martes, 19 de septiembre de 2017

Un Hacha Más Allá del Muro VII

Sus manos y sus pies estaban amordazados, y de fondo escuchaba los llantos del niño.


-          -¡No, no, no, no, no!... a él no…, a mi, a mi, háganmelo a mí!


El gemido del niño se ahogaba y la risa de ambos hombres quemaba por dentro a Bengal, hubiese querido ahorcarlos, quitarles la vida con sus propias manos. No había figuras, todo era sombras, oscuridad, pero el sonido venía de muy cerca, sin saber exactamente de dónde, una presión en el pecho, un dolor agonizante, lloró, suplicó, rezó a sus dioses y después silencio, como si estuviese dentro del vacío, solo escuchando los gritos de Edmund.


La sensación que tuvo al despertar fue como un balde de agua gélida sobre su rostro. No podía abrir los ojos a plenitud, sentía la cara muy grande y pesada, dentro de su boca había olor y sabor a la sangre cuando se seca y tuvo que ayudarse con esta misma para respirar, puesto que su nariz era un amasijo de coágulos y carne inflamada.


Tenía la garganta seca y pudo ver el rostro distorsionado del Maestre Aemon junto con el de Bowen Marsh frente al catre donde lo habían depositado, el rostro inexpresivo del viejo maestre hizo creer a August que estaba en una posición de ser juzgado y con absoluta vergüenza trató de levantarse, solo para entender que sus brazos y piernas no eran las mismas, entumecidas y muy fatigadas en los combates, le fallaron al momento de ponerse de pie, resbaló y fue a dar contra el suelo, cayendo de culo.

Bowen y otro hermano negro, uno más joven y menudo, lo ayudaron a levantarse y quedar nuevamente sobre el catre de donde despertó.


-          -Con calma, muchacho… - sugirió Bowen Marsh –más de uno ha querido parecer envalentonado frente a la paliza que te dieron hace unas horas. Ya podrás vengártelas con el dorniense, por ahora, eres un peligro más para ti que para cualquier otro.

-          -¿¡Qué…, qué pasó!? – preguntó August impresionado, no recordaba haber llegado a ese lugar, solo recordaba el patio de armas, la rodilla rota de Momo e ir perdiendo (PERDIENDO, SÍ) contra un sureño con un palo que no llegaba a mitad de lanza- ¿Me venció?

-          -No hay pena en la derrota cuando se ha combatido con honor, joven Bengal – Respondió con suave voz el anciano de cabellos blancos – Marsh tiene razón, hasta un joven como tú debe saber cuándo tiene que recuperar fuerzas. Durante todos estos años en la Guardia de la Noche, hemos conocido todo tipo de hombres y conozco el orgullo de las casas norteñas, entiendo tu ira y decepción, pero podrás darle respaldo y calma a tu corazón cuando puedas volver al patio de armas a hacer valer tus virtudes, no antes.

August no dijo nada, pero mentalmente supo agradecer al anciano maestre. Bajó la cabeza en señal de derrota y se acostó nuevamente, tenía los ojos de cristal, perder frente a todos había sido deshonroso, llorar frente a esos hombres sería torturador. Cerró los ojos con fuerza y escuchó cómo el maestre y su mozo dejaban la habitación, dando unas últimas indicaciones al hermano menudo de la guardia, quien había quedado al cuidado del joven Bengal, que como proveniente de alta cuna, se le concedía de forma protocolar.

El hermano negro volvió cerca del catre, sacó carne seca de una despensa a lado de la cama donde August estaba y la mordió. Bengal escuchaba el sonido de los dientes sobre la carne gomosa, sumado a los intentos del hombre para tragárselo.

August abrió los ojos con rabia y lo miró despectivo.


-          -¿Qué?, ¡si quieres carne solo tienes que pedirlo!, aunque de todos modos, no podrías, te han dado tal paliza que dudo que puedas masticar con normalidad. –Dijo el hermano negro, con la boca llena de carne a medio masticar.

-         - Déjame solo.

-         - No puedo, tengo órdenes.

-          -¿Te han ordenado cuidarme?- La voz de August eran puntas de hielo.

-        - Me han ordenado que atienda al muchacho de noble cuna que le han pateado el culo en el patio de armas, ¿crees que quiero estar aquí?, bueno, no es que me moleste éste lugar, se está más caliente que afuera y hay suficiente agua, leche de amapola y carne seca. – el muchacho torció los labios en un intento de sonrisa empática, pero August estaba furioso.

