domingo, 3 de noviembre de 2013

El último aliento.

Esta historia es mera ficción en todas las perspectivas en que pueda criticarse y no debe ser tomada en serio.

"A la muerte se le toma de frente con valor y después se le invita a una copa." - Edgar Allan Poe (1809-1849) 

"La muerte no existe, la gente sólo muere cuando la olvidan; si puedes recordarme, siempre estaré contigo." - Isabel Allende

- ¿Cómo lo ve usted, doctor?, dígame la verdad. 

Si en determinada ocasión quieres escuchar el miedo y la esperanza en una sola frase articuladas, juntas en un mismo instante, la que leíste aquí arriba puede ser la más acertada a cualquiera de las situaciones. La señora pregunta al profesional de la medicina porque necesita que éste le regale confianza, quiere que le responda de una forma que pueda calmar y alejar lo que todos saben pero que de igual forma se niegan a aceptar; un hombre que se encuentra en sus últimas horas de vida.

Cuando me desperté en la mañana y me dirigí a su habitación las características eran obvias. Me estremecí del miedo porque en otros observé la misma respiración agitada, la piel grisácea, uñas moradas y su cara, la cara hipocrática. No es poética ni artística como la lees en los ejemplares más ilustrativos, basta con notar la mirada enigmática, vacía sin dirección alguna y un poco triste. Tenía que ser fuerte. Así que di de la forma más cordial y cariñosa mi saludo corriente con el abrazo que siempre caracterizó nuestro lazo familiar. 

- Escúchame bien mamá, todos han estado confiando en mí las últimas semanas y lo agradezco pero necesito que llamemos al doctor cuanto antes, quiero que lo vea un titulado, alguien que se graduó y tiene licencia en esta materia. Por favor llámalo ahora mismo y que venga. 

- Ayer lo vio la doctora que es amiga mía y dijo que...

- ¡Coño mamá por favor hazme caso!, vamos a llamar al doctor y que lo vea él, necesito que lo vea él y que esté aquí por si le pasa algo... 

- No le va a pasar nada... 

- ¡Coño, igual llámalo!

Cuando sabes distinguir las mentiras en la cara de tu interlocutor ni la ética médica más profesional, más segura y llena de experiencia puede ocultar la verdad sobre el estado de salud de un enfermo. A mí no me ocultó nada. Y el hecho de ver en la cara del especialista la confirmación de lo que yo me temía desde hace un par de horas me hizo pensar en lo siguiente, las cosas en serio sí pasan. No estamos acostumbrados a vivir tales experiencias, nunca nos preparamos para tales fines... pero suelen llegar en el momento adecuado para abofetearnos con mucha furia.

El resto del día fue un martirio para mi. No le dije nada a nadie, todos cayeron en cuenta que la situación era delicada pero el que verdaderamente sabía que el rumbo se acercaba a una fúnebre colisión quiso quedarse callado. ¿Qué podía hacer?. Me encomendé a la idea de esperar a su lado, hablándole y haciéndole saber cada minuto que no estaba solo, él sabía que yo lo sabía y todas las veces que me miró asintió porque estaba consciente de que estábamos ahí para afrontar la situación. Si tendría que atravesar esa puerta no lo haría totalmente solo, estaríamos hasta el final. Y así fue. 

Lamento mi poco conocimiento sobre este arte y la rudimentaria forma que prestaré de palabras para explicar, pero fue el dado caso que no estaba aprovechando el oxígeno por las fosas nasales así que me vi en la obligación de ir a una farmacia a comprar una mascarilla para que pudiese respirar con menor dificultad. Tardé minutos en volver, tenía que estar ahí.

Discutí con mi tía, licenciada en estudios de enfermería con más de 25 años de experiencia porque por mi culpa, traje la mascarilla que no era, el farmaceuta me dio la equivocada y en mi apuro por volver no leí siquiera la etiqueta de lo que era o para qué servía. Luego volví hacia él.

Sus ojos vidriosos se perdieron, la luz se fue de su mirada y escuché el último respiro con agitación, creo haber escuchado un pequeño gemido y salté a su lado de un respingo, su pulso casi no existía y mi tía me miró con ceño fruncido y triste, ajustó el oxígeno rápidamente y realizó una maniobra con el paciente que consistió en dejarle una posición más cómoda para su ventilación. No respiraba. 

Lo que vino después fueron intentos múltiples de reanimación. Masaje cardíaco y todo lo que puedes realizar para el mantenimiento de la vida en situación de emergencia. Cuando entré en desespero volví a sentir su pulso, pero luego de concentrarme más noté que era mi propio pulso el que apreciaba. Sentí que había un sismo pero era solo mi cuerpo en constante vibración desenfrenada. 

- ¿¡Estás segura!?, ¡¿podemos hacer algo más!?, ¡una ambulancia o algo!

- Ya papá, déjalo descansar... se fue. 

En mi cabeza estallaron múltiples emociones y recuerdos. Los espasmos se volvieron atroces, minutos después llegó el médico que mi familiar llamó. Necesitábamos que un profesional diese su confirmación. 

Entré en un estado de seriedad que hoy en día no logro explicar del todo... había gente más importante a la cual consolar. En otro momento tendría tiempo de la catarsis. Todo lo demás no vale la pena contar.


Me parece que desvanecerse no es más que quedarse dormido. Nunca estaremos del todo seguros, pero así como el principio de todos los dogmas consisten en la  ciega, puedo optar por creer firmemente que la muerte es sino el comienzo de nueva vida... una vida eterna que se mantendrá siempre en los recuerdos de los seres que te acompañaron y te quisieron durante tu temporal estadía en esta tierra.