jueves, 6 de julio de 2017

Un Hacha Más Allá del Muro VI

El clima templado del Norte podía entumecer las manos de cualquier hombre curtido a plena luz del día, de noche era torturador. Las hojas húmedas desparramaban sus gotas sobre las cabezas de August y Edmund, se habían corrido hacia la nuca y habían bajado por sus espaldas, por sus brazos y habían tocado hasta sus botas. No estaban definidamente empapados por la humedad del bosque en sí, pero el sudor, la adrenalina y la sensación de muerte inminente que habían tenido pocas horas antes los había dejado exhaustos.

Hacía rato los aullidos cercanos se habían extinguido, solo quedaban apenas vestigios sonoros, como de lamentos que se colaban por entre las ramas de los árboles y llegaban ahogándose a los oídos de los hermanos.

La yegua, también exhausta, exhalaba con fiereza y obstinación mientras que de su hocico emergía una espuma blanquecina y amarillenta. August apenas podía sentir las manos de Edmund rodeándole los costados. Tenía miedo, al principio de la huida podía escuchar a las bandadas de lobos – todos más pequeños que el huargo – dando caza a su montura y lanzando dentelladas cuando salían de los flancos, entre los troncos de los árboles. Ya hacía tiempo que no había ninguno siguiendo sus pasos, al menos no cerca, se había dado el tupé de dar caminata a la yegua para darle un aire, la luna se mostraba plena, llena y  con la luz que traspasaba las ramas y dibujaba apenas el camino que les quedaba por seguir.


-         <<Edmund apenas puede sostenerse sobre la yegua y yo estoy cansado, no puedo mantener por siempre las riendas y la montura nuestra carga>>


La yegua trastabillaba de tanto en tanto, el terreno estaba lleno de piedras, raíces y desniveles, no había camino, ellos se hacían el suyo.


-         <<Deberíamos parar, al menos descansar una hora. Si siguieran tras nosotros ya estaríamos muertos, Ser Merrick podría…, alcanzarnos más adelante…>>


Cada vez que recordaba al viejo se sentía como si se rompiese algo de valor dentro de su cerebro, no habían visto al viejo caballero desde que se habían separado y dudaba mucho que pudiese estar vivo. Apenas podía controlar el caballo y su falta de decisión y lucidez probablemente lo habrían llevado a la tumba.


-         << Seguro más adelante podremos encontrarlo – Se mentía a sí mismo – Habrá podido escapar y si no lo encontramos estará de camino al castillo Cerwyn para pedir ayuda, Padre y Bastian vendrán por nosotros. >>



Algo era cierto, en el fuerte Cerwyn su padre y su hermano ya habrían salido en su búsqueda, confiaba en que hasta el cobarde de Claud habría salido con ellos


-         << Nunca no las hemos llevado bien, pero apuesto a que también salió por nosotros >>

De la nada escuchó un gemido, un llanto, estaba demasiado absorto recordando su hogar que olvidó que detrás llevaba a un niño que no había llegado ni a los 10 días del nombre, a quien debía proteger.

Un claro de luna más adelante, donde milagrosamente el suelo estaba sin ramas y con apenas rocas, apareció ante su vista, no recordaba cuanto tiempo llevaban en la marcha pero calculaba que habían perdido a las bestias varias leguas atrás.


-         << Ya estaríamos muertos si siguiesen tras nosotros… han tenido suficiente con el caballo de Edmund, con el caballo de Ser Merrick… y con Ser Merrick propiamente >> - Se había resignado, sin embargo guardaba la leve esperanza a que el viejo hubiese podido escapar y alertar a los suyos, y no haber perecido sobre las fauces de una decena de animales.

-         Pararemos aquí Edmund…, podremos dormir un rato, pero no mucho, debemos seguir dentro de poco, Ser Merrick nos estará esperando a la salida del bosque y podremos volver al fuerte.

Edmund solo asintió, no había hablado desde hacía horas, solo rompía el silencio para estrujarse los ojos tratando de no llorar, ahogando un gemido o conteniendo el llanto.

August amarró la yegua una rama de árbol, la desensilló y le dio la suficiente cuerda como para que pudiera alcanzar las hierbas bajas a pocos metros de ellos. Divisó su bolso, lo revisó y poco más pudo encontrar que restos de gachas con leche y apenas una rebanada de pan. Se suponía que estarían devuelta para el atardecer, se suponía que ambos estarían en sus habitaciones, descansando para el día siguiente August bajar al patio de armas a entrenarse y Edmund a sus lecciones con el Maestre.

Untó las gachas al pan, abriendo entre este una pequeña zanja, probó un mordisco y dio el resto a su hermano quien la devoró apenas la tuvo entre las manos.

Edmund sacó de su bolsa telares que había usado para poner el almuerzo horas antes, y empezaba a recoger ramillas, varas, las cuales juntó en círculo, August colaboró con unas ramas de mayor grosor y organizó las pequeñas sobre las más grandes, luego de tener un número considerable Edmund sacó de su bolsa un pedernal. El pequeño artefacto estaba nuevo, no había sido usado y el niño, antes de la salida, lo había llevado consigo aun sabiendo que volverían el mismo día, no quería perder la oportunidad de encender alguna fogata si se diese la oportunidad.