-          -¡Os sacaría a patadas si pudiera…!

-          -Pero no podéis, ser. Tendrás que pasar varios días aquí antes de que podáis volver al combate. Así que os sugiero que nos la llevemos bien, mi nombre es Anton, pero todos acá me llaman “Ann, el quejica”. – El hermano negro quedó mirando a August, que seguía con la vista al techo, frunciendo el ceño, con el cuello y el rostro rojos de ira.

-          -No soy un ser, no debería estar aquí. Odio éste maldito lugar.

-          -¡Vaya…, y a mí me han bautizado quejica! – Soltó entre risas Ann- has peleado bien…, pero ese tipo, el dorniense, nunca había visto a nadie mover una lanza así, es sorprendente que lo hayáis hecho retroceder un par de veces – Ann siguió masticando y tomó una jarra de la despensa, la sirvió en dos cuencas de madera vieja, sorbiendo un poco desde la jarra propia y luego volviéndola a guardar. – Si es un vino, es el peor bebido en esta mierda. Toma tú, te despertará los nervios.



Bengal miraba al techo, escuchar a Ann lo había empezado a calmar, extendió la mano con cuidado – Aún le dolía y la sentía pesada, lenta – sostuvo la cuenca y la apuró rápidamente, sin respirar.


<< ¿Por qué me avergüenza perder, acaso no perdí innumerables veces contra Bastian, contra Claud, contra otros hombres del Fuerte Cerwyn?>>


-          -Nunca nadie me había hecho perder el conocimiento. – soltó August en un tono neutro, a media voz - ¿fue ridículo, se rieron de mi, Ann?


-          -Es increíble cómo hay gente prestando atención a tantas tonterías. ¿Te avergüenza haber perdido el conocimiento?, ese hombre, el de la lanza, ha peleado bien, es probablemente el mejor de todos los nuevos reclutas, pero os habías enfrentado a ese gigante calvo sin sesos y ¿cómo le hiciste? – Ann El Quejica se había levantado de repente y puesto en guardia, con la cuenca en una mano y un trozo de carne seca en la otra, en actitud de ataque, lanzaba estocadas con la carne, como dando a un blanco.

-          -¡Luego rodaste por el suelo como una rata y le has roto la rodilla al gigante!, eso ha estado bueno, todos lo hemos visto – Bengal sonrió, volvía a sentirse como justo después de batir a Momo. Invencible, mejor que Bastian. Mejor que hasta el mismo Rey Robert Baratheon o Ser Jaime Lannister – luego el dorniense ha venido, lo has puesto en malos momentos en un punto. Cuando acabaste en el suelo, hecho un muñeco sin vida, todos hemos visto al dorniense jadeando, casi sin poder mantenerse en pie, quizá tengas una revancha, y quizá puedas hacer que sea el culo del dorniense el cual quede estampado sobre el suelo.

-          -Quizá…, si puedo volver a coger una espada, claro…, nunca me había sentido tan magullado. – Era verdad, nunca, ni en el Bosque de los Lobos lo habían estropeado tanto, claro, ahí habían querido matarlo, pero August no quería pensar en ello.

-          -De donde yo vengo, tenemos un dicho -  Respondió Ann – si el caballo os tumba, vuélvelo a montar. Claro podrías primero apalear a la bestia un tanto, esos malditos animales tampoco son de fiar. Cuando me encontraron robándole monturas al viejo que criaba los caballos de Ser Wilbert, en Septo de Piedra, fue por mera traición. Tenía varios meses haciéndolo, pero el relincho del animal me delató en la noche, me dieron a elegir entre la guardia o la muerte, y francamente he preferido estar en este frío de mierda sirviendo sopas y comiendo carne seca que morir en una de esas malditas jaulas de la plaza central, mientras mi cadáver desnudo se convertía en carroña de cuervos. Malditos animales, maldito Septon de Piedra, malditas jaulas, maldito Muro – se quejó El Quejica.


August guardó silencio, la calma plena había vuelto a su mente. Ann, El Quejica, no había resultado ser más que un ladrón de caballos en un pueblo pequeño de la tierra de los ríos. Hablando con él, también se daba cuenta que casi todos los hombres en la Guardia eran desplazados o marginados de los siete reinos, a pagar la condena en el frío abandono de dios, protegiendo un muro, “protegiendo el reino de los hombres”-


<< Yo también fui desplazado, también me dieron a elegir >>- Pensó Bengal.


