompiendo todo a su paso; los cristales, las cortinas y uno que otro mueble de la casa.

Ve señales de humo a la lejanía, no diferencia si provienen de un edificio que se incendia, de un mercado que saquean o de una tranca en una avenida, donde las guerrillas formada por civiles se baten cuadra por cuadra con los adeptos del gobierno y con los paramilitares. 

Se levanta y se estira, enciende el radio a baterías y habla a Manuel, un compañero de lucha que vive en el otro edificio. Anoche con las patrullas dando caza por los suburbios no pudieron reunirse. Nadie contesta del otro lado del radio, estática y silencio, nada más. 

Levanta las botellas de licor y las tira en la papelera, llena de hojas con croquis, números y mensajes en clave, ha de recordarse quemar todo eso, nunca se sabe cuando el servicio de la policía golpee a su puerta a las tres de la mañana, llevándoselo a rastras y con cualquier papel sospechoso enjuiciarlo por traición a la patria en algún calabozo hediondo en el interior del país.

Abre la nevera, no hay nada, solo garrafas con agua amarilla y una cebolla a medio picar. Arruga la cara y se muerde los labios con un lamento, cierra la puerta con fuerza y se vuelve hacia su habitación. La colchoneta descansa sobre el suelo, ha vendido la cama hace mucho para comprar lo que poco que había que comer, las bolsas de comida subsidiadas por el gobierno no eran garantía de alimentación, porque había veces que en dos meses no llegaba y cuando lo hacía, solo llenaba el estómago menos de quince días.

Con el estómago vacío y rugiendo, levanta la papelera y la rocía con kerosene, de eso sí ha podido reabastecerse varias veces, Manuel conoce gente que consigue mucho más fácil materiales volátiles para las confrontaciones de las calles, enciende un fósforo y lo lanza al envase de metal que utiliza por papelera, negro y lleno de hollín. Quemar papeles ha perdido la extrañeza hace mucho tiempo.

No tiene gas en la cocina, y poco vale encender la hornilla eléctrica porque nada tiene que comer, el corte de luz empezará en menos de una hora, prefiere resolver con cualquier cosa en la calle, la gente vende nada a precio de mucho en las calles y en menos de dos cuadras tendrá ya un vaso de café en la mano por dos billetes de la más alta denominación. 

Mete lo necesario en el morral, una franela de repuesto, una gorra, un par de guantes de tela gruesa y la bandera nacional. No es conveniente cargar símbolos patrios hoy en día, aunque desde las tarimas del oficialismo se glorifiquen tales, un civil con la bandera en la mano es para los del régimen un terrorista de la más vil calaña.

Cierra la puerta, baja las escaleras - el ascensor no sirve - y a pocos pisos de la planta baja se va la luz. Se escuchan improperios de los apartamentos vecinos, un par de detonaciones a la lejanía, él cree que vienen de la misma dirección de donde provenían las señales de humo, pero no es algo que le preocupe en lo absoluto, si el resto del día surge con normalidad, próximas detonaciones cantarán muy cerca de sus oídos, y con suerte, ninguna hará impacto en su humanidad. 

El edificio donde vive fue construido hace más de cincuenta años, en periodos donde la gloria y el progreso eran temas del día a día, pero que para estos años solo han venido siendo despotricados por las caras envestidas de poder que salen en las cadenas de televisión. Un rectángulo gris, donde los colores se han borrado con el paso de las lluvias y el calor del sol, mitad oxidado, los hierros corroídos de las rejas se quejan cuando las abre a su paso, un nimio simbolismo de protección. 

En la calle, desierta, restos de basura desperdigados, rastros de gente que ha estado merodeando los botes de desperdicios ajenos, lo poco que dejan muchos es el tesoro de los más marginados, que irónicamente fueron llenados de esperanzas por sueños utópicos de quienes hoy sobre automóviles último modelo y consignas populistas le dan las espaldas. 

