lunes, 21 de enero de 2013

La bienvenida

La sangre que emanaba desde su muslo derecho no cedía aunque él intentase detener la hemorragia con torpe decisión aplicándose presión con las manos. La herida no era tan profunda, de hecho era tan superficial como cualquier roce con algún objeto cortante, solo un hematofóbico podría ponerle semejante atención, y aunque sabía que el roce de la bala que le habían disparado desde una Luger alemana no había tocado alguna arteria, el recuerdo de haber visto a tantos compañeros morir baleados durante los últimos tres meses le había causado una sensación de paranoia con la muerte, y sobre todo, con la sangre brotando de alguna herida.

Había corrido seiscientos metros atrás hacia el último punto de guarnición, desde que el grupo de nazis lo vieron buscando comida entre los escombros de una bodega antigua francesa que se había desplomado semanas antes por los morteros, se sentía estúpido luego de que días de haber estado vagando por comida y agua, aún cargaba su uniforme sucio de soldado americano, de quedar de último sobreviviente de un pelotón que se quedó sin capitán luego de un balazo en la frente, y más tarde sin instrucciones, fueron emboscados una y otra vez hasta que solo él había salido con vida luego de huir por orden de un cabo que le exigió que se salvase dejando a sus compañeros a merced de los verdugos. Josh Millner tenía 26 años para entonces, los días húmedos y noches frías de Normandía además de las migajas de pan que comía, lo habían dejado hasta los huesos, pero él seguía portando su uniforme pasase lo que pasase, el helado viento le hacía pensar y anhelar en las noches de fogata de jardín en su hogar de California, siendo un niño, con su papá tocando la guitarra y su mamá horneando el pavo que tanto le gustaba y que disfrutaban el segundo viernes de cada mes, esos momentos ya no volverían más... al menos no ahora, a miles de kilómetros de su país, rodeado de enemigos en una tierra de nadie, dado por muerto de hace días por sus camaradas de guerra, ya que hacía mucho tiempo que no se comunicaban con el cuartel los dieron a todos y a cada uno de ellos incluyendo al pobre Josh, caídos en combate.

Sentado sobre un escombro mirando hacia el vacío como un prisionero que espera condenado a muerte para que lo ejecuten, Josh pensaba, desde su llegada a Europa a combatir a los nazis si lo correcto había sido alistarse en el ejercito, dado que no tenía trabajo ni vida estable, sentía que le debía algo a sus padres, una muestra de respeto, un destello de orgullo, eso quería creer él. No sabía si era el cáncer que había matado a su papá cuando él tenía catorce años, o si era la tuberculosis que había cegado la vida de la madre un par de años después lo que le molestaba más, le daba igual... algo personal les debía a ellos, suponía que observar desde el cielo que su hijo estaba haciendo lo correcto, para él era un callo de conciencia.

Caminó tembloroso hacia la fortificación alemana en la costa, sabía que estaba demasiado lejos de sus agresores porque lo único que tenía alrededor eran cadáveres de soldados caídos de hace mucho tiempo y que por ende, nadie se había preocupado a pasar por ahí a recogerlos, era un infierno gélido; no tuvo siquiera que forzar la puerta de entrada pues al intentar abrirla, ésta se desplomó hacia el suelo como si nunca hubiese estado sujetada por bisagras. Josh no le tenía miedo a los muertos, lo había perdido hace semanas, por eso no se sorprendió en lo absoluto al observar las decenas de cuerpos tapados con sábanas blancas unas que otras ensangrentadas con las que se ocultaba penosamente la figura de los cadáveres, no sabía de qué bando pertenecían, pero era lógico pensar que era ahí donde los alemanes guardaban sus muertos para próximamente, cuando todo se calmase, darles cristiana sepultura. Reviso las estanterías con detalle buscando pan, - "bonito lugar para buscar comida ¿no Josh?" - Se dijo así mismo luego de que no encontró nada; solo municiones, una pistola, una vela a medio acabar e informes en un idioma que le hacían entender una mierda de lo que sucedía.

Luego de haber cerrado la puerta, se sumergió en la oscuridad de aquella habitación que tenía más pinta de morgue que de cualquier otra cosa, pero mientras no tuviese que dormir afuera en una noche con temperaturas torturantes a él le parecía relativamente cómodo. Sacó su encendedor de bolsillo ya casi terminado, y encendió la vela para engañarse y creer que le daba calor, la luz tenue y triste inundó la habitación, procedió a encender un cigarrillo de la caja que le había arrebatado a un cuerpo de algún alemán, ni siquiera sabía fumar, le había parecido asqueroso antes, pero en una situación como en la que él se encontraba todo acto nuevo le habría de parecer interesante, ¿qué diablos?, ¿a quién carajo le iba a importar?, el tiempo pasó lento, la nube de nicotina y alquitrán inundaron la habitación, el olor de éste humo no le molestaba en lo absoluto... con días oliendo putrefacción por todas partes su olfato había desarrollado solo interés para encontrar restos de comida en buen estado. Sus ojos llorosos, que no corrían la misma suerte que su olfato, se irritaban a poco que exhalaba el tóxico que resultaba del uso de aquellos singulares cigarrillos.