Ayúdame a sentarme, Ann, quiero comer un poco de esa carne.

La carne entre sus dientes era tosca, tenía sabor a viejo pero al menos estaba tibia. Ann la había puesto sobre un discreto fuego en la habitación.


-          -¿Cuántos hombres hay en la guardia ahora, Ann?

-          -¿Yo qué sé? deben haber menos de seiscientos hombres, Lord Mormont hace mucho tiempo que no ha querido decir cuántos desaparecen tras las excursiones más allá del muro, alguno que otro accidente de alguien cayéndose por el filadero, más los que se pudren en la sífilis. Yo no pienso morirme como ellos. No señor, he sobrevivido cuatro años en la Guardia haciendo lo de los inteligentes – Ann señaló con su dedo índice hacia su cabeza, mirando a August, con los ojos muy expresivos – servir sopas, carne y llevar el agua, cuidarle el culo a los apaleados me ha permitido conservar el mío, deberías hacer lo que yo, ser mozo te garantizará varios años.


Quizá Ann tuviese razón, aunque August toda la vida había querido ser caballero, de los famosos, donde mejor destacase fuese librando batallas y ganándose la gloria y el nombre danzando con espadas, eso ya era para el hijo de Ser Carles Bengal…, ahora, como hermano de la Guardia, las perspectivas eran más amplias.


<< No tengo por qué vivir cabalgando, luchando, matando…, podría simplemente, servir >>


La puerta se abrió, un gélido viento entró a la habitación, las túnicas negras de Ann se movieron violentamente y August entrecerró los ojos, afuera el frío era glacial. La luz dentro de la habitación aclaró en un tono blanquecino, azulado. El fuego se había hecho pequeño, aunque no se apagó.
Un hombre con los ropajes negros, con la capucha sobre su cabeza se quedó sobre la entrada, mirando en silencio a Bengal y a Ann, éste último gritó:


-          -¡Qué bueno que habéis abierto la puerta, nos moríamos por tener el viento gélido congelándolos el culo!

Los botas del hombre entraron, cada pisada era tosca, fuerte, del borde de la suela sobresalían los restos de hielo y nieve, que se hacían agua rápidamente apenas iban tocando el suelo.

Bajo la sombra de aquel techo, el rostro de Dick cogía un tono más siniestro que bajo la luz del sol, August sentía que no era el hombre que lo había llevado al Muro, sino más bien otro, un asesino que tendría la fascia de éste, con la nariz ganchuda y los ojos hundidos, endurecido por los años en el páramo, se quitó el guante de la mano derecha y sacó una hoja pequeña color escarlata de las vestiduras, metiéndosela a la boca y masticando, para luego escupir al fuego.

Éste, que se había recogido ante la entrada del viento avivó su fuerza y dio calor sobre las los rostros de Ann y August. Por un segundo, se sintieron sofocados.

-          -Dick… - balbució August – el dorniense me ha tendido una trampa, no he podid…

-         - ¡Guárdate las excusas, chico, es lo que menos me importan en este momento! – rugió el hermano negro, luego, con voz suave – te han pateado el culo, pero no lo has hecho mal, sabía que podías alzar medianamente esa espada y no eras solo ropas finas y montura de señor.


August recuperó algo de honor, se sentía más fuerte, pronto recobraría las ganas de combatir otra vez, si llegaban a darle otra oportunidad.

-          -Nunca había peleado con alguien que usara tan bien la lanza…, pero si me ayudas Dick, ¡si entrenamos diariamente podría demostrar  lo que sé!

-          -Ya has mostrado lo que eres, chico – pausó Dick, escupió nuevamente al fuego, la baba roja se resbalaba por la comisura labial del hombre, y el fuego cogió fuerza y calentó más – solo se necesita ver pelear a un hombre una vez para saber de qué está hecho.

-         - Pero…, - refutó August - ¿eso fue todo, fue suficiente? ¡me han vencido, Dick! ¿quedaré aquí para ensillar caballos, alimentar pájaros, reparar fortificaciones?

-         - ¡Ensillar caballos te mantendrá vivo, tonto! – protestó Ann, El Quejica – ¡aunque lo malo de ensillar los caballos…, son los malditos caballos!

-          Serías un fracaso con los pájaros, y demasiado inexperto para ser de la construcción, sabes ensillar caballos, pero para eso hay hombres, necesito a otros montándolos.