Camina a paso rápido, no es seguro ningún lugar, el miedo que le sucumbe escuchar el motor de un vehiculo dos ruedas y la desgracia en manos de bárbaros, que juegan con la vida de los otros presionando un gatillo y apagando miles de vidas por años, a veces por celulares, por dinero o por un par de zapatos, él camina rápido, casi corre, para llegar al edificio de Manuel. 

En una pequeña sala, con olor a humedad y poca iluminación, sobre un sofá floreado con rosas que dan más signos de marchitas llora la madre de Manuel, desconsolada, la hermana de éste la arropa en brazos y explica que a las horas de más silencio de la madrugada, un contingente de encapuchados a entrado a la fuerza en el apartamento y se ha llevado a Manuel y a su hermano de quince años. Madre e hija han ido a la policia, hospitales y morgues, y nada han sabido de ellos. 

Ahoga un lamento, piensa en Manuel y espera que esté donde esté, la paz y no el arrepentimiento sean los que colmen su alma. 

Corre ahora, entre las veredas y caminos que pocos funcionarios conocen y más todavía ignoran, tiene la franela de repuesto y la bandera que cubre la mitad de su rostro. los guantes de tela enfundan sus manos y el bolso rebota con cada salto. La gorra lo cubre parcialmente de lo que pueda caerle desde cualquier punto; piedras, palos y cohetes en los bolsillos. Como él, cuarenta hombres y mujeres, ninguno llega a la mediana edad, algunos con hijos, otros aún en la universidad y otros todavía se visten de beige para los liceos en los que cursan. Cansados pero esperanzados, les doblegan en número y en equipos pero no en voluntad. 

Vinagre para sus ojos, agua para sus riñones y piedras para los guardias, que han empezado a disparar perdigones a quemarropa, apuntando a todo lo que se atraviese, mujeres, niños, adultos, ancianos. Las colas de los comercios se rompen por la batalla que se libra, un hombre enciende un vehiculo y lo estrella contra las persianas, sale gente disparada a los negocios, pasándole por encima a los dueños, se oyen disparos de distinto carácter, más mortífero, cae otro joven que cargaba una piedra en mano..., y él ve cómo se va la luz de sus ojos y paulatinamente se llena la bandera de sangre, que fluye hacia el suelo y es pisada por otros centenares de hombres y mujeres, corriendo despavoridos para evitar un disparo o para llevarse un kilo de harina del negocio que empezaron a saquear. 

Tres disparos más, una bandada de gente en motos adeptos al régimen rodean y golpean la protesta de los jóvenes. Ellos también reciben lo que dan,  las botellas con gasolina vuelan por los aires, quemando gente, guardias, tanquetas, más negocios y la locura se vuelve cíclica. Corre, corre y varias cuadras más descansa. Se pone las manos sobre las rodillas, se inclina y vomita la bilis, está solo, lo tropieza un hombre que corre con un bulto que contiene arroz. Respira, descansa y vuelve a la contienda, porque lo están llamando sus hermanos de pelea, han caído dos más y no tienen cómo llevarlos a donde los atiendan. 

De las ventanas la gente insulta a los uniformados y los uniformados responden con plomo. Tantos días llevan en la misma refriega que las ventanas que no son alcanzables las pagan con los cristales de los carros estacionados, los graban y la vista sorda de otro uniformados es descarada, cada día baja más el marcador del descaro y la verguenza, porque en las ultimas arremetidas contra los manifestantes ha servido para despojarlos de su dinero, de sus pertenencias y de su integridad moral.

Los casos de violaciones dentro de los calabozos llegan a las magistraturas del servicio público, pero las raíces del régimen hace años se han adueñado de la institucionalidad de los poderes que velan por la seguridad ciudadana, haciendo también vista gorda y oídos sordos ante los atropellos. De los televisores se ve al primer hombre de la República bailando al son de una salsa grosera, mientras abajo de la tarima miles se aglomeran, ahogados por la música, pidiendo trabajo o seguridad.

Soldados heridos. manifestantes heridos, sangre venezolana que es la única que se derrama, que no deja gloria en cualquier circunstancia, puesto que hace doscientos años suficiente se derramó en liberarnos del yugo extranjero, para que todavía estemos hoy matándonos unos a otros enlutando a madres, esposas y dejando huérfanos por diferencias ideológicas.