Las horas pasaron, el aire se hizo más denso y el sueño se apoderó de la mente y la tranquilidad de este hombre, se hizo presa del silencio, sus oídos se agudizaron, parpadeaba unas diez veces por minuto y su mente viajó kilómetros en pensamientos vagos, solo el viento se escuchaba afuera y apunto de acostarse para recibir a la noche con los brazos abiertos, observó por el rabillo del ojo que una de las sábanas mostró por un instante no más de movimiento casi nulo; lo ignoró, cerró los ojos y dispuesto a dormir escuchó sonidos  al otro lado de la habitación, justo de donde descansaban los cuerpos de los caídos, esto asustó muchísimo a Josh, observó las siluetas de las sábanas moverse con plena naturalidad que creyó por un instante si lo que había fumado no tendría marihuana de la más jodida que se hubiese conseguido en esa parte del mundo, el humo aún denso le confundía la visión, pero estaba seguro que tras la cortina dañina todas las sábanas estaban levantadas, como si se sentasen, apuntando a su dirección.

Sin habla, cargó la pistola y apuntó hacia todos los cuerpos que le dirigían su atención, él era el espectáculo, él era el verdadero fenómeno en aquel fuerte, la rareza, se sentía como un payaso de mal chiste, la mano le temblaba, la boca se le secó y antes de empezar a disparar a aquellos sujetos ocultos ante la tela, quiso caer en llanto porque su espíritu estaba tan quebrado, que no tenía el valor siquiera de jalar el gatillo, estaba cagado en sus pantalones, él lo sabía, y sabía que ellos también lo sabían; pasaron diez o quince segundos antes de que bajase el arma, se convenció de que estaba loco, de que había perdido el juicio, esta era la señal misma de que su humanidad, su integridad como individuo sano había llegado al límite, y luego de sonreír y llenarse de confianza, les ofreció disculpas por su actitud tan grosera en primera instancia y les agradeció de todo corazón que le hicieran compañía a un pobre diablo que tenía mucho tiempo de no haber visto a alguien que no quisiera darle un balazo.

Esperó respuesta, y antes de decir otra palabra ridícula, las sábanas cayeron y menos que asustarle en descubrir las caras y facciones de aquellos, se alegró en observar las caras familiares de amigos, conocidos, soldados compañeros que habían caído antes y en el centro, con mirada tierna y cariñosa, los dos seres en los que él había pensado todos los días desde su adolescencia: Papá y Mamá; su respiración se agitó y entendió que ellos habían venido a buscarlo, le daban la bienvenida a un sitio mejor y Josh estaba encantado de aceptar tal invitación, agradeció que viajasen de tan lejos para encontrarlo, no se sentía tan contento desde nunca, seriamente había pensado en entregarse a los alemanes días antes, pero tenía la esperanza de que alguien vendría a rescatarlo, a sacarlo de allí...



Meses después, cuando tropas americanas llegaron al lugar y entraron al fuerte para limpiar el sitio, encontraron el depósito de cadáveres con las sábanas blancas encima, eran nazis que esperaban sepultura. Sus hombres los habían abandonado a su suerte luego de retirarse hacia el norte huyendo de la fuerza aliada que no alentaba el paso. Lo más curioso que encontraron los marines luego de ojear el lugar, fue el cadáver de un soldado americano, aún en putrefacción, sentado, recostado a la pared con un corte sangriento en el muslo derecho. Un solo tiro en la cien, aclarando así el suicidio obvio que había cometido acusando a su misma mano, que aún aferraba fuertemente la pistola, su rostro demostraba una sonrisa exagerada, la cuenca de sus ojos permanecía vacía y se podía leer que en su uniforme tenia un bordado que respondía al nombre de Josh Millner. Los hombres acostumbrados a tanta muerte, se les heló la piel y uno que otro se tapó la boca para no gritar mientras que otros se hacían el signo de la cruz cristiana para llenarse de valentía, en la pared, arriba de éste cuerpo se podía leer con tinta de sangre las palabras: "Tarde o temprano, sabría que vendrían a buscarme".


No hay comentarios:

Publicar un comentario