August bajó la mirada, no había servido de nada demostrar que sabía bailar la danza de las espadas si era considerado un inútil frente a la Guardia.


-          -¿Ni siquiera para ensillarlos? – Preguntó Bengal, con la voz triste.

-          Se ha perdido la selección, Dick, estuvo todo el tiempo acá, recuperándose de la paliza – señaló Ann – ¡el tonto no sabe nada!

-          -¿Qué tengo que saber?, ¿¡qué no me han elegido ni para mozo de cuadras!? – Espetó Bengal, furioso.

-          ¡Tranquilo, chico! – alzó la voz Dick en un corto rugido – cuando te han traído acá, se ha seguido con los combates, se ha evaluando a cada recluta nuevo que ha llegado del sur. A algunos lo hemos mandado a alimentar pájaros, otros a la construcción, incluso hemos mandado un par a las cocinas pero cuando te digo que prefiero hombres sobre caballos, es porque los prefiero explorando, combatiendo salvajes y resguardando el reino.

-          ¡¿Y eso qué tiene que ver conmigo?! – bufió August ya sin paciencia.

-        -  ¡Todo, tonto!, ¿es que en el Fuerte Cerwyn no les ponen los sesos? – preguntó Ann con las manos abiertas hacia el cielo.

August Bengal miró extrañado a Ann y luego a Dick, quien todavía lo miraba fijamente, aguantando las palabras.



-          -Espero que todavía sepas montar tan bien como dices, y que no te haya dado miedo pelear contra alguien con un palo, más allá del Muro tratarán de matarte, chico, el viento gélido en las Tierras del Eterno Invierno calan los huesos, detienen la sangre y paran el corazón. El hambre, la oscuridad y el peligro los tendrás todos los días rozando tus talones y respirándote en el cuello, – señaló gravemente el hermano negro antes de escupir la hojamarga – deberás comportarte como un hermano negro, no tenemos tiempo para caprichos de niño mimado Bengal, olvida tu nombre, olvida tu pasado, entrena y dale más fuerza a tu brazo, chico…,  ahora eres el Escudo que Guarda el Reino de los Hombres, ¡serás un Ranger August Bengal!.

Un Hacha Más Allá del Muro VII

Sus manos y sus pies estaban amordazados, y de fondo escuchaba los llantos del niño.


-          -¡No, no, no, no, no!... a él no…, a mi, a mi, háganmelo a mí!


El gemido del niño se ahogaba y la risa de ambos hombres quemaba por dentro a Bengal, hubiese querido ahorcarlos, quitarles la vida con sus propias manos. No había figuras, todo era sombras, oscuridad, pero el sonido venía de muy cerca, sin saber exactamente de dónde, una presión en el pecho, un dolor agonizante, lloró, suplicó, rezó a sus dioses y después silencio, como si estuviese dentro del vacío, solo escuchando los gritos de Edmund.


La sensación que tuvo al despertar fue como un balde de agua gélida sobre su rostro. No podía abrir los ojos a plenitud, sentía la cara muy grande y pesada, dentro de su boca había olor y sabor a la sangre cuando se seca y tuvo que ayudarse con esta misma para respirar, puesto que su nariz era un amasijo de coágulos y carne inflamada.


Tenía la garganta seca y pudo ver el rostro distorsionado del Maestre Aemon junto con el de Bowen Marsh frente al catre donde lo habían depositado, el rostro inexpresivo del viejo maestre hizo creer a August que estaba en una posición de ser juzgado y con absoluta vergüenza trató de levantarse, solo para entender que sus brazos y piernas no eran las mismas, entumecidas y muy fatigadas en los combates, le fallaron al momento de ponerse de pie, resbaló y fue a dar contra el suelo, cayendo de culo.

Bowen y otro hermano negro, uno más joven y menudo, lo ayudaron a levantarse y quedar nuevamente sobre el catre de donde despertó.


-          -Con calma, muchacho… - sugirió Bowen Marsh –más de uno ha querido parecer envalentonado frente a la paliza que te dieron hace unas horas. Ya podrás vengártelas con el dorniense, por ahora, eres un peligro más para ti que para cualquier otro.

-          -¿¡Qué…, qué pasó!? – preguntó August impresionado, no recordaba haber llegado a ese lugar, solo recordaba el patio de armas, la rodilla rota de Momo e ir perdiendo (PERDIENDO, SÍ) contra un sureño con un palo que no llegaba a mitad de lanza- ¿Me venció?