Él vuelve a la refriega, se reúne con veinte manifestantes mas, del elevado bajan tanquetas disparando lacrimógenas como torpedos, apuntan a todo y a todos, quedan en conveniencia que retirarse no es opción, han perdido mucha gente y mucho terreno, los separan y los detienen cuando están solos. Una vez más agarran fuerza y presionan a punta de piedras al grupo de verdes en frente, quienes retroceden ante la lluvia de montones de concreto refugiándose entre los escudos.

La algarabía se hace colectiva, los verdes retroceden y algunos huyen a todo lo que dan las piernas. Otro contingente se les une y cuando más cerca parece la victoria, una ráfaga de detonaciones suena desde detrás de los blindados. El instinto lo hace huir, cubrirse, se da cuenta que el suelo está blando y multiforme y se sorprende ver que en la estampida gente ha caído y les han pasado por encima. Siente mucho calor, se marea y se detiene, del costado le quema un dolor sordo, cae sobre el asfalto de cara porque no le han dado los brazos para amortiguar. Tiene un agujero de la fosa lumbar derecha, se le escapa la vida en el liquido viscoso que hace que se le pegue la ropa al asfalto, el sabor a tierra, el olor a sangre y a humo, tiene mucha sed.

Grita, pide ayude, las ráfagas de detonaciones siguen y la gente corre, corre y corre a cubrirse, antes de desmayarse, ve otros negocios quemarse y la locura seguir, la bandera se la ha llevado el viento, como sus gritos de auxilio, la sensación del miedo y de dolor.

Otro cadáver, otro hecho impune, otra cifra y otro joven que se muere. Algunos lo lloran, lo comentan y rueda su rostro por las redes, desde todos los rincones su cuerpo es visto por centenares de miles, dicen el nombre un par de veces, recorre toda la extensión del continente en velocidades inalcanzables y luego se pierde, se borra en la memoria de quienes lo han visto y se pierde para siempre.










jueves, 6 de julio de 2017

Un Hacha Más Allá del Muro VI

El clima templado del Norte podía entumecer las manos de cualquier hombre curtido a plena luz del día, de noche era torturador. Las hojas húmedas desparramaban sus gotas sobre las cabezas de August y Edmund, se habían corrido hacia la nuca y habían bajado por sus espaldas, por sus brazos y habían tocado hasta sus botas. No estaban definidamente empapados por la humedad del bosque en sí, pero el sudor, la adrenalina y la sensación de muerte inminente que habían tenido pocas horas antes los había dejado exhaustos.

Hacía rato los aullidos cercanos se habían extinguido, solo quedaban apenas vestigios sonoros, como de lamentos que se colaban por entre las ramas de los árboles y llegaban ahogándose a los oídos de los hermanos.

La yegua, también exhausta, exhalaba con fiereza y obstinación mientras que de su hocico emergía una espuma blanquecina y amarillenta. August apenas podía sentir las manos de Edmund rodeándole los costados. Tenía miedo, al principio de la huida podía escuchar a las bandadas de lobos – todos más pequeños que el huargo – dando caza a su montura y lanzando dentelladas cuando salían de los flancos, entre los troncos de los árboles. Ya hacía tiempo que no había ninguno siguiendo sus pasos, al menos no cerca, se había dado el tupé de dar caminata a la yegua para darle un aire, la luna se mostraba plena, llena y  con la luz que traspasaba las ramas y dibujaba apenas el camino que les quedaba por seguir.


-         <<Edmund apenas puede sostenerse sobre la yegua y yo estoy cansado, no puedo mantener por siempre las riendas y la montura nuestra carga>>


La yegua trastabillaba de tanto en tanto, el terreno estaba lleno de piedras, raíces y desniveles, no había camino, ellos se hacían el suyo.