Luego de tener las ramas fijadas, acercó el pedernal ansioso para para iniciar la pira cuando la mano de August lo sujetó del hombro.


-         Nada de fogatas por ahora, Edmund – Dijo seriamente.


Éste encogiéndose de hombros se acostó sobre las sabanas en posición fetal y empezó a frotarse sus manos. De espaldas a August, éste podía ver cómo el aliento se perdía en el aire con cada exhalación de su hermano pequeño.

-         << Tan frágil… >> - Todo era culpa de Ser Merrick, confiaba August, todo era culpa de su estúpida idea de meterse a Wolf Woods a esas horas…, aunque dentro de sí también culpaba a sí mismo, a su falta de coraje y decisión para oponerse a la disparatada idea del caballero, todo por ser su escudero y por no seguir a tiempo lo que le dictaba la razón.

Ya era tarde, Ser Merrick seguro estaría muerto y Bengal debía pensar para evitar que el bosque los matase a ellos también.

Cerró los ojos y suspiró. Durmió varias horas. Soñó con estar en el patio de armas disparando flechas a los blancos, el cielo era gris y había poco viento, perfecto para los tiros del arco. No había nadie más que él en aquel lugar, y cada disparo que daba erraba los blancos por varios metros, no importase cuantas flechas lanzase, todos iban errados, la frustración y el silencio agobiaban sus sueños y las intensas ganas de acertar ahogaban la esperanza de estar en el patio de armas del castillo, porque éste sitio donde disparaba, no era el de su hogar, era otro, uno más gélido, más solitario y moribundo.

-         August…

La voz que lo llamaba apenas era un susurro, un murmullo desde lejos, Bengal estaba cansado, exhausto, quería dormir dos días o más, despertar y seguir acostado sea donde estuviese.

-         ¡August…!

Esta vez abrió los ojos…, oscuridad total. Sintió a su hermano muy cerca, era él, Edmund lo llamaba apenas levantando la voz. Le dolía la cabeza.

-         Sí, Edmund…
-         Hombres…, ¡vienen por los arbustos y árboles!
-         ¿Seguro?

La yegua estalló en relincho y se levantó sobre sus patas traseras. August no necesitó más alarmas, se levantó y con una mano puso a Edmund detrás de sí, la otra la posó sobre el pomo de la espada envainada.

<<El agotamiento me vuelve menos atento y estúpido, Edmund y hasta la yegua se han dado cuenta que nos rodeaban y yo he sido el último en notarlo>>

Su escudo estaba lejos, a unos metros a lado de la yegua, no había tiempo para buscarlo y dejaría a Edmund descubierto. La luna se había ocultado entre las nubes y los claros del bosque habían sido tragados por la oscuridac.

        -  ¿Cuántos son, Ed…?

-                       -Son un grupo pequeño, solo he visto a cuatro. Todos vienen de puntos distintos.

Sin antorchas y en silencio, al acecho…, Edmund se había dado cuenta de que no eran los hombres del Castillo Cerwyn, lo más cercano a Woolfswood era Bosquespeso y La Ciudadela de Thorren, entonces se llenó de aire los pulmones y gritó.

-         -           ¡Hombres de Lord Glover o Lord Tallhart, somos vasallos de Lord Cerwyn! ¡Mi padre es Ser Carles Bengal, caballero de la orden de Ser Medger Cerwyn, seguro os ha enviado cuervos para hacerles saber de nuestra pérdida!

Un silencio cortó de tajo la esperanza de August. La yegua desesperada jalaba la cuerda de la que era prisionera, volvía a encabritarse, lanzó patadas y ofreció resistencia. August ya podía ver las sombras de dos de los que se acercaban, si Edmund no se equivocaba, venía uno desde cada punto cardinal.


-         -              ¿Escuchaste eso, Gagnon? El chico habla de señores, caballeros y pérdidas, ¡jeje! – Dijo una voz que Bengal pudo percibir al frente. De su izquierda otra más ronca y gruesa respondió.

-         -               ¡Lo único que va a perder además de la vida serán las pelotas!

-        -              Dos chicos perdidos en el bosque, y encima tienen montura, ¡loados sean los dioses!, hace tanto no pruebo carne tan tierna…



El acento de aquella lengua común asustó a Bengal, bastante alejada de la cual estaba acostumbrado a escuchar a los hombres, sonaba forzada, rudimentaria, poco labrada, de extranjeros.


Desenvainó, el sonido de la espada saliendo de la funda silbó al viento y la yegua volvió a relinchar, esta vez algo más parecido al júbilo.


-       .-                  Edmund… ¿puedes encender la antorcha rápidamente?
-         
-            ¡C-Co-con el pedernal pu-pu-puedo hacerlo! – la voz quebrada del niño enterneció a August.



-        -        ¡Bien! - la voz de August trató de sonar confiado- necesitaré luz para matarlos a los cuatro. 







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