-          -No hay pena en la derrota cuando se ha combatido con honor, joven Bengal – Respondió con suave voz el anciano de cabellos blancos – Marsh tiene razón, hasta un joven como tú debe saber cuándo tiene que recuperar fuerzas. Durante todos estos años en la Guardia de la Noche, hemos conocido todo tipo de hombres y conozco el orgullo de las casas norteñas, entiendo tu ira y decepción, pero podrás darle respaldo y calma a tu corazón cuando puedas volver al patio de armas a hacer valer tus virtudes, no antes.

August no dijo nada, pero mentalmente supo agradecer al anciano maestre. Bajó la cabeza en señal de derrota y se acostó nuevamente, tenía los ojos de cristal, perder frente a todos había sido deshonroso, llorar frente a esos hombres sería torturador. Cerró los ojos con fuerza y escuchó cómo el maestre y su mozo dejaban la habitación, dando unas últimas indicaciones al hermano menudo de la guardia, quien había quedado al cuidado del joven Bengal, que como proveniente de alta cuna, se le concedía de forma protocolar.

El hermano negro volvió cerca del catre, sacó carne seca de una despensa a lado de la cama donde August estaba y la mordió. Bengal escuchaba el sonido de los dientes sobre la carne gomosa, sumado a los intentos del hombre para tragárselo.

August abrió los ojos con rabia y lo miró despectivo.


-          -¿Qué?, ¡si quieres carne solo tienes que pedirlo!, aunque de todos modos, no podrías, te han dado tal paliza que dudo que puedas masticar con normalidad. –Dijo el hermano negro, con la boca llena de carne a medio masticar.

-         - Déjame solo.

-         - No puedo, tengo órdenes.

-          -¿Te han ordenado cuidarme?- La voz de August eran puntas de hielo.

-        - Me han ordenado que atienda al muchacho de noble cuna que le han pateado el culo en el patio de armas, ¿crees que quiero estar aquí?, bueno, no es que me moleste éste lugar, se está más caliente que afuera y hay suficiente agua, leche de amapola y carne seca. – el muchacho torció los labios en un intento de sonrisa empática, pero August estaba furioso.

-          -¡Os sacaría a patadas si pudiera…!

-          -Pero no podéis, ser. Tendrás que pasar varios días aquí antes de que podáis volver al combate. Así que os sugiero que nos la llevemos bien, mi nombre es Anton, pero todos acá me llaman “Ann, el quejica”. – El hermano negro quedó mirando a August, que seguía con la vista al techo, frunciendo el ceño, con el cuello y el rostro rojos de ira.

-          -No soy un ser, no debería estar aquí. Odio éste maldito lugar.

-          -¡Vaya…, y a mí me han bautizado quejica! – Soltó entre risas Ann- has peleado bien…, pero ese tipo, el dorniense, nunca había visto a nadie mover una lanza así, es sorprendente que lo hayáis hecho retroceder un par de veces – Ann siguió masticando y tomó una jarra de la despensa, la sirvió en dos cuencas de madera vieja, sorbiendo un poco desde la jarra propia y luego volviéndola a guardar. – Si es un vino, es el peor bebido en esta mierda. Toma tú, te despertará los nervios.



Bengal miraba al techo, escuchar a Ann lo había empezado a calmar, extendió la mano con cuidado – Aún le dolía y la sentía pesada, lenta – sostuvo la cuenca y la apuró rápidamente, sin respirar.


<< ¿Por qué me avergüenza perder, acaso no perdí innumerables veces contra Bastian, contra Claud, contra otros hombres del Fuerte Cerwyn?>>


-          -Nunca nadie me había hecho perder el conocimiento. – soltó August en un tono neutro, a media voz - ¿fue ridículo, se rieron de mi, Ann?


-          -Es increíble cómo hay gente prestando atención a tantas tonterías. ¿Te avergüenza haber perdido el conocimiento?, ese hombre, el de la lanza, ha peleado bien, es probablemente el mejor de todos los nuevos reclutas, pero os habías enfrentado a ese gigante calvo sin sesos y ¿cómo le hiciste? – Ann El Quejica se había levantado de repente y puesto en guardia, con la cuenca en una mano y un trozo de carne seca en la otra, en actitud de ataque, lanzaba estocadas con la carne, como dando a un blanco.