-         <<Deberíamos parar, al menos descansar una hora. Si siguieran tras nosotros ya estaríamos muertos, Ser Merrick podría…, alcanzarnos más adelante…>>


Cada vez que recordaba al viejo se sentía como si se rompiese algo de valor dentro de su cerebro, no habían visto al viejo caballero desde que se habían separado y dudaba mucho que pudiese estar vivo. Apenas podía controlar el caballo y su falta de decisión y lucidez probablemente lo habrían llevado a la tumba.


-         << Seguro más adelante podremos encontrarlo – Se mentía a sí mismo – Habrá podido escapar y si no lo encontramos estará de camino al castillo Cerwyn para pedir ayuda, Padre y Bastian vendrán por nosotros. >>



Algo era cierto, en el fuerte Cerwyn su padre y su hermano ya habrían salido en su búsqueda, confiaba en que hasta el cobarde de Claud habría salido con ellos


-         << Nunca no las hemos llevado bien, pero apuesto a que también salió por nosotros >>

De la nada escuchó un gemido, un llanto, estaba demasiado absorto recordando su hogar que olvidó que detrás llevaba a un niño que no había llegado ni a los 10 días del nombre, a quien debía proteger.

Un claro de luna más adelante, donde milagrosamente el suelo estaba sin ramas y con apenas rocas, apareció ante su vista, no recordaba cuanto tiempo llevaban en la marcha pero calculaba que habían perdido a las bestias varias leguas atrás.


-         << Ya estaríamos muertos si siguiesen tras nosotros… han tenido suficiente con el caballo de Edmund, con el caballo de Ser Merrick… y con Ser Merrick propiamente >> - Se había resignado, sin embargo guardaba la leve esperanza a que el viejo hubiese podido escapar y alertar a los suyos, y no haber perecido sobre las fauces de una decena de animales.

-         Pararemos aquí Edmund…, podremos dormir un rato, pero no mucho, debemos seguir dentro de poco, Ser Merrick nos estará esperando a la salida del bosque y podremos volver al fuerte.

Edmund solo asintió, no había hablado desde hacía horas, solo rompía el silencio para estrujarse los ojos tratando de no llorar, ahogando un gemido o conteniendo el llanto.

August amarró la yegua una rama de árbol, la desensilló y le dio la suficiente cuerda como para que pudiera alcanzar las hierbas bajas a pocos metros de ellos. Divisó su bolso, lo revisó y poco más pudo encontrar que restos de gachas con leche y apenas una rebanada de pan. Se suponía que estarían devuelta para el atardecer, se suponía que ambos estarían en sus habitaciones, descansando para el día siguiente August bajar al patio de armas a entrenarse y Edmund a sus lecciones con el Maestre.

Untó las gachas al pan, abriendo entre este una pequeña zanja, probó un mordisco y dio el resto a su hermano quien la devoró apenas la tuvo entre las manos.

Edmund sacó de su bolsa telares que había usado para poner el almuerzo horas antes, y empezaba a recoger ramillas, varas, las cuales juntó en círculo, August colaboró con unas ramas de mayor grosor y organizó las pequeñas sobre las más grandes, luego de tener un número considerable Edmund sacó de su bolsa un pedernal. El pequeño artefacto estaba nuevo, no había sido usado y el niño, antes de la salida, lo había llevado consigo aun sabiendo que volverían el mismo día, no quería perder la oportunidad de encender alguna fogata si se diese la oportunidad.

Luego de tener las ramas fijadas, acercó el pedernal ansioso para para iniciar la pira cuando la mano de August lo sujetó del hombro.


-         Nada de fogatas por ahora, Edmund – Dijo seriamente.


Éste encogiéndose de hombros se acostó sobre las sabanas en posición fetal y empezó a frotarse sus manos. De espaldas a August, éste podía ver cómo el aliento se perdía en el aire con cada exhalación de su hermano pequeño.

-         << Tan frágil… >> - Todo era culpa de Ser Merrick, confiaba August, todo era culpa de su estúpida idea de meterse a Wolf Woods a esas horas…, aunque dentro de sí también culpaba a sí mismo, a su falta de coraje y decisión para oponerse a la disparatada idea del caballero, todo por ser su escudero y por no seguir a tiempo lo que le dictaba la razón.