-          -¡Luego rodaste por el suelo como una rata y le has roto la rodilla al gigante!, eso ha estado bueno, todos lo hemos visto – Bengal sonrió, volvía a sentirse como justo después de batir a Momo. Invencible, mejor que Bastian. Mejor que hasta el mismo Rey Robert Baratheon o Ser Jaime Lannister – luego el dorniense ha venido, lo has puesto en malos momentos en un punto. Cuando acabaste en el suelo, hecho un muñeco sin vida, todos hemos visto al dorniense jadeando, casi sin poder mantenerse en pie, quizá tengas una revancha, y quizá puedas hacer que sea el culo del dorniense el cual quede estampado sobre el suelo.

-          -Quizá…, si puedo volver a coger una espada, claro…, nunca me había sentido tan magullado. – Era verdad, nunca, ni en el Bosque de los Lobos lo habían estropeado tanto, claro, ahí habían querido matarlo, pero August no quería pensar en ello.

-          -De donde yo vengo, tenemos un dicho -  Respondió Ann – si el caballo os tumba, vuélvelo a montar. Claro podrías primero apalear a la bestia un tanto, esos malditos animales tampoco son de fiar. Cuando me encontraron robándole monturas al viejo que criaba los caballos de Ser Wilbert, en Septo de Piedra, fue por mera traición. Tenía varios meses haciéndolo, pero el relincho del animal me delató en la noche, me dieron a elegir entre la guardia o la muerte, y francamente he preferido estar en este frío de mierda sirviendo sopas y comiendo carne seca que morir en una de esas malditas jaulas de la plaza central, mientras mi cadáver desnudo se convertía en carroña de cuervos. Malditos animales, maldito Septon de Piedra, malditas jaulas, maldito Muro – se quejó El Quejica.


August guardó silencio, la calma plena había vuelto a su mente. Ann, El Quejica, no había resultado ser más que un ladrón de caballos en un pueblo pequeño de la tierra de los ríos. Hablando con él, también se daba cuenta que casi todos los hombres en la Guardia eran desplazados o marginados de los siete reinos, a pagar la condena en el frío abandono de dios, protegiendo un muro, “protegiendo el reino de los hombres”-


<< Yo también fui desplazado, también me dieron a elegir >>- Pensó Bengal.


Ayúdame a sentarme, Ann, quiero comer un poco de esa carne.

La carne entre sus dientes era tosca, tenía sabor a viejo pero al menos estaba tibia. Ann la había puesto sobre un discreto fuego en la habitación.


-          -¿Cuántos hombres hay en la guardia ahora, Ann?

-          -¿Yo qué sé? deben haber menos de seiscientos hombres, Lord Mormont hace mucho tiempo que no ha querido decir cuántos desaparecen tras las excursiones más allá del muro, alguno que otro accidente de alguien cayéndose por el filadero, más los que se pudren en la sífilis. Yo no pienso morirme como ellos. No señor, he sobrevivido cuatro años en la Guardia haciendo lo de los inteligentes – Ann señaló con su dedo índice hacia su cabeza, mirando a August, con los ojos muy expresivos – servir sopas, carne y llevar el agua, cuidarle el culo a los apaleados me ha permitido conservar el mío, deberías hacer lo que yo, ser mozo te garantizará varios años.


Quizá Ann tuviese razón, aunque August toda la vida había querido ser caballero, de los famosos, donde mejor destacase fuese librando batallas y ganándose la gloria y el nombre danzando con espadas, eso ya era para el hijo de Ser Carles Bengal…, ahora, como hermano de la Guardia, las perspectivas eran más amplias.


<< No tengo por qué vivir cabalgando, luchando, matando…, podría simplemente, servir >>


La puerta se abrió, un gélido viento entró a la habitación, las túnicas negras de Ann se movieron violentamente y August entrecerró los ojos, afuera el frío era glacial. La luz dentro de la habitación aclaró en un tono blanquecino, azulado. El fuego se había hecho pequeño, aunque no se apagó.
Un hombre con los ropajes negros, con la capucha sobre su cabeza se quedó sobre la entrada, mirando en silencio a Bengal y a Ann, éste último gritó:


-          -¡Qué bueno que habéis abierto la puerta, nos moríamos por tener el viento gélido congelándolos el culo!

Los botas del hombre entraron, cada pisada era tosca, fuerte, del borde de la suela sobresalían los restos de hielo y nieve, que se hacían agua rápidamente apenas iban tocando el suelo.

Bajo la sombra de aquel techo, el rostro de Dick cogía un tono más siniestro que bajo la luz del sol, August sentía que no era el hombre que lo había llevado al Muro, sino más bien otro, un asesino que tendría la fascia de éste, con la nariz ganchuda y los ojos hundidos, endurecido por los años en el páramo, se quitó el guante de la mano derecha y sacó una hoja pequeña color escarlata de las vestiduras, metiéndosela a la boca y masticando, para luego escupir al fuego.

Éste, que se había recogido ante la entrada del viento avivó su fuerza y dio calor sobre las los rostros de Ann y August. Por un segundo, se sintieron sofocados.

-          -Dick… - balbució August – el dorniense me ha tendido una trampa, no he podid…

-         - ¡Guárdate las excusas, chico, es lo que menos me importan en este momento! – rugió el hermano negro, luego, con voz suave – te han pateado el culo, pero no lo has hecho mal, sabía que podías alzar medianamente esa espada y no eras solo ropas finas y montura de señor.


August recuperó algo de honor, se sentía más fuerte, pronto recobraría las ganas de combatir otra vez, si llegaban a darle otra oportunidad.

-          -Nunca había peleado con alguien que usara tan bien la lanza…, pero si me ayudas Dick, ¡si entrenamos diariamente podría demostrar  lo que sé!

-          -Ya has mostrado lo que eres, chico – pausó Dick, escupió nuevamente al fuego, la baba roja se resbalaba por la comisura labial del hombre, y el fuego cogió fuerza y calentó más – solo se necesita ver pelear a un hombre una vez para saber de qué está hecho.

-         - Pero…, - refutó August - ¿eso fue todo, fue suficiente? ¡me han vencido, Dick! ¿quedaré aquí para ensillar caballos, alimentar pájaros, reparar fortificaciones?

-         - ¡Ensillar caballos te mantendrá vivo, tonto! – protestó Ann, El Quejica – ¡aunque lo malo de ensillar los caballos…, son los malditos caballos!

-          Serías un fracaso con los pájaros, y demasiado inexperto para ser de la construcción, sabes ensillar caballos, pero para eso hay hombres, necesito a otros montándolos.

August bajó la mirada, no había servido de nada demostrar que sabía bailar la danza de las espadas si era considerado un inútil frente a la Guardia.


-          -¿Ni siquiera para ensillarlos? – Preguntó Bengal, con la voz triste.

-          Se ha perdido la selección, Dick, estuvo todo el tiempo acá, recuperándose de la paliza – señaló Ann – ¡el tonto no sabe nada!

-          -¿Qué tengo que saber?, ¿¡qué no me han elegido ni para mozo de cuadras!? – Espetó Bengal, furioso.

-          ¡Tranquilo, chico! – alzó la voz Dick en un corto rugido – cuando te han traído acá, se ha seguido con los combates, se ha evaluando a cada recluta nuevo que ha llegado del sur. A algunos lo hemos mandado a alimentar pájaros, otros a la construcción, incluso hemos mandado un par a las cocinas pero cuando te digo que prefiero hombres sobre caballos, es porque los prefiero explorando, combatiendo salvajes y resguardando el reino.

-          ¡¿Y eso qué tiene que ver conmigo?! – bufió August ya sin paciencia.

-        -  ¡Todo, tonto!, ¿es que en el Fuerte Cerwyn no les ponen los sesos? – preguntó Ann con las manos abiertas hacia el cielo.

August Bengal miró extrañado a Ann y luego a Dick, quien todavía lo miraba fijamente, aguantando las palabras.



-          -Espero que todavía sepas montar tan bien como dices, y que no te haya dado miedo pelear contra alguien con un palo, más allá del Muro tratarán de matarte, chico, el viento gélido en las Tierras del Eterno Invierno calan los huesos, detienen la sangre y paran el corazón. El hambre, la oscuridad y el peligro los tendrás todos los días rozando tus talones y respirándote en el cuello, – señaló gravemente el hermano negro antes de escupir la hojamarga – deberás comportarte como un hermano negro, no tenemos tiempo para caprichos de niño mimado Bengal, olvida tu nombre, olvida tu pasado, entrena y dale más fuerza a tu brazo, chico…,  ahora eres el Escudo que Guarda el Reino de los Hombres, ¡serás un Ranger August Bengal!.