Ya era tarde, Ser Merrick seguro estaría muerto y Bengal debía pensar para evitar que el bosque los matase a ellos también.

Cerró los ojos y suspiró. Durmió varias horas. Soñó con estar en el patio de armas disparando flechas a los blancos, el cielo era gris y había poco viento, perfecto para los tiros del arco. No había nadie más que él en aquel lugar, y cada disparo que daba erraba los blancos por varios metros, no importase cuantas flechas lanzase, todos iban errados, la frustración y el silencio agobiaban sus sueños y las intensas ganas de acertar ahogaban la esperanza de estar en el patio de armas del castillo, porque éste sitio donde disparaba, no era el de su hogar, era otro, uno más gélido, más solitario y moribundo.

-         August…

La voz que lo llamaba apenas era un susurro, un murmullo desde lejos, Bengal estaba cansado, exhausto, quería dormir dos días o más, despertar y seguir acostado sea donde estuviese.

-         ¡August…!

Esta vez abrió los ojos…, oscuridad total. Sintió a su hermano muy cerca, era él, Edmund lo llamaba apenas levantando la voz. Le dolía la cabeza.

-         Sí, Edmund…
-         Hombres…, ¡vienen por los arbustos y árboles!
-         ¿Seguro?

La yegua estalló en relincho y se levantó sobre sus patas traseras. August no necesitó más alarmas, se levantó y con una mano puso a Edmund detrás de sí, la otra la posó sobre el pomo de la espada envainada.

<<El agotamiento me vuelve menos atento y estúpido, Edmund y hasta la yegua se han dado cuenta que nos rodeaban y yo he sido el último en notarlo>>

Su escudo estaba lejos, a unos metros a lado de la yegua, no había tiempo para buscarlo y dejaría a Edmund descubierto. La luna se había ocultado entre las nubes y los claros del bosque habían sido tragados por la oscuridac.

        -  ¿Cuántos son, Ed…?

-                       -Son un grupo pequeño, solo he visto a cuatro. Todos vienen de puntos distintos.

Sin antorchas y en silencio, al acecho…, Edmund se había dado cuenta de que no eran los hombres del Castillo Cerwyn, lo más cercano a Woolfswood era Bosquespeso y La Ciudadela de Thorren, entonces se llenó de aire los pulmones y gritó.

-         -           ¡Hombres de Lord Glover o Lord Tallhart, somos vasallos de Lord Cerwyn! ¡Mi padre es Ser Carles Bengal, caballero de la orden de Ser Medger Cerwyn, seguro os ha enviado cuervos para hacerles saber de nuestra pérdida!

Un silencio cortó de tajo la esperanza de August. La yegua desesperada jalaba la cuerda de la que era prisionera, volvía a encabritarse, lanzó patadas y ofreció resistencia. August ya podía ver las sombras de dos de los que se acercaban, si Edmund no se equivocaba, venía uno desde cada punto cardinal.


-         -              ¿Escuchaste eso, Gagnon? El chico habla de señores, caballeros y pérdidas, ¡jeje! – Dijo una voz que Bengal pudo percibir al frente. De su izquierda otra más ronca y gruesa respondió.

-         -               ¡Lo único que va a perder además de la vida serán las pelotas!

-        -              Dos chicos perdidos en el bosque, y encima tienen montura, ¡loados sean los dioses!, hace tanto no pruebo carne tan tierna…



El acento de aquella lengua común asustó a Bengal, bastante alejada de la cual estaba acostumbrado a escuchar a los hombres, sonaba forzada, rudimentaria, poco labrada, de extranjeros.


Desenvainó, el sonido de la espada saliendo de la funda silbó al viento y la yegua volvió a relinchar, esta vez algo más parecido al júbilo.


-       .-                  Edmund… ¿puedes encender la antorcha rápidamente?
-         
-            ¡C-Co-con el pedernal pu-pu-puedo hacerlo! – la voz quebrada del niño enterneció a August.



-        -        ¡Bien! - la voz de August trató de sonar confiado- necesitaré luz para matarlos a los cuatro.